Hola a todos.
En breve, me gustaría dar una buena noticia acerca de este relato que escribí hace algún tiempo.
Está subido a mi blog "Berkley Manor".
Para celebrar la buena noticia, me gustaría reponer este blog
Te echo de menos.
Espero que os guste.
ISLA
DE LOBOS, AL NORTE DE FUERTEVENTURA, CANARIAS, 1820
La
familia Mendoza estaba muy orgullosa. El hijo mayor, Manuel, estaba estudiando
Medicina en Santa Cruz de Tenerife. Con frecuencia, el joven le escribía largas
cartas a su familia. Le contaba cómo le iban los estudios. Cómo era su vida en
la ciudad. Con quien más se carteaba era con su hermana menor, Lucía. Manuel
tenía veintitrés años. Y Lucía acababa de cumplir dieciocho años. En cuestión
de unos meses, Manuel terminaría la carrera. Y pensaba regresar a la isla de
Lobos, donde vivía su familia. Quería ejercer como médico allí. Lucía esperaba
con ansia su regreso.
Aquella tarde, Lucía
había salido con su mejor amiga, Herminia Antúnez.
-Manuel
me ha escrito-le informó Lucía a Herminia-Está estudiando mucho.
-Debes
de estar deseando verle-apostilló Herminia.
Las dos amigas estaban
sentadas en la arena, en la Playa de la Concha. Lucía y Herminia miraban con
cierta nostalgia el horizonte. Sentían que Manuel estaba muy lejos de ellas.
Pero, de algún modo, podían sentir que estaba a su lado. Muy cerca de ellas...
-¿Tiene
novia?-quiso saber Herminia-Es muy guapo. Es normal que tenga novia. O que se
haya enamorado de alguna chica de Santa Cruz. ¿No?
-Pues
no lo sé-contestó Lucía-Manuel nunca me habla de ninguna chica en concreto.
Guardaron silencio.
Herminia pensó que había hablado más de la cuenta. Desde que tenía uso de
razón, la muchacha había estado enamorada de Manuel. Se trataba de un amor
secreto. En el fondo, Herminia sabía que nunca sería correspondida. Manuel era
cinco años mayor que ella. Y era mucho más mundano que ella.
-Pregunta
mucho por ti-le confesó Lucía a Herminia-Quiere saber si te ronda algún joven.
-Hay
muy pocos jóvenes en esta isla que me puedan rondar-se rió Herminia-Además,
todos esos jóvenes van detrás de ti. Eres muy hermosa.
-Te
equivocas. Yo no soy hermosa. Tú eres una belleza, Herminia.
-¿Y
quién dice eso?
-Los
jóvenes...Los hombres, en general.
-¡Estás
mintiendo!
-Es
la verdad. Hasta Manuel...
-¿Qué
pasa con Manuel?
-No
pasa nada.
La
verdad era que hasta los pescadores que estaban dejando sus barcas varadas en
la orilla de la playa giraban la cabeza para mirar a Lucía. La joven se sentía
orgullosa de su belleza. Poseía una larga cabellera de color dorado rojizo. Era
su mayor orgullo. Su rostro poseía unas facciones perfectas. Tenía la frente
despejada y su cara tenía la forma perfecta de un óvalo. Sus ojos eran de color
azul oscuro. Pero podían tornarse de color. Dependiendo de su estado de ánimo,
los ojos de Lucía podían tornarse de color violeta. Poseía una figura alta y
esbelta. Su piel era blanca como la leche. Y sus mejillas eran de color
sonrosado. Era una joven que siempre estaba de buen humor.
Lucía tenía
numerosos pretendientes. Algunos jóvenes de la isla iban a visitarla a su casa.
Como siempre, Lucía estaba acompañada por su carabina, que era el ama de llaves
de sus padres. Recibía con cierta frialdad los halagos que sus pretendientes le
hacían. En el fondo, se sentía halagada. Le gustaba ser el centro de atención.
Sus pretendientes no habían pasado de darle un beso en la mano de manera
cortés.
