Hola a todos.
Hoy, subo el último fragmento inédito de mi novela La mujer sin corazón.
De momento, vamos a ver el fragmento que corresponde a cuando Mónica toma la decisión de abandonar Leeds huyendo del amor.
-¿Cómo que vas a abandonar Leeds?-se escandalizó Henriette.
Mónica la había llamado antes del amanecer. La llamada de su hija la inquietó. Mónica no llamaba a primera hora de la llamada. Pero, en aquel momento, la joven necesitaba hablar con alguien. Descolgó el teléfono y llamó a su madre.
-Me marcho-contestó Mónica-No sé adónde iré a parar.
-¡Pero no puedes estar mudándote una y otra vez!-le regañó Henriette-¡Vuelve a casa, Mónica! Aquí no te faltará nada. Te prometo que tu padre y yo no te echaremos nada en cara. Pero vuelve a casa.
-No puedo volver a casa, madre. No me hagas preguntas. ¡Te lo ruego!
-¿Qué ha pasado, hija? No entiendo nada. ¿Cuánto tiempo has estado viviendo en Leeds? Poco tiempo... Menos de dos años...
Mónica guardó silencio. Se dejó caer en el sofá.
No había podido conciliar el sueño durante toda la noche.
Le temblaba el teléfono. Estoy haciendo lo correcto, pensó Mónica. Me marcho para no tener que volver a sufrir.
Todos los hombres le recordaban a Robert. El mismo hombre que la engañó. Que le hizo aquella herida que volvía a sangrar en su corazón. Se maldecía así misma por estar enamorándose de nuevo.
Ojos que no ven, corazón que no siente, pensó Mónica.
-Te has quedado callada-se inquietó Henriette.
-Madre, tengo que colgar-le anunció Mónica.
Y eso hizo. No pensaba regresar a su casa. No podía.
Se puso de pie. Necesitaba estar distraída con otra cosa. No podía abandonar Leeds así como así. Tendría que ir primero a la floristería. Comunicarle a la dueña que se marchaba de la ciudad. Pero le harían muchas preguntas.
Y la culpa de todo la tenía Scott.
Lo recordó todo con total claridad.
Acudió al piso de Scott.
Él la invitó a tomar un café.
-Está bien-decidió Mónica-Acepto.
Tomaron asiento en el sofá de la salita de estar de Scott. Pasaron un buen rato hablando. Cuando estaba con Scott, Mónica se sentía cómoda. La relación que ambos mantenían era informal.
-Tengo que irme temprano-le informó Mónica-Mañana, me espera un día de mucho trabajo en la floristería.
Scott la escuchaba con embeleso.
No le cabía la menor duda. Estaba enamorado de aquella mujer. Estaba convencido de que Mónica era la mujer de su vida. La mujer que llevaba toda la vida esperando a que llegara.
-¿Has pensado alguna vez en casarte?-le preguntó.
Mónica se echó a reír.
-El matrimonio no está hecho para mí-respondió.
No quería casarse. Sabía bien cómo pensaban los hombres.
Ellos podían estar con cientos de mujeres.
Los hombres podían acostarse con miles de mujeres. Pero sólo se casaban con una mujer. Y exigían a la mujer con la que se casaban que fuera virgen.
-Los hombres piden demasiado-afirmó Mónica-Y yo no estoy dispuesta a dar tanto.
-No todos los hombres son iguales-le aseguró Scott-Hay hombres que dan sin pedir nada a cambio.
Mónica se encogió de hombros. Los hombres se habían convertido en una especie de pasatiempo para ella. Era una lección que le había enseñado Robert. De algún modo, se vengaba de Robert a través de los hombres con los que estaba.
-Yo nunca te pediría nada a cambio-añadió Scott-Te daría hasta la Luna.
Mónica volvió a echarse a reír. Pensó que Scott estaba hecho un romántico. Pero ella no era para nada romántica. El romanticismo ya no existía para ella.
Era otra amarga lección que le había enseñado Robert. Pero el hombre que estaba con ella no era Robert.
No dudó en irse a la cama con Scott.
Ella lo deseaba y él, a su vez, también la deseaba.
Los dos acabaron medio desnudos en la cama de Scott.
Se abrazaron.
Se besaron muchas veces. Mónica le devolvía a Scott todos los besos que éste le daba.
Él la acarició con las manos. La besó en el cuello. Llenó de besos sus hombros.
Finalmente, los dos cuerpos se unieron en un sólo cuerpo. Scott descargó intentando no descarga dentro de Mónica. Pero ella pudo ser satisfacida.
Permaneció acostada en la cama de Scott. Le oyó hablar.
En un primer momento, no entendió bien lo que le estaba diciendo. Pero agudizó el oído. El joven se estaba quedando dormido.
-Te amo, Mónica-le confesó.
Se puso rígida.
-Y quiero pasar el resto de mi vida a tu lado-añadió Scott.
Entonces, se quedó profundamente dormido.
-Lo siento-murmuró Mónica, nerviosa-Pero no puedo complacerte en ese aspecto.
La joven se puso de pie.
Le temblaba todo el cuerpo. Era obvio que sentía algo por Scott.
Aquel hombre se preocupaba por ella. La escuchaba cuando le hablaba. Y sabía besarla bien cuando la llevaba a la cama.
Le hacía reír. Le hacía regalos. Le hacía sentirse bien.
Mónica se vistió de forma apresurada. Abandonó el piso de Scott sin hacer ruido.
Llegó a su piso. Se dirigió a su cuarto. Se dejó caer en la cama. Entonces, tomó una decisión. Tenía que abandonar Leeds. No podía permanecer más tiempo en aquella ciudad.
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