lunes, 30 de diciembre de 2013

"LOS BESOS", DE VICENTE ALEIXANDRE

Hola a todos.
Hoy, me gustaría hacer esta entrada rápida porque quiero compartir con vosotros este poema de Vicente Aleixandre.
Vicente Aleixandre nació en Sevilla, en el seno de una familia burguesa, en el año 1898. Este año pasó a la Historia en España por ser el año en el que se perdieron las últimas colonias, algo que se tradujo en una crisis económica y en una crisis también social.
Vicente Aleixandre es miembro de la llamada Generación del 27. 
Ganó el Premio Nobel de Literatura en el año 1977.
Ingresó en la Real Academia de la Lengua en el año 1950, ocupando el sillón de la letra O.
Su poesía se presenta en cuatro fases: poesía pura, poesía surrealista, poesía antropocéntrica y poesía de vejez.
En este poema titulado Los besos está cargado de romanticismo con algunos toques de surrealismo.
Espero que os guste.

No te olvides, temprana, de los besos un día.
De los besos alados que a tu boca llegaron.
Un instante pusieron su plumaje encendido
sobre el puro dibujo que se rinde entreabierto.
Te rozaron los dientes. Tú sentiste su bulto,
En tu boca latiendo su celeste plumaje.
Ah, redondo tu labio palpitaba de dicha.
¿Quién no besa esos pájaros cuando llegan, escapan?
Entreabierta tu boca vi tus dientes blanquísimos.
Ah, los picos delgados entre labios se hunden.
Ah, picaron celestes, mientras dulce sentiste
que tu cuerpo ligero, muy ligero, se erguía.
¡Cuán graciosa, cuán fina, cuán esbelta reinabas!
Luz o pájaros llegan, besos puros, plumajes.
Y oscurecen tu rostro con sus alas calientes,
que te rozan. revuelan, mientras ciega tú brillas.
No lo olvides. Felices, mira, van, ahora escapan.
Mira: vuelan, ascienden, el azul los adopta.
Suben altos, dorados. Van calientes, ardiendo.
Gimen, cantan, esplenden. En el cielo deliran.


jueves, 26 de diciembre de 2013

CITA SOBRE EL AMOR

Hola a todos.
Aunque ya sé que me había hecho el propósito de no volver a hacer ninguna entrada en ninguno de mis blogs hasta enero, me he encontrado con esta interesante cita acerca del amor.
Una que es una romántica incurable ha decidido compartirla con vosotros. Pertenece al gran poeta chileno Pablo Neruda.

El amor no se mira, se siente, y aún más cuando ella está junto a ti.

sábado, 21 de diciembre de 2013

GIF NAVIDEÑO

Hola a todos.
Aquí os dejo este gif navideño.
Espero que os guste.




¡FELIZ NAVIDAD A TODOS! 

jueves, 19 de diciembre de 2013

"BESOS" DE GABRIELA MISTRAL

Hola a todos. 
Hoy, me gustaría compartir con vosotros este apasionado poema de Gabriela Mistral. 
Es el seudónimo de la poetisa chilena Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga. Es la única mujer latinoamericana ganadora del Premio Nobel de Literatura. Lo ganó en el año 1945. 
Está considerada como una de las principales figuras literarias del siglo XX, no sólo en América del Sur, sino en todo el mundo. 
Este poema nos da buena fe del porqué de ello. 

Hay besos que pronuncian por sí solos 
la sentencia de amor condenatoria, 
hay besos que se dan con la mirada 
hay besos que se dan con la memoria. 
Hay besos silenciosos, besos nobles 
hay besos enigmáticos, sinceros 
hay besos que se dan sólo las almas 
hay besos por prohibidos, verdaderos. 
Hay besos que calcinan y que hieren, 
hay besos que arrebatan los sentidos, 
hay besos misteriosos que han dejado 
mil sueños errantes y perdidos. 
Hay besos problemáticos que encierran 
una clave que nadie ha descifrado, 
hay besos que engendran la tragedia 
cuantas rosas en broche han deshojado. 
Hay besos perfumados, besos tibios 
que palpitan en íntimos anhelos, 
hay besos que en los labios dejan huellas 
como un campo de sol entre dos hielos. 
Hay besos que parecen azucenas 
por sublimes, ingenuos y por puros, 
hay besos traicioneros y cobardes, 
hay besos maldecidos y perjuros. 
Judas besa a Jesús y deja impresa 
en su rostro de Dios, la felonía, 
mientras la Magdalena con sus besos 
fortifica piadosa su agonía. 
Desde entonces en los besos palpita 
el amor, la traición y los dolores, 
en las bodas humanas se parecen 
a la brisa que juega con las flores. 
Hay besos que producen desvaríos 
de amorosa pasión ardiente y loca, 
tú los conoces bien son besos míos 
inventados por mí, para tu boca. 
Besos de llama que en rastro impreso 
llevan los surcos de un amor vedado, 
besos de tempestad, salvajes besos 
que solo nuestros labios han probado. 
¿Te acuerdas del primero...? Indefinible; 
cubrió tu faz de cárdenos sonrojos 
y en los espasmos de emoción terrible, 
llenáronse de lágrimas tus ojos. 
¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso 
te vi celoso imaginando agravios, 
te suspendí en mis brazos... vibró un beso, 
y qué viste después...? Sangre en mis labios. 
Yo te enseñé a besar: los besos fríos 
son de impasible corazón de roca, 
yo te enseñé a besar con besos míos 
inventados por mí, para tu boca.



viernes, 13 de diciembre de 2013

FRAGMENTO DE "MANSFIELD PARK"

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros un fragmento de una de las novelas de Jane Austen que más ha dado de qué hablar.
Me refiero a Mansfield Park. 
Fanny Price, la protagonista, es una joven que ha levantado odios y amores al mismo tiempo. Debido a su carácter tranquilo, queda muy sosa si la comparamos con la decidida Elizabeth Bennet o con la impulsiva Marianne Dashwood o con la inteligente Emma.
Para mí, Fanny es una perfecta mezcla entre la dulce Jane Bennet (uno de mis personajes favoritos de Jane Austen) y la paciente y razonable Elinor Dashwood.
Seamos sinceros, las autoras de novela romántica, empezando por Bárbara Cartland, se fijaron en el personaje de Fanny para crear a muchas de sus heroínas. Jóvenes que quedan huérfanas y no tienen recursos para salir adelante, por lo que se van a vivir a la mansión de sus tíos, con sus primos, los cuales le hacen la vida imposible.
Fanny es la primigenia en ese sentido.
El fragmento que quiero compartir es breve, pero cargado de intensidad:

Que otras plumas se extiendan en la culpa y la desdicha. Yo dejo al punto esos temas odiosos, impaciente por devolver alguna paz a los que no tuvieron demasiada responsabilidad, y terminar con lo demás.



Fotograma de la adaptación que se hizo en 1999 de Mansfield Park. 

lunes, 9 de diciembre de 2013

ANYWHERE IS

Hola a todos.
Hoy, inicio una nueva sección dedicada a las canciones que más nos han marcado. Canciones con melodías pegadizas...Canciones con las que no podrás parar de bailar. Canciones para escucharlas en silencio. Canciones que te emocionarán hasta las lágrimas.
Anywhere is es una canción preciosa. La cantante irlandesa Enya posee la voz maravillosa que la hace idónea para interpretarla. Pertenece al disco The Memory of Tries, que fue lanzado en el año 1995.
Os dejo con esta bellísima canción, muy descriptiva y llena de poesía.


jueves, 5 de diciembre de 2013

FRAGMENTO DE "LA EDAD DE LA INOCENCIA"