Herminia también
era una joven llamativa. Aunque un poco menos que Lucía...
Poseía el cabello de
color rubio muy claro. Era un poco más bajita que Lucía. Su piel era tan clara
como la de Lucía. Pero sus ojos eran de un bonito color verde esmeralda. Por lo
general, Herminia creía que pasaba desapercibida.
Herminia fue a
visitar a Lucía a los pocos días. La joven había recibido una nueva carta de
Manuel. No veía el momento de leérsela a su amiga.
Al terminar de
leer la carta, los ojos de Herminia se llenaron de lágrimas. Tenía la sensación
de que Manuel no tardaría mucho tiempo en regresar a la isla de Lobos. Volvería
a verle. Desde que le vio partir en una barca rumbo a Fuerteventura, donde
tomaría un barco que lo llevaría a Santa Cruz de Tenerife, lo había echado de
menos.
-¿Estás
llorando?-inquirió Lucía.
-No...-contestó
Herminia-No...No estoy llorando. Se me ha metido algo en el ojo.
-¡Oh,
amiga! Yo también echo de menos a Manuel. No veo la hora de volver a verle.
Manuel iba a
volver, pensó Herminia.
-Tú
también echas de menos a mi hermano-observó Lucía.
-Sí...-admitió
Herminia-Es como un hermano mayor para mí. Soy hija única. Siempre he soñado
con tener un hermano.
Naturalmente,
Lucía ignoraba la clase de sentimientos que Manuel despertaba en Herminia.
-Luego,
nos tocará a nosotras viajar este otoño-le recordó a Herminia.
-¿A
qué te refieres?-inquirió la muchacha.
Estuvo a punto de
golpearse contra la pared. ¡Su puesta de largo!
¡Había olvidado que iba
a ser presentada en sociedad aquel otoño en Santa Cruz de Tenerife!
-Manuel
nos acompañará-le aseguró Lucía.
La idea de ser
presentada en sociedad las llenaba de ilusión. Herminia se veía así misma
bailando con algún apuesto caballero. Y se preguntaba cómo reaccionaría Manuel
al verla. ¿Se pondría celoso?
-Tendremos
que encargar vestuario nuevo-dijo Herminia-¿Dónde lo hacemos?
-Visitaremos
a la modista-contestó Lucía-Ella está al tanto de la última moda. Aunque viva
aquí, sabe cómo se viste en la Península.
-Iremos
a verla en cuanto podamos.
Lucía estaba entusiasmada.
Herminia y ella nunca habían salido de la isla de Lobos. Habían nacido allí.
Habían crecido allí. Pero su mundo se limitaba a aquella isla. Todo lo que
sabían de otros lugares era por los libros que leían. Y por las cartas que
Lucía recibía de Manuel. Lucía soñaba con viajar a la Península. Con un poco de
suerte, a lo mejor, al año siguiente, Herminia y ella viajarían a Madrid.
¡Podrían hacer sus reverencias ante el Rey Fernando! ¿No era ése el sueño de
toda jovencita en edad casadera? Viajar a Madrid. Ir a bailes.
-¡Será
como estar dentro de un cuento de hadas!-se ilusionó Lucía.
-¿Lo
dices por nuestra puesta de largo en Santa Cruz?-inquirió Herminia-¿O lo dices
porque podríamos viajar a Madrid?
-¡Por
las dos cosas, tonta! ¿No te agrada la idea de viajar? ¡Visitaríamos la
capital! Pasearíamos en carruaje por el Parque del Retiro. Es el sueño de toda
chica de nuestra edad, amiga. Además, soñar es gratis.
-¿Es
verdad que el hijo de los Mendoza va a regresar?-se interesó la señora Antúnez.
-¡Por
fin habrá un médico en la isla!-exclamó Herminia.
-Antes,
cuando uno enfermaba, había que ir a buscar al médico a Fuerteventura-recordó
el señor Antúnez-Y no siempre podía venir. Hacer un viaje de isla en isla puede
ser muy peligroso. Sobre todo, cuando hay tormenta. O hay una fuerte marejada.
