jueves, 2 de enero de 2014

TE ECHO DE MENOS (REPOSICIÓN)

Hola a todos.
En breve, me gustaría dar una buena noticia acerca de este relato que escribí hace algún tiempo.
Está subido a mi blog "Berkley Manor".
Para celebrar la buena noticia, me gustaría reponer este blog Te echo de menos. 
Espero que os guste.

ISLA DE LOBOS, AL NORTE DE FUERTEVENTURA, CANARIAS, 1820

       

                 La familia Mendoza estaba muy orgullosa. El hijo mayor, Manuel, estaba estudiando Medicina en Santa Cruz de Tenerife. Con frecuencia, el joven le escribía largas cartas a su familia. Le contaba cómo le iban los estudios. Cómo era su vida en la ciudad. Con quien más se carteaba era con su hermana menor, Lucía. Manuel tenía veintitrés años. Y Lucía acababa de cumplir dieciocho años. En cuestión de unos meses, Manuel terminaría la carrera. Y pensaba regresar a la isla de Lobos, donde vivía su familia. Quería ejercer como médico allí. Lucía esperaba con ansia su regreso.
                  Aquella tarde, Lucía había salido con su mejor amiga, Herminia Antúnez.
-Manuel me ha escrito-le informó Lucía a Herminia-Está estudiando mucho.
-Debes de estar deseando verle-apostilló Herminia.
                 Las dos amigas estaban sentadas en la arena, en la Playa de la Concha. Lucía y Herminia miraban con cierta nostalgia el horizonte. Sentían que Manuel estaba muy lejos de ellas. Pero, de algún modo, podían sentir que estaba a su lado. Muy cerca de ellas...
-¿Tiene novia?-quiso saber Herminia-Es muy guapo. Es normal que tenga novia. O que se haya enamorado de alguna chica de Santa Cruz. ¿No?
-Pues no lo sé-contestó Lucía-Manuel nunca me habla de ninguna chica en concreto.
                 Guardaron silencio. Herminia pensó que había hablado más de la cuenta. Desde que tenía uso de razón, la muchacha había estado enamorada de Manuel. Se trataba de un amor secreto. En el fondo, Herminia sabía que nunca sería correspondida. Manuel era cinco años mayor que ella. Y era mucho más mundano que ella.
-Pregunta mucho por ti-le confesó Lucía a Herminia-Quiere saber si te ronda algún joven.
-Hay muy pocos jóvenes en esta isla que me puedan rondar-se rió Herminia-Además, todos esos jóvenes van detrás de ti. Eres muy hermosa.
-Te equivocas. Yo no soy hermosa. Tú eres una belleza, Herminia.
-¿Y quién dice eso?
-Los jóvenes...Los hombres, en general.
-¡Estás mintiendo!
-Es la verdad. Hasta Manuel...
-¿Qué pasa con Manuel?
-No pasa nada.
La verdad era que hasta los pescadores que estaban dejando sus barcas varadas en la orilla de la playa giraban la cabeza para mirar a Lucía. La joven se sentía orgullosa de su belleza. Poseía una larga cabellera de color dorado rojizo. Era su mayor orgullo. Su rostro poseía unas facciones perfectas. Tenía la frente despejada y su cara tenía la forma perfecta de un óvalo. Sus ojos eran de color azul oscuro. Pero podían tornarse de color. Dependiendo de su estado de ánimo, los ojos de Lucía podían tornarse de color violeta. Poseía una figura alta y esbelta. Su piel era blanca como la leche. Y sus mejillas eran de color sonrosado. Era una joven que siempre estaba de buen humor.
                    Lucía tenía numerosos pretendientes. Algunos jóvenes de la isla iban a visitarla a su casa. Como siempre, Lucía estaba acompañada por su carabina, que era el ama de llaves de sus padres. Recibía con cierta frialdad los halagos que sus pretendientes le hacían. En el fondo, se sentía halagada. Le gustaba ser el centro de atención. Sus pretendientes no habían pasado de darle un beso en la mano de manera cortés.
                   Herminia también era una joven llamativa. Aunque un poco menos que Lucía...
                 Poseía el cabello de color rubio muy claro. Era un poco más bajita que Lucía. Su piel era tan clara como la de Lucía. Pero sus ojos eran de un bonito color verde esmeralda. Por lo general, Herminia creía que pasaba desapercibida.