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros este fragmento de la novela de Edith Wharton La edad de la inocencia. 
He visto, y no estoy exagerando, la adaptación al cine que hizo Scorsese hace ya dos décadas unas seis veces. ¡Es una película bellísima! La puesta en escena nos traslada al Nueva York de 1870. Las imágenes poseen una belleza delicada. Las interpretaciones son increíbles. Los personajes te cautivan con su personalidad. Nos permite descubrir cómo era de hipócrita la alta sociedad de la época. Una época de doble moral en la que las mujeres debían de permanecer castas siendo solteras y los hombres casados tenían amantes y sus mujeres aguantaban por la posición y el qué dirán.
May, la esposa de Newland, aunque pueda parecer tonta, de tonta no tiene ni un pelo y utiliza su gran inteligencia (ésa que Newland no es capaz de ver) para frustrar el amor, un amor contenido y nunca consumado, entre su marido y su prima Ellen. Cuando Newland se entera, ya en París, se pone pálido y su voz se quiebra cuando dice:
-No me lo pidió. Nunca me lo pidió.
Sólo dos personajes destacan por su autenticidad. Catherine Mingod, la mujer más importante de la ciudad y abuela de Ellen y de May, una mujer de carácter rebelde, valiente y con una personalidad fuerte y enérgica que sólo sigue las normas que ella misma dicta para sí y a la que le importa bien poco lo que digan los demás de ella; y su nieta Ellen, fiel reflejo, en un primer momento, de la personalidad de su abuela (está mal que lo diga, pero Ellen es la nieta favorita de la señora Mingod), pero que, por no hacerle daño a su prima May, decide renunciar a lo que más ama en el mundo, es decir, a Newland.
Aquí os dejo con un fragmento de esta hermosa novela. Vemos una conversación entre Newland y Ellen. Dos enamorados condenados por la sociedad a no poder estar juntos. El miedo y el qué dirán pesa sobre ellos.

  -Hace mucho tiempo que esperaba una oportunidad como ésta para decirte cuánto me has ayudado, qué has hecho de mí...
    Archer la miró de hito en hito, el ceño fruncido.  La interrumpió con una carcajada.
    -¿Y qué te parece lo que tú has hecho de mí?
    La condesa palideció un poco.
    -¿De tí?
    -Sí, porque soy obra tuya mucho más que tú obra mía.  Soy el hombre que se casó con una mujer porque otra le dijo que lo hiciera.
    La palidez de Madame Olenska se transformó en rubor.
    -Creí... prometiste... que hoy no ibas a decir estas cosas.
    -¡Ah! ¡Siempre mujer! ¡Ninguna de vosotras quiere llegar hasta el fondo en los asuntos desagradables!
     Ella respondió en voz baja. 
     -¿Es un asunto desagradable... para May?
     Archer, de pie junto a la ventana, tamborileando los dedos en el marco levantado, sintió en todas sus fibras la melancólica ternura con que había pronunciado el nombre de su prima.


miércoles, 4 de diciembre de 2013

"MARÍA" DE JORGE ISAACS

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros un fragmento de la primera y única novela de Jorge Isaacs, María. 
Jorge Isaacs fue un poeta y novelista colombiano que vivió durante el siglo XIX y presenció la consolidación de la República de Colombia.
Su primera y única novela fue María, que mezcla el más puro estilo romántico de principios del siglo XIX con el naturalismo que empezaba a imperar a mediados de ese periodo.
Cuenta la historia de amor trágico que vive un joven de buena familia, Efraín, con su prima María. Ésta es una chica huérfana que vive acogida por sus tíos desde la muerte de su madre a consecuencia de una enfermedad que hereda ella. Efraín estudia Medicina. Los dos se separan en varias ocasiones, pero sostienen su amor gracias a las promesas de amor que se hicieron.
Aquí os dejo un fragmento de María:


Una tarde, tarde como las de mi país, engalanada con nubes de color violeta y campos de oro pálido, bella como María, bella y transitoria como fue ésta para mí, mi hermana y yo, sentados sobre la ancha piedra de la pendiente, desde donde veíamos a la derecha en la honda vega rodar las corrientes bulliciosas del río, teniendo a nuestros pies el valle majestuoso y callado, leía yo el episodio de Atala. 


 Fotograma de la primera adaptación cinematográfica de María, rodada en el año 1921.

martes, 3 de diciembre de 2013

EL CARTERO MALO

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros este fragmento de un cuento del poeta bengalí Rabindranath Tagore, que vivió entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XIX en Calcuta. Además de poeta fue también artista, dramaturgo, músico, novelista y compositor y uno de los principales reformadores de la cultura bengalí.
Este cuento se llama El cartero malo. 
Espero que os guste.


Madre, di, ¿por qué estás tan callada y tan triste, sentada ahí, en el suelo? ¿No ves que la lluvia entra por la ventana y que te está mojando?
Oye, el gong está dando las cuatro y hermano tiene que volver ya del colegio. ¿Qué té pasa, di madre, por qué estás tan rara? ¿Es que no has tenido hoy carta de papá?
A todo el pueblo le trajo hoy el cartero una carta, yo lo he visto.
Sólo las cartas de papá se las guarda en un saco para leérselas él.
¡Madre! ¡Estoy seguro de que el cartero es muy malo!


 Foto del poeta bengalí Rabindranath Tagore. 

lunes, 2 de diciembre de 2013

DAMA DE 1836

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros una ilustración que es del año 1836.
En dicha ilustración, aparecen los dibujos de tres mujeres de la época vestidas a la moda.
Es ésta:



Me encantan esas faldas que apenas enseñan los dedos de los pies. Los peinados tan complicados...¿Y qué me decís de los sombreros?
Nos trasladan a otra época. Una época idealizada y romántica, pero también difícil en muchos aspectos.
Una época de grandes cambios, conflictos y adelantos con la que podemos soñar despiertos.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

VOLVERTE A VER (REPOSICIÓN)

Hola a todos.
Lo prometido es deuda.
Aquí tenéis la segunda parte de mi relato Volverte a ver, que he repuesto en este blog.
¡Espero que os guste!

                           Jacobo fue a ver a Eugenia a su habitación la noche antes de su partida. Quería despedirse de ella a solas. Ella no podía conciliar el sueño. Tras dar muchas vueltas en la cama, optó por quedarse sentada hasta el amanecer. Los nervios la estaban consumiendo. Encendió la lámpara de quinqué que tenía en la mesilla de su habitación. Aún no había llegado a la isla la electricidad. Jacobo entró en la habitación sin llamar y vio que Eugenia estaba despierta.
                Los ojos de Jacobo brillaban llenos de amor y de deseo al posarse sobre Eugenia. Ella se puso tensa y adivinó los pensamientos de él.
-Eugenia...-susurró Jacobo.
                 Se acercó a la joven y se sentó a su lado en la cama. Cogió las manos de la joven y sus miradas se encontraron. Jacobo cogió el rostro de Eugenia entre sus manos. Ella se envalentonó y su boca buscó la boca del joven. Cuando la encontró, le dio un beso cargado de ternura. Al acabar el beso, Jacobo le dio otro beso, mucho más largo y mucho más intenso que el anterior.
-Lo siento-se disculpó.
-Si te vas, quiero que te lleves un recuerdo mío-dijo Eugenia.
-Cuando regrese, nos casaremos. Te lo juro.
-Sé que volverás.
-Volveré.
                 Poco a poco, Jacobo fue despojando a Eugenia de su camisón. Él tan sólo llevaba puesta la bata. Solía dormir desnudo.
                 Puedes pedirle que pare, pensó Eugenia. Aún estás a tiempo. No habrá pasado nada.
                  La puerta de la habitación la había cerrado Jacobo. Se besaron muchas veces con gran pasión. Se acariciaron el uno al otro. Jacobo estaba cada vez más excitado. Hacía mucho que no estaba con una mujer. Eugenia estaba deseando ver qué pasaba. Pero, al mismo tiempo, sentía miedo. Era virgen. Jacobo tenía cierta experiencia. Si bien...Su experiencia era más bien escasa. Y nada refinada...
                 Eugenia respondió con ardos a cada beso. Jacobo la besaba con pasión. La abrazaba con cariño mientras la recostaba sobre la cama. Eugenia dejó de tener miedo. Él la estaba besando con dulzura. La estaba besando con pasión. Pero también la estaba besando con amor. Y ella devolvía beso por beso como él quería.
               De alguna manera, Jacobo entendió cómo debía de complacer a Eugenia. Ella necesitaba su tiempo. De pronto, se vio así mismo besando el cuerpo de la muchacha por todas partes. Besó su cuello numerosas veces. Llenó de besos su rostro. Llenó de besos sus hombros. Su boca se apoderó ávidamente de cada uno de sus pechos. Bajó por su abdómen. Recorrió lentamente sus piernas.
             Entonces, Jacobo se introdujo en el cuerpo de Eugenia. Ella tuvo la sensación de que habían dejado de ser dos personas independientes. Se habían convertido en un único ser.
                 Y así era como debía de ser.