Manuel será un médico excelente.
-¿Cuándo
vuelve?-inquirió la señora Antúnez.
-Pronto...-contestó
Herminia-No lo sé.
Herminia estaba
sentada a la mesa a la hora de la cena junto con sus padres, el matrimonio
Antúnez.
-Lo
importante es que se quede-afirmó el señor Antúnez-Se le necesita.
Estaban dando
cuenta de un plato de potaje.
Herminia pensó
en Manuel.
Era cierto que
se le necesitaba en la isla como médico. Pero, de algún modo, ella también le
necesitaba.
-Lo
raro es que no se haya casado-opinó la señora Antúnez.
-Lucía
dice que es porque está muy centrado en sus estudios-dijo Herminia-No se va de
noche a los burdeles. Ni anda a la conquista de alguna mujer ligera de cascos.
Es muy serio.
Los padres de la
joven sonrieron al pensar en Manuel. Siempre se había caracterizado por su
seriedad.
-No
ha cambiado nada-afirmó el señor Antúnez.
Herminia
guardó silencio.
No se
atrevía a sincerarse con sus padres. Estaba enamorada de Manuel desde que le
alcanzaba la memoria. No se trataba de amistad. No se trataba de la costumbre.
Era amor. Aquel amor había ido creciendo con el paso de los años. No se había
evaporado, como se evapora la niebla cuando le da la luz del Sol. Era verdadero
amor.
-A
lo mejor, se casa cuando llegue a la isla-dijo Herminia.
Su voz apenas le
salía de la garganta al hablar.
La última vez que
Manuel estuvo en la isla fue por Semana Santa. Al despedirse en el embarcadero,
le dio un beso en la mejilla. Muy cerca de su boca...
-No
hay muchas jóvenes en esta isla-comentó la señora Antúnez.
-No
hay casi nadie-se rió su marido-¡Es verdad! Pero es mejor así.
En
la habitación de un céntrico hostal de Santa Cruz de Tenerife, Manuel Mendoza
estaba guardando su ropa en una desgastada maleta. Ya había terminado la
carrera de Medicina. Ya podía regresar a su casa, en la isla de Lobos. No veía
la hora de ver de nuevo a sus padres. De estar de nuevo al lado de su hermana.
Se detuvo al pensar en alguien que le había robado el sueño hacía mucho tiempo.
Con quien de verdad deseaba estar era con Herminia. Se sentó en la estrecha
cama en la que había estado durmiendo durante cinco años. Sólo con las
excepciones de las visitas que le hacía a su familia en la isla durante la
Navidad, el verano y la Semana Santa.
En aquel momento,
alguien golpeó la puerta de su habitación. Era Ricardo, su compañero de
habitación.
-¿Estás
haciendo la maleta?-le preguntó-Veo que no quieres perder tiempo.
-Quiero
volver a mi casa lo antes posible-respondió Manuel-No me gusta estar alejado de
mi familia. Confieso que no estoy acostumbrado a la vida en la gran ciudad.
-Pensaba
que te quedarías.
Ricardo estaba
en el penúltimo año de Derecho. Había repetido varios cursos debido a su
carácter un tanto juerguista. Era un par de años mayor que Manuel.
-Casi
no te has divertido-le recriminó-No sabes lo que es salir a divertirte una
noche.
-Ya...-dijo
Manuel-Pero sé una cosa. Sé curar unas cándidas.
-¡Por
favor! ¡No me lo recuerdes! ¡Fue muy bochornoso para mí!
Manuel esbozó una
sonrisa.
-Ya
sabes lo que no tienes que hacer-le advirtió.
Cerró
la maleta. Había un cuaderno de dibujo encima de su cama. A veces, cuando no
estaba ocupado con las prácticas en la morgue, dibujaba. Ricardo se sentó en la
cama. Abrió el cuaderno de dibujo de Manuel. Vio el dibujo de una joven de pelo
largo y rubio. Lo tenía rizado. Tenía unos rasgos adorables y sus ojos se
adivinaban de color claro.
