miércoles, 14 de enero de 2015

EL SABOR DE LO PROHIBIDO

Hola a todos.
Siguiendo con el consejo que tan sabiamente me dieron, me estoy dedicando a terminar todas las historias que tengo a medias.
Empecé a escribir el relato que voy a subir hace unos seis años con la intención de convertirlo en una novela. Lo dejé a medias cuando sólo llevaba una hoja.
Lo retomé hace dos días y, aunque no me sale una novela, sí me sale una relato corto.
Está dividido en dos partes. La que pienso subir hoy y la que subiré mañana.
Deseo de corazón que os guste.

EL SABOR DE LO PROHIBIDO

ISLA DE APPLETREE EYOT, EN EL RÍO TÁMESIS, A SU PASO POR EL CONDADO DE BERKSHIRE, 1813

                 Peter Summers, Elinor y las tres hijas del matrimonio (Lorraine, Lilian e Melissa) salían todos los días a dar un paseo por los alrededores. No eran lo que se dice una familia rica ni tenían títulos nobiliarios, pero vivían de manera desahogada y Elinor lo achacaba a que Peter actuó de manera sensata al quedarse en Londres en lugar de irse lejos de allí. Él jamás se cuestionó si había hecho bien o mal. Nunca se preguntó cómo habría sido su vida si se hubiese ido a América. Era de familia humilde, había trabajado mucho para llegar hasta donde estaba y no pensaba malgastar su dinero en aventuras imposibles. De haberse ido a América, jamás se habría casado ni habría sido padre. Su esposa y sus hijas eran su orgullo.
            Las gentes los veían paseándose por las calles de Londres y les saludaban con respeto; el dinero hacía que las personas fueran respetadas y Peter lo tenía, aunque no nadaba precisamente en la abundancia.
-Tenéis que estar contentas, hijas mías-dijo en una ocasión Peter mientras paseaba con Elinor y con sus hijas-Vosotras vivís bien y no sufrís penuria alguna.
-¿Acaso tú las has sufrido, papá?-inquirió Lilian-Nos gustaría saberlo.
-Nunca nos has hablado de tu vida cuando eras pequeño ni antes de conocer a mamá-observó Lorraine-Nos pides que nos conformemos con lo que tenemos. 
                            Lorraine tenía la creencia de que en la vida real conocería a un apuesto y valiente corsario, fuerte y viril, de mirada fría y temperamento apasionado y sensual. A los ojos de su hermana Melissa, Lorraine era un poco tonta. Había leído demasiadas novelas románticas y soñaba despierta con vivir una aventura similar. Sin embargo, la vida no era una novela e Melissa lo sabía. Su otra hermana, Lilian, la mediana de las tres, acababa de ser prometida en matrimonio a un hombre que era varios años mayor que ella. Melissa lo había visto varias veces en su casa y había escuchado rumores acerca de que se dedicaba a robar tesoros de tumbas de Reyes nativos en el Nuevo Mundo. Lorraine se decía que ella no se casaría con quien dijeran sus padres  sino que vendría un corsario a raptarla. Lilian e Melissa se reían al escuchar semejantes tonterías y le decían que eso jamás sucedería. Lilian no esperaba una relación romántica al casarse con Hugh, debido en parte a los rumores que había oído acerca de su profesión. El joven era frío y cortés con ella. Le daba un beso respetuoso en la mano cuando la veía y volvía a besársela cuando se iba. Una vez, se atrevió a darle un beso en la mejilla, pero se apartó enseguida todo rojo. Melissa, que se jactaba de conocer bien a la gente, veía que Hugh era frío porque era, en el fondo, muy tímido y asustadizo. Su trato con las mujeres había sido muy limitado y Lilian le gustaba mucho.
            Lorraine tenía diecinueve años, Lilian tenía dieciséis e Melissa tenía once. Sin embargo, Lilian e Melissa eran mucho más maduras mentalmente que Lorraine. No quiero decir con esto que Lorraine fuera tonta. El problema era que se parecía mucho a Don Quijote, es decir, que mientras que a él le habían enloquecido las novelas de caballerías, las novelas románticas le tenían sorbido por completo el seso a Lorraine.
-Olvídalo-le espetó un día Lilian a Lorraine entrando en la biblioteca.
            Como de costumbre, su hermana se encontraba sentada en una silla leyendo una novela romántica.
-¿El qué?-inquirió Lorraine extrañada.
-Quiero que te olvides de esa tontería de las novelas románticas-le ordenó Lilian.
-El que tú vayas a casarte con un hombre aburrido no es un impedimento para mí que las lea. Así, vivo toda clase de aventuras en mi mente. Y, luego, las viviré en la vida real con mi corsario.
                         -¿Desde cuándo hay corsarios en el río Támesis?
-Algún día, iré a América y mi barco será atacado por corsarios. Y su capitán quedará rendido a mi belleza y me raptará. Y yo seré suya para siempre.
-No hay nadie esperándonos en América.
-Sí: tu prometido. Él pasa la mayor parte del tiempo allí. Sabe Dios lo que hará.
-Tampoco iremos a ver al mister Bogart (apellido de Hugh) a América porque, después de la boda, se quedará a vivir en Londres.
            Lilian se echó a reír. Era menor que Lorraine. Pero la actitud de su hermana y el hecho de que Lilian, contra todo pronóstico, sería la primera en casarse, le hacía sentirse superior a ella. Más mayor…
            Lorraine trató de centrarse en la lectura, pero, en ese instante, Melissa entró en la biblioteca saltando y cantando. Lorraine alzó la vista del libro y la fulminó con la mirada.
-No la molestes-le pidió Lilian con una sonrisa-Está soñando despierta.
-¡No metas cizaña!-le advirtió Lorraine con dureza.
-¿Qué te pasa?-se burló Melissa-¿No te gustan los corsarios?
-Estáis celosas porque vuestras vidas van a ser un Infierno de aburrimiento y yo viviré una aventura maravillosa al lado de un valiente corsario. 
            Lorraine les dio la espalda con gesto desdeñoso a sus hermanas y continuó con su novela. Melissa y Lilian salieron riéndose de la biblioteca. Lorraine estuvo a punto de gritar. Se centró en la novela y pensó en lo hermoso que sería vivir una apasionada historia de amor con un hombre peligroso. Y la idiota de su hermanita pequeña creía que era una locura.
            Melissa, pese a su corta edad, era mucho más práctica que sus hermanas. A pesar de que era la menor, en muchas ocasiones, cuando hablaba con Lorraine y Lilian, parecía la mayor. Aún no era una mujer. Sin embargo, ya se veía la clase de mujer que sería en el futuro. Una mujer sensata. Mucho más sensata que la resignada Lilian o que la idealista Lorraine. 
            La muchacha soñaba con su corsario. Imaginaba que era francés. Él atacaría el barco que la llevase a América y que la raptaría tras quedar prendado de su belleza. Sería un hombre con mucha experiencia. Lorraine fantaseaba con la idea de pasar su primera noche de amor entre los fuertes brazos de un viril corsario. Melissa se reía de ella. Su fantasía amenazaba con volverla loca. Melissa aún era una niña. Pero intuía que su hermana no sería feliz si se casaba con un hombre normal. Ella buscaba un imposible. Lo deseaba. Su idea del amor era ser abrazada por un viril corsario, pero Melissa, que era mucho más práctica, sabía que esa relación sería desdichada porque Lorraine olvidaba una cosilla: un corsario era un criminal. La ley lo perseguía. Tendrían que pasarse la vida huyendo.

