Hoy, os traigo otro borrador de otro de mis cuentos. Creo que el cuento al que pertenece este borrador está subido aquí.
Se trata de otro relato que transcurre en la década de 1960 con muchos toques sentimentales.
Aunque no estoy segura.
Espero que os guste.
NO PUEDO SEGUIR ASÍ. TÚ SABES EL PORQUÉ ME VOY. LO SIENTO. NO SE TRATA DE UNA VENGANZA. SE TRATA DE QUE NO PUEDO AMARTE DESPUÉS DE TODO EL DAÑO QUE ME HAS HECHO. MI DIGNIDAD VALE MÁS QUE SER TU ESPOSA Y QUE TENER MUCHOS MILLONES. NO SÉ LO QUE VOY A HACER A PARTIR DE AHORA. PERO SÍ SÉ QUE TÚ NO VAS A FORMAR PARTE DE MI VIDA.
Vuelve,
Emily, te lo ruego, pensaba Díaz una y
otra vez.
Siempre
le había dicho lo mismo…Que iba a cambiar…Que todo sería diferente…Que él la
quería…Y ella había confiado en él…
Hasta
que Emily recordó que tenía dignidad. Hasta que Emily decidió que no podía más.
Y
la culpa de todo la tenía él.
Empezó siendo una
venganza. Una venganza estúpida. El motivo que la había desencadenado estaba
anclado en el olvido. Ya no tenía importancia. Lo que importaba era que Emily
no estaba. Se había ido. Y no pensaba volver. Esta vez no.
La casa estaba
vacía.
¿Cómo no vio lo que
iba a pasar? Había pecado de ingenuo. Había dado por sentado que Emily era tan
inocente como aparentaba. La había engañado…La había seducido…Y ella, al final,
le había abandonado.
Díaz se consideraba
todavía un hombre muy apuesto. Era
un hombre activo a sus veinticinco años. No le costó trabajo usar su atractivo
físico para seducir a Emily. En opinión de todos, era el hombre más alto que
jamás había existido en Toronto; de marcados músculos.
En la radio sonaban Los Beatles.
Díaz no escuchaba la canción. Recordaba con exactitud el momento en el
que Emily le dijo que se iba. La televisión estaba puesta. Díaz estaba viendo
la actuación de Los Beatles en El show de
Ed Sullivan. En aquel momento, Emily se levantó del sofá en el que estaba
sentada y se dirigió a la habitación que compartía con su marido desde hacía
más de un año.
Un rato después, Emily salió de la habitación llevando consigo dos
maletas.
Le había preguntado adónde iba con las maletas. Emily le miró
fijamente y sólo dijo una palabra:
Adiós.
Después, fue hacia la puerta. La abrió, salió a la calle y la cerró.
No hizo nada más.
Ocurrió todo tan rápido que Díaz no fue capaz de reaccionar y tampoco
fue capaz de seguir a Emily cuando ésta cerró la puerta.
¿Cuándo volveré a verte, mi querida canadiense de pelo rojo como el
fuego?, se preguntaba Díaz. Porque era consciente de que jamás volvería a tocar
el cabello de Emily.
Emily era una mujer exuberante. Sus cabellos eran del color del cobre,
puro fuego. Su cara era hermosa, perfecta, de facciones dulces y perfectas,
sonrosada, en forma de corazón. Sus ojos eran grandes, de color azul marino,
llenos de ternura y de afecto hacia su marido. Era esbelta y de caderas
cimbreantes que habían enloquecido de deseo a más de un hombre.
Ella le había dicho que todo lo que le había hecho…Que su odio
injustificado… Las palabras venenosas vertidas contra ella…El daño…Todo había
quedado atrás…En aquel momento, Emily estaba hablándole con el corazón.
Era más baja que su esposo. Poseía
una figura envidiable. Ver sonreír a
Emily era una fiesta porque su sonrisa era tan cálida que parecía
iluminar cada rincón de la casa y, además, aparecían unos hoyuelos que
embellecían considerablemente su rostro. Todas sus características físicas
armonizaban de una forma tan perfecta que resultaba increíble.
-¿Cómo has podido
irte?-se preguntaba Díaz una y otra vez-No puedo culparte…No puedo…Yo te hice
infeliz…Yo soy el único culpable…Solamente yo…Yo…Por no haberla querido de
verdad…
Díaz poseía, en opinión de Emily, un
cuerpo 10, perfecto. Tenía el cabello dorado muy fuerte, diríase que oscuro.
Los ojos eran lo que más bello tenía el duque, junto con su altura, que llegaba
a impresionar a Emily: eran claros, con un cierto matiz verde oscuro que
borraba cualquier resto de azul.