                    Herminia fue a visitar a Lucía a los pocos días. La joven había recibido una nueva carta de Manuel. No veía el momento de leérsela a su amiga.
                   Al terminar de leer la carta, los ojos de Herminia se llenaron de lágrimas. Tenía la sensación de que Manuel no tardaría mucho tiempo en regresar a la isla de Lobos. Volvería a verle. Desde que le vio partir en una barca rumbo a Fuerteventura, donde tomaría un barco que lo llevaría a Santa Cruz de Tenerife, lo había echado de menos.
-¿Estás llorando?-inquirió Lucía.
-No...-contestó Herminia-No...No estoy llorando. Se me ha metido algo en el ojo.
-¡Oh, amiga! Yo también echo de menos a Manuel. No veo la hora de volver a verle.
                    Manuel iba a volver, pensó Herminia.
-Tú también echas de menos a mi hermano-observó Lucía.
-Sí...-admitió Herminia-Es como un hermano mayor para mí. Soy hija única. Siempre he soñado con tener un hermano.
                   Naturalmente, Lucía ignoraba la clase de sentimientos que Manuel despertaba en Herminia.
-Luego, nos tocará a nosotras viajar este otoño-le recordó a Herminia.
-¿A qué te refieres?-inquirió la muchacha.
                 Estuvo a punto de golpearse contra la pared. ¡Su puesta de largo!
                 ¡Había olvidado que iba a ser presentada en sociedad aquel otoño en Santa Cruz de Tenerife!
-Manuel nos acompañará-le aseguró Lucía.
                   La idea de ser presentada en sociedad las llenaba de ilusión. Herminia se veía así misma bailando con algún apuesto caballero. Y se preguntaba cómo reaccionaría Manuel al verla. ¿Se pondría celoso?
-Tendremos que encargar vestuario nuevo-dijo Herminia-¿Dónde lo hacemos?
-Visitaremos a la modista-contestó Lucía-Ella está al tanto de la última moda. Aunque viva aquí, sabe cómo se viste en la Península.
-Iremos a verla en cuanto podamos.
                Lucía estaba entusiasmada. Herminia y ella nunca habían salido de la isla de Lobos. Habían nacido allí. Habían crecido allí. Pero su mundo se limitaba a aquella isla. Todo lo que sabían de otros lugares era por los libros que leían. Y por las cartas que Lucía recibía de Manuel. Lucía soñaba con viajar a la Península. Con un poco de suerte, a lo mejor, al año siguiente, Herminia y ella viajarían a Madrid. ¡Podrían hacer sus reverencias ante el Rey Fernando! ¿No era ése el sueño de toda jovencita en edad casadera? Viajar a Madrid. Ir a bailes.
-¡Será como estar dentro de un cuento de hadas!-se ilusionó Lucía.
-¿Lo dices por nuestra puesta de largo en Santa Cruz?-inquirió Herminia-¿O lo dices porque podríamos viajar a Madrid?
-¡Por las dos cosas, tonta! ¿No te agrada la idea de viajar? ¡Visitaríamos la capital! Pasearíamos en carruaje por el Parque del Retiro. Es el sueño de toda chica de nuestra edad, amiga. Además, soñar es gratis.