                     Nadie supo lo ocurrido aquella noche en la habitación de Eugenia. Ella no se arrepintió de nada. Le había entregado su virginidad a Jacobo. El hombre que ella amaba. Él le había prometido que, a su regreso, se casarían. Y ella confiaba ciegamente en su palabra.
                La despedida fue muy dolorosa para todos. Bernardo se despidió de sus padres. No era la primera vez que se marchaba. Y estaba seguro de que regresaría. ¿No había vuelto siempre?
               Se despidieron en el recibidor.
                La señora Mancusí bendijo a su hijo y a Jacobo.
               La mujer lloraba desconsoladamente. Su marido, en cambio, miraba con orgullo a su hijo y a Jacobo. Éste pidió entregarle un regalo a Eugenia a solas. Le entregó un anillo. Había pertenecido a su madre. Su padre se lo regaló cuando le pidió matrimonio. Era la manera que tenía de asegurarle a Eugenia que volvería y se casaría con ella.
-Prométeme que te cuidarás mucho-le exigió la joven.
-Te lo prometo-le prometió Jacobo.
-No dejes que te mate ninguna bala. O que la fiebre acabe contigo.
-Ninguna bala me alcanzará. Y me cuidaré para no enfermar. Porque pienso volver.
-Y nos casaremos.
                  Jacobo le dio un largo y dulce beso a Eugenia antes de irse.
               
                        A finales del mes de agosto, llegó a España la noticia de que se había firmado un armisticio con Estados Unidos.
                       Bernardo le había escrito una larga carta a Eugenia. En ella, le contaba que había conocido a una joven estadounidense. Se llamaba Kendall.
                      La había conocido en La Habana.
                      Bernardo y Kendall se habían enamorado. Ese amor se había convertido en un tormento para el hombre. Se suponía que Kendall era el enemigo. Estados Unidos...Pero la amaba. Y no sabía qué hacer.
                     Lo malo era que ella también le amaba. Kendall estaba dispuesta a escaparse con Bernardo. Se iría a vivir a la isla de Sant Antoni con él. Eugenia guardó la carta en un cajón de su mesilla de noche. Se preguntó si Bernardo le contaría lo que le estaba pasando a sus padres. Éstos echaban pestes sobre Estados Unidos. Que si eran unos salvajes. Que si allí la gente se moría de hambre.
                    Bernardo quería casarse con Kendall. En su carta, le decía a su hermana que se veía teniendo muchos hijos con ella. Era la mujer que siempre había estado esperando. Era tan hermosa como inteligente y fuerte. En sus letras, Eugenia adivinó el amor que su hermano sentía por aquella joven. Y su mente volaba hacia Jacobo. ¿Estaría pensando en ella? ¿La echaría de menos? Ella rezaba todos los días por él. Se había firmado un armisticio. ¿Significaría que Jacobo iba a volver a casa? ¡Dios lo quiera!, pensaba Eugenia. ¡Ojala regrese pronto a mi lado! 



                      Jacobo odiaba la guerra. No entendía el porqué estaba combatiendo en aquel país. Se hallaba muy lejos de casa. Y lo peor de todo era que se encontraba muy lejos de Eugenia. Cada vez que entraba en combate, Jacobo luchaba por no dejarse llevar por el miedo. Porque creía que iba a morir. Iba a morir en aquella tierra extranjera. Iba a morir muy lejos de Eugenia. Y no iba a volver a verla. Antes, no le había importado morir. Tenía el corazón roto. Pero tenía un buen motivo por el que vivir.
                    A la luz de la hoguera, Jacobo apenas hablaba. Sus compañeros hablaban de la vida que habían dejado atrás en España. Una familia...Un trabajo...Algunos de sus compañeros no eran militares. Estaban allí casi a la fuerza. Jacobo había oído hablar del sistema de quintas. Que sólo aquellos que pagaban una cierta cantidad de dinero se libraban de ir a la guerra.
                     Él era militar. Pero estaba cansado de aquella vida. Se alistó en el Ejército tras la muerte de su prometida.
                    Tenía varias cicatrices en su cuerpo, producto de la explosión. Pero sus cicatrices no habían repelido a Eugenia.
                    ¿Estaría ella bien? ¿Pensaría en él? ¿Rezaría por él? Jacobo se hacía todas aquellas preguntas. Y otras tantas...
                   ¿Cuándo acabaría aquella maldita guerra?
                  Odiaba tener las manos manchadas con la sangre de personas a las que no había visto en su vida. Hombres, sobre todo. Hombres que, al igual que él, tenían una vida.
                 Se sentía tentado a desertar. A abandonar todo aquello. Pero no se atrevía a dar ese paso.
                Era un cobarde.
                Había visto morir a sus compañeros. Algunos habían muerto en el campo de batalla.
                 Otros habían muerto a consecuencia de las enfermedades. Jacobo no quería enfermar. A veces, se pasaba días enteros sin beber agua por si acaso enfermaba.
                Estaba volviéndose poco a poco loco. Le escribía a Eugenia largas cartas. Le juraba una y mil veces amor eterno. Y era verdad. Porque en su cabeza no cabía la imagen de otra mujer. Eugenia era la dueña de su corazón. De su cuerpo...Le preguntaba si ella pensaba en él. Si lo echaba de menos. Porque a Jacobo le dolía el corazón de tanto añorar a Eugenia.
                  Ya no pensaba en su prometida.
                  Se defendía cuando se veía envuelto en alguna escaramuza. Era bastante bueno en la lucha cuerpo a cuerpo.
                  No pensaba en nada cuando apretaba el gatillo en el campo de batalla.
                 Olía a sangre. A cadáveres pudriéndose en el suelo donde estaban tirados.
                  Jacobo acababa manchado de polvo y de sangre. No veía la destrucción y la muerte que había a su alrededor.
                  Sólo pensaba en volver a casa. Regresaría a la isla de Sant Antoni. Y buscaría a Eugenia.
                 Cumpliría el juramento que le hizo aquella noche.
                 Recordaba cómo aquella noche se quedó dormido abrazo a Eugenia.
                Evocaba los besos y las caricias que ambos habían compartido en aquella habitación. La cama de Eugenia fue testigo mudo de aquellas horas cargadas de ternura y de pasión. Fue la noche más feliz de la vida de Jacobo. Había muerto la terrible noche del Liceo y había vuelto a la vida entre los brazos de Eugenia.
                Perdido en su piel, no había pensado en nada. Jacobo se aferraba con desesperación a aquel recuerdo. Era lo único que le unía a la vida en medio de tanta desolación. De tanto horror...
                Veía el horror dibujado en los rostros de los niños que había encontrado a lo largo de aquellos meses. Niños que vagaban solos buscando a sus padres. Veía el terror dibujado en los rostros de las mujeres. Las casas en las que habían vivido ellas, sus hijos y sus maridos habían sido reducidas a cenizas. No sabían nada de sus maridos.
                  Jacobo tenía pesadillas por las noches. No volvería a ser el mismo después de aquella terrible experiencia.
                 Si no volvía a ver a Eugenia, prefería morir.
                Era lo mejor.

               Eugenia no quedó embarazada a raíz de su noche de pasión con Jacobo y eso le dolió porque se imaginaba con un hijo suyo. A veces, cuando se quedaba a solas en su habitación, Eugenia daba rienda suelta a su dolor. Si pasaba días sin saber nada de Jacobo, se ponía en lo peor.