-Yo te quiero-le
había dicho Emily-Te amo desde la primera vez que te vi. Lo que me dijiste
quedó atrás. Lo olvidé. No tiene importancia. No vale la pena. Lo importante es
que tú también me amas.
Emily llevaba puesto un abrigo de
color blanco cuando salió de la habitación con las maletas hechas. Debió de
haberse dado cuenta Díaz de que Emily se ponía tensa cada vez que él la tomaba
entre sus brazos. Ella rechazaba su abrazo cuando volvía a casa. Se resistía a
darle un beso.
-Me haces daño-le
decía-Me aprietas con mucha fuerza.
Él no se había dado cuenta de nada.
-Llevo los labios
pintados-le decía Emily-Hueles a whisky. Me da asco tu olor.
Emily había
permanecido sentada al lado de Díaz mientras Ed Sullivan presentaba a Los
Beatles. Díaz recordaba haber hecho un comentario en tono despectivo acerca del
cuarteto.
-¡Maricas!-había exclamado-¡Nunca llegaréis a
nada!
-Cantan bien-había opinado Emily.
Díaz
se echó a reír al ver el cabello largo que llevaba el cuarteto. Rodeó con su
brazo el hombro de Emily y la atrajo hacia sí. En aquel momento, Emily se
apartó con brusquedad de él. Se puso de pie y se dirigió a la habitación. Díaz
dio por sentado que Emily se pondría uno de aquellos conjuntos de lencería tan
sexy que él le había regalado. Sin embargo, en lugar de hacer eso, Emily
abandonó el domicilio conyugal. No había vuelto a saber de ella.
-No quiere verte-le dijo Tom, su cuñado.
Díaz
fue a ver a Tom, el hermano de Emily, en la creencia de que su esposa estaba en
casa de su hermano. Díaz no pasó del recibidor porque Tom no le dejó entrar en
la casa.
-Sé que Emily está aquí-afirmó Díaz.
-Mi hermana está aquí-aseguró Tom-Pero no
quiere saber de ti. Vete antes de que llame a la policía.
Díaz
no quería irse de allí sin ver a Emily y así se lo dijo a Tom.
-Puedo llevarte a la ruina si no me dejas ver
a mi mujer-le amenazó.
Tom
se encogió de hombros. Le daba igual lo que hacía su cuñado. Y así se lo dijo.
Lo único que le importaba era su hermana. Díaz se marchó de la casa de Tom
furioso. Su poder no era ilimitado como creía.
-Volveré-le avisó a Tom antes de irse-Y me iré
de aquí con Emily. Te lo aseguro. Y me vengaré.
-Y yo te mataré si le haces algo a mi
hermana-le amenazó Tom-No me das miedo, cuñado. Y tampoco le das miedo a Emmy.
-¡Es mi mujer!
-Pero Emmy no quiere seguir casada contigo.
-¡Tendría que decírmelo ella! Ya intentó
abandonarme antes y volvió a mí porque me ama y no puede vivir sin mí.
Era demasiado alto y musculoso. Parecía un
gigante. Hubo un tiempo en el que su sola presencia aterrorizaba a Emily. Díaz
salía a la calle y paseaba mientras buscaba a Emily con la mirada sin éxito.
Tenía la sensación de que todas las mujeres con las que se encontraba eran
Emily, pero ella no quería saber nada de él y se escondía. Le odiaba, pensaba
Díaz. Emily ya no le amaba. Le odiaba. Y no le culpaba de ello.
Tenía que haberse dado cuenta de que
Emily se ponía tensa cuando él quería cogerla en sus brazos. Si empezaba a
acariciarla, Emily no le devolvía las caricias.
-Me duele la
cabeza-le decía-No tengo ganas…Quiero dormir…Tengo sueño…¿Por qué no dormimos
en camas separadas? Muchos matrimonios duermen en camas separadas. No tenemos
que dormir juntos todas las noches.
Una
vez, Díaz vio a Emily saliendo de una tienda y, a pesar de que vestía
nuevamente de manera sencilla, nunca antes la había visto tan hermosa. Pasó por
el lado de Díaz. No le miró.
En
cambio, Díaz miró con atención a Emily mientras ella pasaba de largo,
totalmente ajena a su presencia. En un mundo diferente, Emily estaría viviendo
en la mansión de su marido rodeada de toda clase de lujos y fingiendo que no
había pasado nada entre ellos. En su lugar, Emily había estallado. Se había ido
de casa y no pensaba volver nunca. Se había puesto en contacto con su abogado.
No quería nada de Díaz y no tenía ganas de volver a verlo. Su actitud había
conmocionado a su familia (a la suya y a la de su marido). Sorprendentemente,
habían dado el visto bueno a su decisión.
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