 

                         No apareció ningún corsario en la vida de Lorraine. 
                        Todos los veranos, la familia se trasladaba a la isla de Appletree Eyot a pasar los meses de junio, julio, agosto y septiembre. Aquel año no fue una excepción. 
                       La familia se hospedaba en la casa del hermano de Elinor, mister Livingston. 
                       Era un hombre viudo. Vivía con su único hijo, Sebastian. 
                       Tenía la misma edad que Lorraine. Al igual que ella, le gustaba leer. 
                       Sus libros favoritos eran los libros de aventuras. Se imaginaba así mismo viviendo una gran aventura surcando los Siete Mares. 
                       Era el único capaz de entender a Lorraine. Ella se sentía capaz de hablar de cualquier cosa estando con él. 
-Mis hermanas piensan que estoy loca-le confesó una tarde, mientras paseaban por el espeso bosque de árboles que surca la isla-Dicen que jamás me enamoraría de un corsario. 
-Yo podría hacerme corsario-le propuso Sebastian-Te raptaría. Y te llevaría a una isla como ésta, que sería mi escondite. 
                       La idea hizo reír a Lorraine. Conocía demasiado bien a Sebastian. Era un joven de carácter tranquilo y sereno. Con el paso de los años, se había convertido, además, en un muchacho realmente apuesto. Contra su voluntad, Lorraine se sorprendía así misma mirándole. 
                     Le latía muy deprisa el corazón cuando estaba con él. Lo que Sebastian despertaba en ella tenía muy poco que ver con las novelas que Lorraine solía leer.

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