                 Era un día en el que llovía mucho. Eugenia permanecía de pie junto a la ventana del salón. Su padre estaba leyendo el periódico en voz alta. Jacobo no tardaría mucho en regresar a casa. La esperanza no se iba de su corazón. Se giró y miró a su padre, que tenía el gesto entre esperanzado y triste a la vez. España había firmado la paz con Cuba y con Estados Unidos. A cambio, había entregado sus últimas colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
-¿De qué no sirve vivir en paz?-se preguntó en voz alta el señor Mancusí-¡Si ya no somos un Imperio! ¡Si nos hemos quedado a la altura del betún!
-Al menos, viviremos en paz-dijo su mujer-Nuestros hijos no tendrán que sufrir los rigores de una guerra.
-Eso es un consuelo.



                    Una mala noticia llegó para los Mancusí. Su hijo Bernardo había muerto en combate.
                 La última carta que Eugenia recibió de su hermano, a mediados de noviembre, le destrozó el corazón. Bernardo le contaba que su amada Kendall había muerto.
                Una epidemia había acabado con su vida. Bernardo no tenía ningún motivo para seguir viviendo. Que no le importaba morir en combate. Había perdido a la mujer que amaba. ¿Cómo iba a seguir adelante?
                Desde entonces, Eugenia había vivido con miedo.
                Sabía que su hermano había tenido numerosas aventuras. Pero intuía que con Kendall era diferente. Se veía por primera vez a Bernardo enamorado. Pero el destino había sido cruel. Le había arrebatado a la mujer que amaba cuando empezaba a imaginar un futuro a su lado. Eugenia tenía una sospecha. Bernardo se había dejado matar en combate.
                Sus padres quedaron destrozados ante la noticia de la muerte de su hijo mayor. Al menos, el superior de Bernardo les había garantizado que el cuerpo del teniente Mancusí retornaría a casa. Sería enterrado en el mausoleo de la familia. Pero eso no consolaba a su familia.

               El viaje de vuelta a España se le hizo eterno a Jacobo. Pasaba largas horas sentado en un banco en la cubierta del barco que le traía de vuelta a casa.
              La guerra había acabado. No pensaba en que España había perdido las últimas colonias que le quedaban.
              Pensaba en que él estaba vivo.
              Miraba los rostros de sus compañeros. Todos se mostraban taciturnos y pensativos. Algunos, incluso, derramaban alguna que otra lágrima.
              Jacobo, en cambio, estaba contento. Muy a pesar de sus compañeros, no disimulaba su alegría. Iba de regreso a casa. Volvía al lado de Eugenia. Nada ni nadie lo iba a separar de nuevo de ella. Una nueva vida se abría ante él. Se casaría con Eugenia. Vivirían juntos hasta el final de sus días. Veía el amanecer en la cubierta del barco. Y sonreía al pensar en la muchacha que lo esperaba en la isla de Sant Antoni.
             Aún sufría pesadillas. Escuchaba el sonido de los disparos. El aire del mar le traía el olor de la pólvora. El olor de la sangre...Le revolvía el estómago.
             Jacobo pasaba largas horas en cubierta. Se asomaba por la barandilla del barco. Cuba estaba cada vez más lejos. En cambio, España estaba cada vez más cerca.
            Sus compañeros le echaban en cara su buen humor. ¿Acaso no se daba cuenta de lo que se había perdido? ¡Las últimas colonias españolas! Jacobo no lo veía de aquel modo.
             En quien estaba pensando era en Eugenia. En que no tardaría mucho en volver a verla. Entonces, se casarían y él dejaría atrás aquella pesadilla. 
  
               Era el día de Nochebuena. Eugenia había salido a dar un paseo por la orilla de la playa. Se sentó en una duna y miró hacia el horizonte. Había una barca a lo lejos que parecía que se estaba acercando poco a poco a la isla.
               Pese a que era invierno, el cielo estaba completamente despejado. El Sol brillaba débilmente, pero brillaba. Hacía una temperatura agradable.
               Cogió una caracola que había allí. Se la llevó al oído para escuchar lo que decía. Creyó estar escuchando su nombre, pero Eugenia pensó que era sólo el susurro de las olas. La barca se acercó hasta quedar varada a la orilla de la playa.
              Un hombre joven y vestido con el uniforme de soldado se acercó a ella y le tapó los ojos. Eugenia se sobresaltó. Se puso de pie y se giró para ver quién era. El corazón de la joven empezó a latir muy deprisa. Le tocó la cara. Lo abrazó mientras lo palpaba. ¡Era Jacobo!
-¡Eugenia, amor mío!-exclamó él.
                Los dos lloraban y reían a la vez.
-¡Has vuelto!-exclamó Eugenia.
-Hablaré hoy mismo con tus padres-le aseguró él-Nos casaremos después de Reyes. Me quedaré a vivir contigo en esta isla.
-¡Estoy soñando!
              Eugenia sollozaba de alegría. Llevaba puesto un vestido negro porque le guardaba luto a su hermano. Desde el cielo, pensaba la muchacha, Bernardo y Kendall se alegrarían de verles juntos y felices.
-No estás soñando-le aseguró Jacobo-He vuelto a tu lado, como te prometí que haría. He vuelto para quedarme.
                Eugenia seguía sin creérselo. Jacobo la abrazó con fuerza. Ella llenó de besos la cara de él. Se fundieron en un beso cargado de pasión y de fuerza.
               
                Esa noche, Eugenia y Jacobo volvieron a estar juntos. Renovaron las promesas que se hicieron la noche antes de la partida de él.
               Pasaron la noche en la habitación de invitados, donde Jacobo dormía.
-Estás mucho más bella-le dijo.
               La mirada de Jacobo estaba cargada de anhelos. Llena de amor...Los dos estaban desnudos. Las manos del muchacho acariciaban la espalda de Eugenia. Había echado de menos a aquella hermosa rubia. A aquella joven delgada y de piel blanca como la leche...
              Se besaron con pasión. ¡Cuántas veces había soñado Jacobo con besar así a Eugenia! Fue algo mucho más apasionado que la primera vez. Las manos de ambos se acariciaban mutuamente. Jacobo había añorado a Eugenia hasta el dolor. Y aquella añoranza había sido mutua.
                No podía parar de besarla.
                Empezó a besarla en el cuello. Bajó por un hombro de Eugenia. Sus labios estaban en todas partes. Ella no había querido hacerle preguntas acerca del frente. Si había estado con otras mujeres. Jacobo le había sido fiel en todos los aspectos.
               Estaba muy excitado. Los labios de Jacobo acariciaron los pechos de Eugenia. Los besó muchas veces.
               Eugenia se preguntaba si una mujer decente podía sentir la excitación que estaba sintiendo. Pero fue una pregunta que pasó fugaz por su mente. Las manos de la joven no podían estarse quietas. Tenían que estar acariciando el cuerpo de Jacobo. Los labios de Eugenia se posaron sobre el pecho de él. Su boca bajó hasta el vientre de Jacobo. Llegó, incluso, a pellizcarle el trasero. Le oía gruñir como un animal en celo.
                 Soy yo, pensó Eugenia. Es por mí. Es curioso.
               Está excitado por mí. ¡Qué cosa más rara!
              No se sintió rara como la primera vez cuando Jacobo invadió su cuerpo.
              La primera vez sintió dolor.
               Esta vez, quería más y más de él. Fue una lucha cuerpo a cuerpo en la cama. Los dos querían más del otro. Querían recuperar el tiempo perdido durante aquellos dolorosos meses. Cuando habían creído que nunca más volverían a verse. Entrar. Salir. Exigir. Jadear. Gruñir. No sabían en qué momento habían dejado de actuar como personas racionales. Y se habían convertido en animales salvajes. Escalar hacia la cima. Explotar.
             Volar por el cielo en medio de fuegos artificiales.
              Estar de nuevo los dos juntos.
            Jacobo descansó la cabeza sobre el hombro de Eugenia. Cuando recuperó el aliento, se hizo a un lado para no aplastarla con el peso de su cuerpo. Ella le dio un beso en los labios. Tenían que hablar.
-Pensé que no iba a volver a verte-le confesó Eugenia.
-No quería morir-le aseguró Jacobo.
-He rezado mucho por ti.
-Yo también rezaba por volver a tu lado.
              Jacobo le dio un beso a Eugenia en la mejilla.
-Sólo lamento que Bernardo no alcance la felicidad-dijo la muchacha.
-Tu hermano es feliz-le dijo Jacobo-Está con Kendall. Está con la mujer que ama. Nada ni nadie podrá separarles.
-Y tú has vuelto a mí.
-Te amaba demasiado. Te amo demasiado. No podía morir. Tenía que volver a ti.
                Poco a poco, Eugenia se fue quedando dormida.
               Pero Jacobo no podía conciliar el sueño.