-¿Es verdad que el hijo de los Mendoza va a regresar?-se interesó la señora Antúnez.
-¡Por fin habrá un médico en la isla!-exclamó Herminia.
-Antes, cuando uno enfermaba, había que ir a buscar al médico a Fuerteventura-recordó el señor Antúnez-Y no siempre podía venir. Hacer un viaje de isla en isla puede ser muy peligroso. Sobre todo, cuando hay tormenta. O hay una fuerte marejada. Manuel será un médico excelente.
-¿Cuándo vuelve?-inquirió la señora Antúnez.
-Pronto...-contestó Herminia-No lo sé.
                   Herminia estaba sentada a la mesa a la hora de la cena junto con sus padres, el matrimonio Antúnez.
-Lo importante es que se quede-afirmó el señor Antúnez-Se le necesita.
                    Estaban dando cuenta de un plato de potaje.
                    Herminia pensó en Manuel.
                    Era cierto que se le necesitaba en la isla como médico. Pero, de algún modo, ella también le necesitaba.
-Lo raro es que no se haya casado-opinó la señora Antúnez.
-Lucía dice que es porque está muy centrado en sus estudios-dijo Herminia-No se va de noche a los burdeles. Ni anda a la conquista de alguna mujer ligera de cascos. Es muy serio.
                   Los padres de la joven sonrieron al pensar en Manuel. Siempre se había caracterizado por su seriedad.
-No ha cambiado nada-afirmó el señor Antúnez.
Herminia guardó silencio.
                     No se atrevía a sincerarse con sus padres. Estaba enamorada de Manuel desde que le alcanzaba la memoria. No se trataba de amistad. No se trataba de la costumbre. Era amor. Aquel amor había ido creciendo con el paso de los años. No se había evaporado, como se evapora la niebla cuando le da la luz del Sol. Era verdadero amor.
-A lo mejor, se casa cuando llegue a la isla-dijo Herminia.
                    Su voz apenas le salía de la garganta al hablar.
                   La última vez que Manuel estuvo en la isla fue por Semana Santa. Al despedirse en el embarcadero, le dio un beso en la mejilla. Muy cerca de su boca...
-No hay muchas jóvenes en esta isla-comentó la señora Antúnez.
-No hay casi nadie-se rió su marido-¡Es verdad! Pero es mejor así.

                       En la habitación de un céntrico hostal de Santa Cruz de Tenerife, Manuel Mendoza estaba guardando su ropa en una desgastada maleta. Ya había terminado la carrera de Medicina. Ya podía regresar a su casa, en la isla de Lobos. No veía la hora de ver de nuevo a sus padres. De estar de nuevo al lado de su hermana. Se detuvo al pensar en alguien que le había robado el sueño hacía mucho tiempo. Con quien de verdad deseaba estar era con Herminia. Se sentó en la estrecha cama en la que había estado durmiendo durante cinco años. Sólo con las excepciones de las visitas que le hacía a su familia en la isla durante la Navidad, el verano y la Semana Santa.
                   En aquel momento, alguien golpeó la puerta de su habitación. Era Ricardo, su compañero de habitación.
-¿Estás haciendo la maleta?-le preguntó-Veo que no quieres perder tiempo.
-Quiero volver a mi casa lo antes posible-respondió Manuel-No me gusta estar alejado de mi familia. Confieso que no estoy acostumbrado a la vida en la gran ciudad.
-Pensaba que te quedarías.
                    Ricardo estaba en el penúltimo año de Derecho. Había repetido varios cursos debido a su carácter un tanto juerguista. Era un par de años mayor que Manuel.
-Casi no te has divertido-le recriminó-No sabes lo que es salir a divertirte una noche.
-Ya...-dijo Manuel-Pero sé una cosa. Sé curar unas cándidas.
-¡Por favor! ¡No me lo recuerdes! ¡Fue muy bochornoso para mí!
                   Manuel esbozó una sonrisa.
-Ya sabes lo que no tienes que hacer-le advirtió.
Cerró la maleta. Había un cuaderno de dibujo encima de su cama. A veces, cuando no estaba ocupado con las prácticas en la morgue, dibujaba. Ricardo se sentó en la cama. Abrió el cuaderno de dibujo de Manuel. Vio el dibujo de una joven de pelo largo y rubio. Lo tenía rizado. Tenía unos rasgos adorables y sus ojos se adivinaban de color claro.
-Es ella-dijo Ricardo-La chica de la que me has estado hablando.
-Sí...-admitió Manuel-¡Cierra ese cuaderno!
                  Ricardo cerró el cuaderno.
                 Manuel se sentó a su lado en la cama. No podía seguir negando la evidencia. El recuerdo de Herminia le había acompañado a lo largo de los últimos tiempos. En aquel último curso, visitar la isla de Lobos había supuesto una tortura para él. Porque veía a Herminia siempre en su casa.
                 Cada vez que la besaba en la mejilla. Cada vez que la besaba en la frente. Los deseos de Manuel eran otros. Estar cerca de Herminia amenazaba su cordura, pero no se atrevía ni siquiera a intentar evitarla.
                    Volvía a la isla sólo por ella. Por nadie más...
-¿Has hablado alguna vez con ella?-inquirió Ricardo.
-Hablo con ella todas las veces que voy a visitar a mi familia-contestó Manuel-La conozco desde que nació.
-Digo que se te le has declarado. Sospecho que no ha sido así.
-No podría hablarle de amor. Me rechazaría.
-Eso no lo sabes.
                   Manuel se puso de pie. Pensó que Ricardo podía tener razón. Herminia no sabía lo que él sentía de verdad por ella. Cada vez que la abrazaba, pensaba que era un gesto de amistad. Y no era así. Tenía que atreverse. Tenía que sincerarse con la muchacha. Se armaría de valor e iría a verla nada más llegar a la isla.

