Aquí os traigo otro de mis relatos completos que me gustaría compartir aquí, en este blog.
Se titula Volver a amar.
Está dividido en tres partes porque no quiero que sea muy pesado.
Gaston es un joven oficial francés viudo y afincado en Inglaterra que mantiene una buena relación con los padres de su difunta esposa, los cuales le sugieren que vuelva a casarse. Hay una joven que llama poderosamente la atención de Gastón, la bella lady Anna Felton.
¿Qué pasará?
Espero que os guste.
VOLVER A AMAR
ISLA DE BUCK AIT, EN EL CONDADO DE OXFORDSHIRE, 1822
El oficial Gaston Barrois llegó a Inglaterra semanas después de ser enviado Napoleón a la isla de Santa María desterrado.
A pesar de que era muy joven, había pasado la mitad de su vida combatiendo. Su llegada a Inglaterra causó cierto temor.
Después de todo, Gaston nunca ocultó sus simpatías hacia el depuesto Emperador y había peleado a su lado.
Hacía tres años que se había quedado a vivir en Buck Ait, una pequeña isla situada en el condado inglés de Oxfordshire. Vivía poca gente en ella.
Además, podía decir que muchas tardes se sentaba a orillas del río Támesis. El famoso río pasaba por allí.
Otro motivo le había impulsado a quedarse allí. Y aquel motivo tenía nombre de mujer. Belinda Ivers...
Cuando conoció a Belinda, ésta acababa de cumplir dieciocho años. Era hija única. Sus padres habían llegado a Buck Ait deseando escapar de todo.
Su madre era la hija de un ladronzuelo. Desde niña, había vivido en la calle robando y mendigando. Había pasado toda clase de penurias. El abuelo materno de Belinda era un mal hombre. Había matado a golpes a su esposa. Había tenido con ella muchos hijos porque la mujer lo único que hacía era obedecer. Le tenía pánico a su marido. Los niños fueron a parar a distintos orfanatos. La madre de Belinda nunca hizo ademán de querer ponerse en contacto con ellos.
El padre de Belinda era el hijo de una prostituta. Había empezado a robar siendo muy pequeño, tras la muerte de su progenitora. Sólo Dios sabía cuál de sus numerosos clientes pudo haberle engendrado. Nunca se molestó en averiguarlo.
En su adolescencia, era un experto ladrón. Y se había enamorado de la mujer que sería, más adelante, la madre de su única hija. Tardaron todavía diez años en casarse. Belinda fue la única hija que nació de su matrimonio.
Mister Ivers no era precisamente un angelito. Había regentado un burdel. Tenía una casa de juego. Y el burdel tenía fama de ser de lo más depravado de la ciudad. Había robado por encargo. Había matado a personas por encargo. Chantajeaba. Sobornaba. Daba palizas. Cuando se casó con la madre de Belinda, decidió venderlo todo. Pusieron tierra de por medio y se marcharon a vivir a Buck Ait.
Belinda tenía dieciocho años cuando Gaston llegó a la isla. La joven quería ser presentada en sociedad. ¿No tenía dinero su padre? Quería tener su puesta de largo.
Entonces, conoció a Gaston. Aquel joven parecía llevar una vida sencilla y austera. Le recordaba a la clase de vida que llevaba ella. Aún así, empezó a interesarse por él.
Se acercaba a él cuando le veía sentado a la orilla del río. Entablaban conversación. Poco a poco, se fueron conociendo.
Para cuando Gaston le robó a Belinda su primer beso, ella decidió que estaba enamorada de él.
Decidió pedir la mano de Belinda en matrimonio.
Fue a visitar a mister Ivers y se encerró con él en su despacho.
-No sé si mi hija se lo ha contado-dijo mister Ivers cuando escuchó las intenciones de aquel francés hacia su única hija-Conoce toda la historia de su madre y mía. Nunca ha habido secretos entre nosotros. No soy bien recibido en Londres. Tengo un pasado espantoso.
-Lo sé todo, señor-le aseguró Gaston-Pero no me voy a casar con usted, sino con su hija.
-En ese caso, tiene mi permiso.
En aquel momento, Belinda hizo algo que jamás volvería a hacer. Actuar de un modo impulsivo.
Entró en el despacho de su padre y, en un rapto de felicidad, besó a Gaston de lleno en la boca.
-¡Mil gracias, padre!-trinó la joven, feliz.
La boda se celebró a las pocas semanas. El cortejo había sido muy breve.
La noche de bodas fue un completo desastre. La madre de Belinda apenas le dio una explicación sobre cómo sería. Gaston no llegó a ver a su recién estrenada esposa desnuda.
Y, cuando besó con pasión a Belinda, la joven se puso muy tensa.
Dos veces a la semana, Gaston acudía a la habitación de Belinda.
Los besos que le daba ponían nerviosa a su mujer. Si la acariciaba por debajo del camisón, Belinda se ponía rígida.
En el plano íntimo, la relación fue un completo fracaso.
Sin embargo, sí estuvieron muy unidos en otros aspectos. Belinda y Gaston no tuvieron hijos.
Estuvieron casados durante cinco años. Intentaron ser felices durante todo aquel tiempo. De algún modo, lo consiguieron.
Llegaron a quererse mucho. Sin embargo, llegaron a la conclusión de que no se amaban. Belinda llegó a amar a su marido, pero le daba cierto temor tener relaciones con él. Cuando le miraba a los ojos, se veía reflejada en aquellos ojos de color gris. Gaston siempre le estaba sonriendo a su esposa. Le gustaba hablar con ella mientras desayunaban. Intentaba hacerla feliz porque se lo merecía. Así se lo había prometido al matrimonio Ivers cuando se casó con Belinda.
Le gustaba pasear por la orilla del río Támesis cogido de la mano de Belinda.
Hablaban de tener hijos.
Sin embargo, Belinda lo pasaba mal cuando Gaston iba a su habitación.
No se sentía a gusto entre los brazos de su marido. Y le asqueaba soportar el peso de su cuerpo encima de ella.
Disfrutaba paseando con él por la isla. O cuando Gaston le leía un libro en voz alta. O cuando interpretaba una pieza al piano para entretenerlo en las tardes de lluvia. O cuando Gaston le regalaba flores silvestres. O cuando se sentaban junto a la chimenea a hablar.
Dos años atrás, Belinda cayó enferma.
En un primer momento, se pensó que era un simple resfriado. Luego, la cosa se complicó. Sufrió una severa gripe.
O eso decía el médico. Lo que se llevó a Belinda a la tumba fue una infección pulmonar.
Dos años habían transcurrido desde el día en el que Gaston se despidió de su esposa. Dos años en los que mistress Ivers no había dejado de llorar.
Habían sido los dos peores años de la vida de Gaston. Sus suegros le invitaron a vivir con ellos. Tenían la sensación que Gaston era lo único que les quedaba de Belinda. Al estar juntos, podían hablar de ella. Sentía cómo su soledad se mitigaba.
Sin embargo, mister Ivers sabía que su yerno no podía quedarse eternamente solo. Belinda no lo habría permitido.
De vez en cuando, le preguntaba cuándo volvería a casarse.
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