               De madrugada, volvió a sentir de nuevo el cuerpo de Eugenia.
-Geni...-la llamó.
               La pasión se apoderó nuevamente de ellos. Jacobo tenía mil planes de futuro para ambos. Cogió el rostro de Eugenia entre sus manos. La besó de manera arrebatada y ardiente. Medio dormida, aquel beso desperezó del todo a Eugenia. Y le correspondió de igual forma.
                 Acostados en la cama, los dos vivían ajenos a todo. Los meses pasados habían sido una pesadilla. Pero estaban de nuevo juntos. 
                Jacobo no podía dejar de besar a Eugenia. Estaba con ella y eso era lo único que le importaba. 
               Su cuerpo presentaba muchas cicatrices. No se trataban sólo de cicatrices producidas durante los terribles meses pasados. Otras cicatrices eran producto de aquella terrible noche en el Liceo. Veía sangre. Cristales rotos...Gente correr asustada. 
               El pasado debía de quedar atrás. Empezaba una nueva vida para él. Su nueva vida empezó cuando conoció a Eugenia. Cuando se dio así mismo la oportunidad de volver a amar. De que su lugar estaba con aquella muchacha. No podía parar de tocarla. Y ella, a su vez, no podía parar de acariciarle a él. 
              Jacobo cerró los ojos.
              Creyó que moriría de felicidad y de placer cuando la lengua de Eugenia recorrió cada rincón de su cuerpo. 
                 Aquella segunda vez estuvo cargada de gran pasión. Pero...No sólo eso...Hubo también una gran ternura.



                       Eugenia se despertó con el canto del gallo. Sin embargo, lo ignoró. Era el día de Navidad. Se quedó dormida abrazada a Jacobo. Su regalo de Navidad...
                Sonrió al pensar que lo tenía de nuevo a su lado. 
                Jacobo estaba con ella. 
               Había vuelto a casa. Había vuelto con ella. Nunca más volverían a separarse.  

                                                                 FIN  

martes, 26 de noviembre de 2013

VOLVERTE A VER (REPOSICIÓN)

Hola a todos.
Ayer, subí mi relato Volverte a ver a publize.com, una red social que te permite subir tus relatos, leer otros relatos y compartirlos con otros apasionados de la escritura.
Para celebrarlo, he decidido reponer en este blog Volverte a ver. En febrero, la publiqué en mi blog "Un blog de época". Aún así, me gustaría que también viera la luz en este blog.
Y aquí tenéis la primera parte.
Mañana, si puedo, subiré la segunda parte.
¡Espero que os guste!

VOLVERTE A VER

              Por ahí viene Eugenia. Es bella, hay que reconocerlo, pero es demasiado... no sé, demasiado, ¿cerrada? ¿tímida? ¡Pobrecilla! Es aún muy cría y ya posee esa clase de belleza que vuelve loco a los hombres

                Estamos en el año 1898.
              Eugenia Mancusí era una joven a la que le gustaba mucho leer. Era la única hija de un adinerado matrimonio. Sus padres estaban volcados en ella. Tenía un hermano mayor. La diferencia de edad entre ambos era de trece años. Eugenia tenía la sensación de que apenas conocía a su hermano. Cuando ella era una niña, su hermano era ya un hombre inquieto. Nunca estaba en casa. Tenía sed de aventuras. Rara vez se dejaba caer por allí.
               Aquel mismo año, Eugenia había celebrado su puesta de largo. Había pasado sin pena ni gloria por los salones de baile. O eso pensaba ella. En su mente, tenía la sensación de que había jóvenes mucho más hermosas que ella. Mujeres que brillaban con luz propia.
               Eugenia había recibido una esmerada educación. Sabía comportarse como toda una señorita.
               Eugenia vivía en la isla de Sant Antoni, en el Delta del Ebro. Pero se encontraba pasando una temporada en Barcelona. Le asustaba la oleada de atentados anarquistas que estaban teniendo lugar en la ciudad en aquella época.
               A pesar de eso, Eugenia estaba disfrutando de la temporada social. Le gustaba ir a los bailes. Le conmocionó ver las huellas que el atentado anarquista que había sufrido el Liceo hacía unos años había dejado en el mítico teatro. Otras veces, soñaba con volver a casa. Quería encerrarse en su habitación. Y coger un buen libro para leerlo.
               Había un hombre que estaba mirando a Eugenia con otros ojos. Jacobo Rovira era compañero de armas del hermano de la joven, si bien no la conocía en persona. En un primer momento, no supo relacionar a Eugenia con su superior. El hermano de ésta era su teniente.
                La vio en una ocasión en una librería comprando un libro. Le pareció la mujer más bella que jamás había visto. Su prometida había muerto tiempo atrás en el atentado del Liceo. La recordaba como una joven tan alta como él. Eugenia no se parecía en nada a ella. Si acaso, las dos vestían a la última moda. Llevaba oculto su pelo rubio tras un moderno sombrerito. Sus ojos eran de color azul grisáceo y brillaban. Su prometida siempre había sido una joven esbelta y bien proporcionada. Aún le dolía pensar en ella. Habían ido juntos al Liceo aquella fatídica noche. Él había sobrevivido, pero había resultado herido de gravedad.
              Aún así, estaba vivo y ella estaba muerta.
             La vio salir de la librería acompañada por una mujer vestida con ropa más sencilla. Dedujo que se trataría de su doncella personal. La vio perderse entre la gente. Tenía el porte digno de una Reina y rezumaba elegancia por los cuatro costados.
              Un fin de semana, Eugenia y sus padres regresaron a la isla.
              Su hermano volvía a casa. Traía consigo a un invitado.
              Era un viernes por la tarde cuando Bernardo, el hermano de Eugenia, volvió a casa. La Navidad ya había pasado. Eugenia estaba sentada junto al juego. Estaba bordando un pañuelo. Formaría parte de su ajuar de boda. Si es que me caso, pensaba la joven. Que lo dudaba. Llevaba puesto un vestido de color blanco.
               Jacobo y Bernardo entraron juntos. Esteban clavó la vista en la nuca de la joven rubia que estaba bordando muy cerca de la chimenea. ¡Es ella!, pensó con un sobresalto.
                La vio ponerse de pie en cuanto Bernardo la llamó. Tenía los mismos ojos de color azul grisáceo que él recordaba. Preciosos...Enormes...
-¡Bernardo!-exclamó.
                Se abalanzó sobre él y lo abrazó con tanto ímpetu que Bernardo estuvo a punto de caerse al suelo.
-¡Cuánto tiempo ha pasado!-exclamó Eugenia.
-Me alegro muchísimo de verte-afirmó Bernardo.
                Rodeó los hombros de Eugenia con el brazo. Ella se apoyó en él. Jacobo era incapaz de apartar la vista de ella. Eugenia resplandecía de dicha al pensar en su hermano.
-Quiero presentarte a una persona-le dijo Bernardo.
-¿De quién se trata?-inquirió Eugenia.
-Es un buen amigo mío que va a pasar unos días con nosotros.
                Antes, volvió a abrazarla. Eugenia acababa de cumplir dieciocho años. Había crecido mucho desde la última vez que se vieron. Tenía el rostro de una pilla encantadora. Ya no era ninguna niña. Era toda una mujer. Y una mujer muy guapa, por cierto.
-Es un placer conocerla, señorita-le dijo Jacobo.
              Cogió la mano de Eugenia y se la besó.
               Ella lo miró con cierta picardía.
-Lo mismo digo, señor-contestó.
               Tenía unas facciones adorables. Llevaba su cabello de color rubio dorado recogido en una trenza que caía sobre su hombro. Jacobo volvió a besarle la mano en un descuido de Bernardo. Eugenia sintió cómo una oleada de calor inundaba su cuerpo al sentir sobre su mano el contacto de los labios de Esteban. 
-Algo me dice que tengo que tener cuidado con usted-apostilló-Es la clase de hombre que lleva a la ruina a una dama. 
-Le aseguro que soy todo un caballero-afirmó Jacobo.