El trayecto en barca desde Fuerteventura hasta la isla de Lobos se le hizo eterno a Manuel. El viaje en barco desde Santa Cruz de Tenerife hasta Fuerteventura le había puesto nervioso. Pero ya estaba sentado en aquella pequeña barca de madera. Se estaba acercando poco a poco a su destino. Decidió que iría primero a ver a Herminia. Tenía que sincerarse con ella de una vez por todas.
                        El barquero pareció reconocerle. Pero era ya noche cerrada.
                        La barca quedó varada en la arena. Manuel dejó sus maletas allí. Tan sólo llevaba dos maletas consigo.
-Se las pueden robar-le advirtió el barquero.
-No hay ladrones aquí-afirmó Manuel-Si me las roban, sabré quién es. Sigue siendo un lugar tranquilo en el que vive poca gente.
                      El joven empezó a caminar. Sus pasos le llevaron hasta la casa de los Antúnez. Se fijó en que toda la casa estaba a oscuras. Sabía cuál era la habitación de Herminia. La ventana de la habitación estaba abierta. De pronto, una loca idea pasó por su cabeza. Sin saber bien lo que estaba haciendo, empezó a escalar la fachada de la casa de los Antúnez. Se arrepentiría al día siguiente de lo que había hecho, pero no le importaba.
                   Herminia se despertó al percibir una extraña presencia en su habitación.
-¿Quién anda ahí?-preguntó.
-No te asustes-respondió Manuel.
-¿Manuel? ¿Eres tú?
                    El corazón de Herminia empezó a latir muy deprisa.
-¿Qué estás haciendo aquí?-inquirió de nuevo.
-He vuelto de Santa Cruz-contestó Manuel-Ya me he graduado. ¡Tienes ante ti a todo un médico!
Manuel sintió cómo se le secaba la garganta. Había llegado el momento de sincerarse con Herminia. Casi sin darse cuenta, las palabras empezaron a salir de su boca. Se paseó de un lado a otro de la habitación. Le habló a Herminia de los sentimientos que despertaba en él. De que su recuerdo le había acompañado en todo momento. No había habido ninguna mujer en Santa Cruz de Tenerife.
                    No había podido quitársela de la cabeza. La conocía desde que era casi un bebé. Y la había visto crecer y convertirse en una muchacha preciosa y maravillosa. No se trataba de amistad. No se trataba de una mera costumbre.
-Es amor-afirmó Manuel.
-¿Estás enamorado de mí?-inquirió Herminia atónita-¿Es eso lo que me estás diciendo? ¿Me amas?
-Con toda mi alma...Entiendo que no sientas lo mismo por mí. Yo...
-Yo también te amo.
-¿Lo dices en serio? No te sientas obligada a quererme. Yo siempre te amaré, aunque tú no me correspondas. No me importa.
-Te amo.
                    A pesar de que la habitación estaba sumida en la penumbra, Herminia advirtió un brillo desconocido en los ojos de Manuel. El joven se perdió en las profundidades de los ojos verdes de Herminia. Unos ojos que le habían acompañado desde siempre.
                   Manuel acarició con la mano el cuello de Herminia. La muchacha, a su vez, acarició con la mano la mejilla de Manuel. El joven se sentó al lado de ella en la cama.
-Las cosas serán distintas a partir de ahora-le aseguró a Herminia.
                   Le cogió la mano. Se la besó muchas veces.
-¿Qué es lo que me quieres decir?-le preguntó Herminia a Manuel.
-Nos casaremos-respondió el joven.
                   Herminia se dijo así misma que estaba soñando. Manuel no podía estar en su habitación. Manuel no podía haberle confesado que estaba enamorado de ella. Manuel no podía estar hablándole de casarse. Le parecía que todo era demasiado descabellado. Sonrió con timidez. Manuel le devolvió la sonrisa. Y fue entonces cuando los labios del joven se posaron sobre los labios de Herminia.