                     Al día siguiente, Jacobo y Eugenia salieron a dar un paseo por la isla acompañados por la doncella personal de Eugenia. Ella lo llevó a las marismas que estaban cerca de su casa. Aprovechando que la doncella estaba ocupada mirando el vuelo de un ave, Jacobo cogió la mano a Eugenia y ésta no la retiró.
 Cuando la doncella se giró para mirarles, Jacobo retiró rápidamente la mano, pero le guiñó un ojo a Eugenia.
-Será mejor que volvamos a casa, señorita-dijo la doncella-Se está haciendo tarde.
              Aquella noche, Eugenia se retiró temprano a su habitación al acabar la cena. Esteban la escoltó hasta el pie de la escalera.
-Buenas noches, señorita-dijo Jacobo.
-Por favor...-le pidió ella-Puedes llamarme Eugenia.
-Eugenia...
                La joven le dio un beso en la mejilla y se dio la vuelta para subir por la escalera.

                Su historia de amor empezó a nacer en aquellos días.
                Fue un sentimiento que creció a medida que iban pasando los días. Fue rápido y lento a la vez. De alguna manera, Jacobo y Eugenia intuían que no iban a tardar mucho tiempo en separarse.
                 Por las tardes, Esteban acompañaba a Eugenia a dar un paseo por las dunas de la playa.
                 Los acompañaba la doncella de la joven. Se trataba de una mujer unos quince años mayor que Eugenia. Estaba soltera y no tenía familia. De aquella manera, la cercanía de Jacobo no le resultaría tan amenazadora a Eugenia. Pero ésta prefería verle sin tener que estar pendiente de cada movimiento que hacía su doncella.
                 A la hora de la cena, Jacobo se sentaba al lado de Eugenia.
-Antes de que termine la temporada, nuestra hija habrá recibido dos o tres ofertas de matrimonio-auguró el padre de Eugenia-Ella sólo aceptará la oferta que mejor le convenga. Tiene que hacer un matrimonio ventajoso.
                Eugenia clavó la vista en la crema catalana que estaba tomando de postre. Ya no le parecía tan apetitosa como cuando la había servido la criada.
-Bernardo aún no se ha casado-comentó.
-No compares mi vida con la tuya, hermanita-se rió Bernardo-Soy un hombre libre.
-Antes o después, tendrás que casarte-intervino Jacobo.
              La cercanía de aquel joven animaba a Eugenia. Aunque se había divertido en Barcelona, prefería estar tranquila. No vivía mucha gente en Sant Antoni. La isla era un lugar tranquilo. Un lugar que ella podía definir como casi solitario. Se sentía a salvo y segura en aquel sitio. Allí había nacido. No quería abandonarlo.
            Jacobo la estaba cortejando. Eugenia estaba segura de eso.
             A veces, se sorprendía al encontrar una nota cariñosa debajo de la puerta de su habitación.
            Esteban le leía en voz alta. Eugenia estaba bordando un pañuelo para su ajuar de bodas.
            Pero le escuchaba mientras él le leía en voz alta.
            Tenía una voz ronca y profunda.
            Había comprado en Madrid un libro que estaba causando sensación.
            Se llamaba El hombre invisible. Su autor era H. G. Welles. Eugenia se preguntaba, mientras oía leer a Jacobo, si eso podía ser verdad. Si un hombre podía volverse invisible.
              Fue durante una de estas tardes de lecturas cuando Jacobo le robó a Eugenia su primer beso de amor.

              Durante semanas, fueron inseparables. Como uña y carne...
              Jacobo ya no sentía dolor por la muerte de su prometida. Si tenía que ser sincero, Eugenia era su paño de lágrimas.
              Le contó lo ocurrido una tarde. Estaban sentados cada uno en una silla en el jardín.
-¿Por qué no se ha casado?-le preguntó Eugenia.
              Entonces, Jacobo se sinceró con ella. Había querido mucho a su prometida. Cuando ésta murió, quiso morir él también. No había sido así. La convalecencia en el hospital se prolongó porque él no quería poner de su parte para recuperarse. Se culpaba así mismo de lo ocurrido.
-Fue idea mía llevarla al Liceo aquella noche-se lamentó-¡Ella murió por mi culpa!
-El culpable fue el canalla que lanzó la bomba-afirmó Eugenia-Tú no tuviste la culpa. Ella, donde quiera que esté, lo sabe.
-Debí de haber muerto con ella.
             Eugenia se levantó de la silla en la que estaba sentada.
-Estás vivo-le hizo ver.
            Lo abrazó con cariño. Jacobo lloró sobre el hombro delgado de Eugenia. Fue como una liberación. Vació su corazón de todo el dolor que hacía años que acumulaba en su interior.

               Después de eso, la relación entre ambos se hizo más estrecha. Jacobo llegó a adorar cada gesto de Eugenia. Se fijaba en detalles tan insignificantes. Como su manía de retorcerse el pelo. O cómo se limpiaba la boca después de cada plato a la hora de las comidas. O cómo se alisaba una arruga de la falda de su vestido.
               Salían a dar paseos por el jardín los dos solos. Entonces, Jacobo aprovechaba aquellos momentos de soledad para robarle un beso a Eugenia. Ella aprendió a besar en aquellos momentos de intimidad que compartían. 
-Me gusta que hagas eso-le decía ella a él. 
              A Jacobo le gustaba el amor que sentía Eugenia por su tierra.
             A veces, la espiaba mientras ella se cepillaba el pelo todas las noches antes de acostarse en su cama. Jugaba a las cartas con ella, con Bernardo y con los padres de ambos. Eugenia solía dar conciertos caseros de piano para sus padres, su hermano y sus vecinos. Esteban se convirtió en un espectador más de aquellos conciertos. Ella era toda una virtuosa del piano.
              Le pasaba la sal durante la cena.
              Pronto, quiso algo más.
             Los besos que se daban a escondidas les parecían insuficientes. Ya no les bastaba con abrazarse detrás de uno de los árboles del jardín. A Jacobo no le bastaba con acariciar con las manos el cabello rubio de Eugenia. Aquella joven tan tímida y tan pícara a la vez le había robado el sueño.



                         Estados Unidos intervino en el conflicto entre España y Cuba. Ésta última quería independizarse de España. Estados Unidos quería intervenir para ver con qué podía quedarse.
                 Fue entonces cuando llegó a la isla a finales de abril la noticia.
                 Estados Unidos le había declarado la guerra a España.
-Tendremos que irnos-se lamentó Bernardo-Jacobo y yo hemos sido movilizados.
-¿Tenéis que marchar ya?-se inquietó la señora Mancusí.
                 Estaban todos reunidos en el salón. Eugenia trataba de ser fuerte. Sin embargo, sus ojos estaban llenos de lágrimas. Jacobo no se atrevía a mirarla. Sabía que, antes o después, partiría. Pero no quería abandonar a aquella joven que le había robado el corazón. ¡Y no le quedaría más remedio que decirle adiós!
-¿Cuándo os marcháis?-inquirió Eugenia.
-Partimos dentro de una semana-contestó Bernardo-Hemos recibido una carta de nuestro superior. Nuestro regimiento zarpa la semana que viene del puerto de Barcelona.
-¿Volveréis?
                  Eugenia no estaba mirando a Bernardo. A quien estaba mirando era a Jacobo.
-Siempre vuelvo a casa-contestó su hermano-Esta vez, no será diferente. Los yanquis no podrán con nosotros.
                 Eugenia no pensaba lo mismo.
                 Esa noche, salió al jardín a tomar el fresco.
                Jacobo la siguió.
-Los yanquis no son tan débiles como piensas-le advirtió Eugenia-He aprendido a conocerte bien. Piensas igual que mi hermano.
-Si España subestima el poder de Estados Unidos, estará perdida-admitió Jacobo.
-Y si tú te distraes en el frente, una bala acabará contigo. O la fiebre amarilla...
               Jacobo cerró la boca de Eugenia con un beso apasionado.
-Sé cuidar de mí mismo-le aseguró-Y te juro por la Virgen de Montserrat que volveré a tu lado. Y que nos casaremos.
-Quiero creerte-afirmó Eugenia.
-Entonces, ten fe en mí, amor mío.

lunes, 4 de noviembre de 2013

EL OTOÑO DEL DELTA

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros un fragmento de la novela de William Faulkner, El otoño del Delta. 

                     Pronto entrarían en el Delta. La sensación era familiar; una sensación renovada cada última semana de noviembre por espacio de más de cincuenta años: la última colina, a cuyo pie empezaba la rica e intocada llanura de aluvión como empezaba el mar en la base de sus acantilados, se diluía bajo la despaciosa lluvia de noviembre tal como el propio mar se hubiera diluido. Al principio habían viajado en carros: las armas, los enseres de cama, los perros; los víveres, el whisky, la expectación de la caza; los jóvenes, que eran capaces de conducir durante toda la noche bajo la lluvia fría, y armar el campamento en medio de la lluvia y dormir en las mantas húmedas y levantarse con el alba a la mañana siguiente para cazar.

 Éste es el escritor William Faulkner, el autor de El Otoño del Delta. 

lunes, 14 de octubre de 2013

SABÍAS QUÉ...

Hola a todos. 
El sabías qué de hoy viene ilustrado. 
Os quiero enseñar una imagen. 



Son muchos los que dicen que esta imagen pertenece al que se considera el primer ordenador de la Historia. Ya sé que no tiene nada que ver ni con los modernos ordenadores portátiles de pantalla plana ni con los ordenadores antiguos que hemos visto en la tele, que carecían de ordenador y ejecutaban órdenes mediante comandos.
Apareció entre los restos de un barco antiguo que fue encontrado en el año 1900.
Consta originalmente de 13 pulgadas de alto, 7 pulgadas de ancho y 3 de profundidad. Se cree que data de hace 2.000 años. Consta de un complejo mecanismo.
Durante años, se ha estado especulando para qué servía este objeto tan extraño.
Consta de lo siguiente:
-Aparece en la parte frontal los ciclos solar y zodiacal con punteros que indican las fases lunares y la posición del Sol.
-En la parte trasera aparece un dial que indica el progreso del ciclo Saros (un ciclo de 18 años en el cual La Tierra, el Sol y la Luna vuelven a sus posiciones relativas en el espacio).
-En la parte trasera aparece otro dial que indica el ciclo Callippico (un calendario que marca un ciclo que abarca 76 años).
Hay quien afirma que este curioso mecanismo podría ser el primer ordenador de la Historia.
¿Verdad que es curioso?
Os dejo con una serie de imágenes de este mecanismo.

 Dibujo de su interior.





martes, 3 de septiembre de 2013

CONTINUACIÓN DEL BORRADOR

Hola a todos.
¿Os acordáis del borrador de un cuento que subí a este blog hace poco? Cuenta la historia de unos australopitecos. Aquí os traigo la continuación.
Es muy cortita.

                        El australopiteco estaba aprendiendo de la envidiable relación que existía entre entre uno de los miembros del grupo y una hembra. Era uno de sus hermanos. Nacido de la misma madre…Un día, mientras estaban descansando, vio como el australopiteco y su compañera estaban haciendo gestos de manera animada. En un momento dado, el joven australopiteco se inclinó hacia su compañera y le lamió la mejilla. El gesto pareció animar mucho a la joven australopiteco. Al cabo de un rato, una de las jóvenes australopiteco se reunió con él y se sentó a la sombra del árbol donde él estaba desde hacia un largo rato. El joven australopiteco quiso hacer lo mismo que hacia su hermano con su compañera y procuró animar a la hembra que estaba delante de él. La muchacha emitía unos ruidos que pudiesen ser calificados de risa fácilmente en la actualidad. En un momento dado, el joven australopiteco se inclinó y le lamió la mejilla. Se animó y le lamió también la otra mejilla.
                      Que la joven australopiteco no saliera corriendo ni le golpeara fue interpretado por él como una buena señal.                      Se recostó contra el tronco del árbol y se quedó mirando durante un largo rato de manera intensa al macho que estaba con ella. 
                    Luego, cerró los ojos. 
              
   

                  Es curioso, pensó la hembra.
                  El agua se seca. Tiene un sabor amargo. La tierra tiembla. Los animales empiezan a escasear. Todo lo que está a nuestro alrededor desaparece. No sé lo que va a ser de nosotros. La hierba está seca. Mi gente muere y cae al suelo.
                  Puede pasarme a mí lo mismo en cualquier momento. ¿Estoy perdiendo el tiempo sólo porque estoy interesada en este macho? No sé lo que me va a pasar dentro de un rato. Sólo siento que he de vivir el momento.
                  Después...Sería tarde.
                 Sintió frío. Miró a su alrededor. Y centró la vista en el macho. Él no desaparecería, como estaba desapareciendo la sabana. Los dos se sintieron más unidos que nunca
                 Y eso era algo que ella agradeció sinceramente. 

sábado, 31 de agosto de 2013

DURA DECISIÓN

Hola a todos.
Hoy, os traigo un cuento que escribí hace algún tiempo. Transcurre en la década de 1960, una de mis décadas favoritas.
Es un cuento que, más que romántico, viene a mostrarnos la otra cara del amor. Cuando el amor se acaba. En este caso, es uno de los integrantes de la pareja el que acaba matando ese amor. La protagonista de este cuento toma una decisión muy dura. La vamos a ver a continuación.

                     No puedo seguir así. Te he amado mucho. He intentado seguir amándote. Pero no puedo. Tú has matado todo el amor que sentía por ti. Tú me estás destrozando la vida sin motivo alguno. Lo nuestro se acabó. Tú sabes el porqué me voy. Lo siento. No se trata de una venganza. Se trata de que no puedo amarte después de todo el daño que me has hecho. Mi dignidad vale más que ser tu esposa y que tener muchos millones. No sé lo que voy a hacer a partir de ahora. Pero sí sé que tú no vas a formar parte de mi vida.
Adiós para siempre…No sé si nos volveremos a ver. Sólo sé que no quiero saber nada de ti. No te odio. Me das asco. Y me das también pena.

Vuelve, Mary, te lo ruego, pensaba  Díaz una y otra vez.
Siempre le había dicho lo mismo…Que iba a cambiar…Que todo sería diferente…Que él la quería…Y ella había confiado en él…
Hasta que Mary recordó que tenía dignidad. Hasta que Mary decidió que no podía más.
Y la culpa de todo la tenía él.
Empezó siendo una venganza. Una venganza estúpida. El motivo que la había desencadenado estaba anclado en el olvido. Ya no tenía importancia. Lo que importaba era que Mary no estaba. Se había ido. Y no pensaba volver. Esta vez no.
La casa estaba vacía.
¿Cómo no vio lo que iba a pasar? Había pecado de ingenuo. Había dado por sentado que Mary era tan inocente como aparentaba. La había engañado…La había seducido…Y ella, al final, le había abandonado.
Díaz se consideraba todavía un hombre muy apuesto. Era un hombre activo a sus treinta y cinco años. No le costó trabajo usar su atractivo físico para seducir a Mary. En opinión de todos, era el hombre más alto que jamás había existido en Toronto; de marcados músculos.
En la radio sonaban Los Beatles.
Aquella mañana, Mary había descubierto que no estaba embarazada. Debió de haberlo pensado. Ella y su marido hacía algún tiempo que no tenían relaciones íntimas. Principalmente…Porque Mary no quería. Díaz le repugnaba. Le juraba amor eterno. Y, después, la despreciaba. ¿Cómo podía tener relaciones sexuales con él después de cómo la trataba?
Era por la tarde.
Díaz había vuelto de su trabajo. Era un hombre rico y poderoso.
Díaz no escuchaba la canción. Recordaba con exactitud el momento en el que Mary le dijo que se iba. La televisión estaba puesta. Díaz estaba viendo la actuación de Los Beatles en El show de Ed Sullivan. En aquel momento, Mary se levantó del sofá en el que estaba sentada y se dirigió a la habitación que compartía con su marido desde hacía más de un año.