Fue Manuel el primero que se despojó de la ropa que llevaba puesta. Luego, ayudó a Herminia a despojarse de su camisón.
                         Le cogió la mano y se la besó.
-Eres preciosa-le aseguró.
-¿Has estado con alguna mujer?-quiso saber Herminia.
                       Manuel lo negó moviendo la cabeza. Herminia sonrió aliviada. Le dio un beso en la mejilla. Los labios de Manuel recorrieron el cuello de la joven. Sus bocas se encontraron en un beso cargado de amor. Volvieron a besarse con más pasión y más profundidad y Herminia rodeó con sus brazos el cuello de Manuel, apretándolo contra su cuerpo.
                    Manuel acarició el cabello suelto de Herminia. Le juró una y otra vez que la amaba y que no dejaría nunca de amarla.
-Me alegro de que no hayas estado nunca con una mujer-se sinceró Herminia-Yo tampoco he estado con un hombre. Antes...
-Me alegro-afirmó Manuel-Así, los dos somos vírgenes.
                  Llenó de besos el rostro de Herminia. La abrazó con fuerza. Se susurraron muchas palabras de amor. En aquel momento, estaban ellos dos solos. Solos en aquel lugar que les parecía que era el Paraíso. Habían reunido el valor necesario que necesitaban para declararse el amor que sentían mutuamente.
-Nos casaremos-le prometió Manuel.
-Y yo te ayudaré-le aseguró Herminia.
-Juntos...
Manuel abrazó delicadamente a Herminia. Deseaba poder fundirse con ella. Había deseado aquel momento durante mucho tiempo. Se había odiado así mismo por haberse enamorado de la mejor amiga de su hermana menor. Manuel llenó de besos los hombros de Herminia. Ella tenía una ligera idea de lo que estaba pasando entre ella y su amado. Había oído algunos comentarios susurrados entre las dos criadas que tenía la familia.
                       Volvieron a besarse con pasión. Se acariciaron mutuamente. Las manos de Manuel sabían por inercia qué lugares del cuerpo de Herminia debía de acariciar para despertarla a la pasión.
-No sé qué hacer-admitió la chica.
-No pienses en nada-le dijo Manuel.
                       Herminia aún creía que estaba soñando. Manuel no había podido aparecer en su habitación. No podía estar haciéndole lo que le estaba haciendo. No podía haberle confesado que la amaba. Ni habían hecho planes para un futuro juntos.
-Amor mío...-le oyó susurrar.
                   Manuel llegó a recorrer el cuerpo de Herminia con la lengua. Llenó cada porción de su cuerpo con besos. La muchacha tenía un sabor exquisito. Como lo había imaginado.
                   ¿Cuántas veces había soñado con aquel momento? Demasiadas...Con besar los pechos de aquella joven. Con posar sus labios sobre su vientre. ¡Y lo estaba haciendo! ¡Era real! ¡Estaba pasando! Herminia era suya. Y él era de ella. Suyo...
                   Finalmente, los cuerpos de ambos se unieron. El cuerpo de Herminia recibió con alegría el cuerpo de Manuel. No sintió dolor alguno al sentir cómo el joven que amaba invadía su cuerpo. Lo único que quería era entregarse a él. Su unión estuvo cargada de amor. Se abrazaron. Se besaron. Manuel llevó a Herminia hasta un lugar lejano. Un lugar maravilloso donde sólo estaban ellos dos.
                     Fue Herminia la que se quedó dormida en primer lugar. Manuel se abrazó a ella. Le dio las gracias por haberla conocido. Y por amarle.
                     Permaneció despierto durante un buen rato. Herminia le amaba. Nunca la dejaría.
                     Ella estaría siempre a su lado. Le ayudaría a ser un gran médico. Los dos juntos podían hacer muchas cosas. Ayudar a mucha gente.
                     Siempre juntos...


FIN

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