Un rato después, Mary salió de la habitación llevando consigo dos maletas.
Le había preguntado adónde iba con las maletas. Mary le miró fijamente y sólo dijo una palabra:
Adiós.
Después, fue hacia la puerta. La abrió, salió a la calle y la cerró. No hizo nada más.
Ocurrió todo tan rápido que Díaz no fue capaz de reaccionar y tampoco fue capaz de seguir a Mary cuando ésta cerró la puerta.
¿Cuándo volveré a verte, mi querida canadiense de pelo rojo como el fuego?, se preguntaba Díaz. Porque era consciente de que jamás volvería a tocar el cabello de Mary.
Mary era una mujer exuberante. Sus cabellos eran del color del cobre, puro fuego. Su cara era hermosa, perfecta, de facciones dulces y perfectas, sonrosada, en forma de corazón. Sus ojos eran grandes, de color azul marino, llenos de ternura y de afecto hacia su marido. Era esbelta y de caderas cimbreantes que habían enloquecido de deseo a más de un hombre.
Ella le había dicho que todo lo que le había hecho…Que su odio injustificado… Las palabras venenosas vertidas contra ella…El daño…Todo había quedado atrás…En aquel momento, Mary estaba hablándole con el corazón.
            Era más baja que su esposo. Poseía una figura envidiable. Ver sonreír a  Mary era una fiesta porque su sonrisa era tan cálida que parecía iluminar cada rincón de la casa y, además, aparecían unos hoyuelos que embellecían considerablemente su rostro. Todas sus características físicas armonizaban de una forma tan perfecta que resultaba increíble.
-¿Cómo has podido irte?-se preguntaba Díaz una y otra vez-No puedo culparte…No puedo…Yo te hice infeliz…Yo soy el único culpable…Solamente yo…Yo…Por no haberla querido de verdad…
            Díaz poseía, en opinión de Mary, un cuerpo 10, perfecto.
-Yo te quiero-le había dicho Mary-Te amo desde la primera vez que te vi. Lo que me dijiste quedó atrás. Lo olvidé. No tiene importancia. No vale la pena. Lo importante es que tú también me amas.
            Mary llevaba puesto un abrigo de color blanco cuando salió de la habitación con las maletas hechas. Debió de haberse dado cuenta Díaz de que Mary se ponía tensa cada vez que él la tomaba entre sus brazos. Ella rechazaba su abrazo cuando volvía a casa. Se resistía a darle un beso.
-Me haces daño-le decía-Me aprietas con mucha fuerza.
            Él no se había dado cuenta de nada.
-Llevo los labios pintados-le decía Mary-Hueles a whisky. Me da asco tu olor.
            Mary había permanecido sentada al lado de Díaz mientras Ed Sullivan presentaba a Los Beatles. Díaz recordaba haber hecho un comentario en tono despectivo acerca del cuarteto.
-¡Maricas!-había exclamado-¡Nunca llegaréis a nada!
-Cantan bien-había opinado Mary.
            Díaz se echó a reír al ver el cabello largo que llevaba el cuarteto. Rodeó con su brazo el hombro de Mary y la atrajo hacia sí. En aquel momento, Mary se apartó con brusquedad de él. Se puso de pie y se dirigió a la habitación. Díaz dio por sentado que Mary se pondría uno de aquellos conjuntos de lencería tan sexy que él le había regalado. Sin embargo, en lugar de hacer eso, Mary abandonó el domicilio conyugal. No había vuelto a saber de ella.
-No quiere verte-le dijo Tom, su cuñado.
            Díaz fue a ver a Tom, el hermano de Mary, en la creencia de que su esposa estaba en casa de su hermano. Díaz no pasó del recibidor porque Tom no le dejó entrar en la casa.
-Sé que Mary está aquí-afirmó Díaz.
-Mi hermana está aquí-aseguró Tom-Pero no quiere saber de ti. Vete antes de que llame a la policía.
            Díaz no quería irse de allí sin ver a Mary y así se lo dijo a Tom.
-Puedo llevarte a la ruina si no me dejas ver a mi mujer-le amenazó.
            Tom se encogió de hombros. Le daba igual lo que hacía su cuñado. Y así se lo dijo. Lo único que le importaba era su hermana. Díaz se marchó de la casa de Tom furioso. Su poder no era ilimitado como creía.
-Volveré-le avisó a Tom antes de irse-Y me iré de aquí con Mary. Te lo aseguro. Y me vengaré.
-Y yo te mataré si le haces algo a mi hermana-le amenazó Tom-No me das miedo, cuñado. Y tampoco le das miedo a Mary.
-¡Es mi mujer!
-Pero Mary no quiere seguir casada contigo.
-¡Tendría que decírmelo ella! Ya intentó abandonarme antes y volvió a mí porque me ama y no puede vivir sin mí.
            Semanas después, Mary no había vuelto a él. Y vivía feliz sin él. Díaz no quería verlo. Hasta que acabó viéndolo. En sus noches de insomnio, bebía hasta perder el conocimiento. Se resistía a admitir que la culpa era sólo suya. Pero su conciencia se lo gritaba. Había perdido a Mary para siempre. Y la culpa la tenía él. Sólo él…
            Era demasiado alto y musculoso. Parecía un gigante. Hubo un tiempo en el que su sola presencia aterrorizaba a Mary. Díaz salía a la calle y paseaba mientras buscaba a Mary con la mirada sin éxito. Tenía la sensación de que todas las mujeres con las que se encontraba eran Mary, pero ella no quería saber nada de él y se escondía. Le odiaba, pensaba Díaz. Mary ya no le amaba. Le odiaba. Y no le culpaba de ello.
            Tenía que haberse dado cuenta de que Mary se ponía tensa cuando él quería cogerla en sus brazos. Si empezaba a acariciarla, Mary no le devolvía las caricias.
-Me duele la cabeza-le decía-No tengo ganas…Quiero dormir…Tengo sueño…¿Por qué no dormimos en camas separadas? Muchos matrimonios duermen en camas separadas. No tenemos que dormir juntos todas las noches.
            Una vez, Díaz vio a Mary saliendo de una tienda y, a pesar de que vestía nuevamente de manera sencilla, nunca antes la había visto tan hermosa. Pasó por el lado de Díaz. No le miró.
            En cambio, Díaz miró con atención a Mary mientras ella pasaba de largo, totalmente ajena a su presencia. En un mundo diferente, Mary estaría viviendo en la mansión de su marido rodeada de toda clase de lujos y fingiendo que no había pasado nada entre ellos. En su lugar, Mary había estallado. Se había ido de casa y no pensaba volver nunca. Se había puesto en contacto con su abogado. No quería nada de Díaz y no tenía ganas de volver a verlo. Su actitud había conmocionado a su familia (a la suya y a la de su marido). Sorprendentemente, habían dado el visto bueno a su decisión.
            Se metió dentro de su caro coche.
            Se sintió derrotado. Siempre había creído que podía tenerlo todo.
            Pero no era así. Le faltaba la dicha. Le faltaba el amor de su mujer.
            Era consciente de que había perdido a Mary para siempre. Ella le había demostrado que podía ser feliz sin él. No le necesitaba.
            ¡Qué estúpido he sido!, pensó Díaz. Y se sintió el hombre más desgraciado del mundo.
            Golpeó con rabia el volante y rompió a llorar. Él tenía la culpa del fracaso de su matrimonio. Tendría que vivir siempre con ese sentimiento. Saber que era el único culpable de la marcha de Mary. Se odiaba así mismo por todo el daño que le había causado a su mujer. Mary reharía su vida sin él. Era feliz sin él. Díaz sintió ganas de vomitar. Gritó dentro su coche. Se maldijo así mismo.
            Por primera vez en su vida, se sintió derrotado.
            Y era una sensación extraña.


FIN