-Es
ella-dijo Ricardo-La chica de la que me has estado hablando.
-Sí...-admitió
Manuel-¡Cierra ese cuaderno!
Ricardo cerró el
cuaderno.
Manuel se sentó a su
lado en la cama. No podía seguir negando la evidencia. El recuerdo de Herminia le
había acompañado a lo largo de los últimos tiempos. En aquel último curso,
visitar la isla de Lobos había supuesto una tortura para él. Porque veía a
Herminia siempre en su casa.
Cada vez que la besaba
en la mejilla. Cada vez que la besaba en la frente. Los deseos de Manuel eran
otros. Estar cerca de Herminia amenazaba su cordura, pero no se atrevía ni
siquiera a intentar evitarla.
Volvía a la isla
sólo por ella. Por nadie más...
-¿Has
hablado alguna vez con ella?-inquirió Ricardo.
-Hablo
con ella todas las veces que voy a visitar a mi familia-contestó Manuel-La
conozco desde que nació.
-Digo
que se te le has declarado. Sospecho que no ha sido así.
-No
podría hablarle de amor. Me rechazaría.
-Eso
no lo sabes.
Manuel se puso de
pie. Pensó que Ricardo podía tener razón. Herminia no sabía lo que él sentía de
verdad por ella. Cada vez que la abrazaba, pensaba que era un gesto de amistad.
Y no era así. Tenía que atreverse. Tenía que sincerarse con la muchacha. Se
armaría de valor e iría a verla nada más llegar a la isla.
El
trayecto en barca desde Fuerteventura hasta la isla de Lobos se le hizo eterno
a Manuel. El viaje en barco desde Santa Cruz de Tenerife hasta Fuerteventura le
había puesto nervioso. Pero ya estaba sentado en aquella pequeña barca de
madera. Se estaba acercando poco a poco a su destino. Decidió que iría primero
a ver a Herminia. Tenía que sincerarse con ella de una vez por todas.
El
barquero pareció reconocerle. Pero era ya noche cerrada.
La
barca quedó varada en la arena. Manuel dejó sus maletas allí. Tan sólo llevaba
dos maletas consigo.
-Se
las pueden robar-le advirtió el barquero.
-No
hay ladrones aquí-afirmó Manuel-Si me las roban, sabré quién es. Sigue siendo
un lugar tranquilo en el que vive poca gente.
El joven
empezó a caminar. Sus pasos le llevaron hasta la casa de los Antúnez. Se fijó
en que toda la casa estaba a oscuras. Sabía cuál era la habitación de Herminia.
La ventana de la habitación estaba abierta. De pronto, una loca idea pasó por
su cabeza. Sin saber bien lo que estaba haciendo, empezó a escalar la fachada
de la casa de los Antúnez. Se arrepentiría al día siguiente de lo que había
hecho, pero no le importaba.
Herminia se
despertó al percibir una extraña presencia en su habitación.
-¿Quién
anda ahí?-preguntó.
-No
te asustes-respondió Manuel.
-¿Manuel?
¿Eres tú?
El corazón de
Herminia empezó a latir muy deprisa.
-¿Qué
estás haciendo aquí?-inquirió de nuevo.
-He
vuelto de Santa Cruz-contestó Manuel-Ya me he graduado. ¡Tienes ante ti a todo
un médico!
Manuel
sintió cómo se le secaba la garganta. Había llegado el momento de sincerarse
con Herminia. Casi sin darse cuenta, las palabras empezaron a salir de su boca.
Se paseó de un lado a otro de la habitación. Le habló a Herminia de los
sentimientos que despertaba en él. De que su recuerdo le había acompañado en
todo momento. No había habido ninguna mujer en Santa Cruz de Tenerife.
No había podido
quitársela de la cabeza. La conocía desde que era casi un bebé. Y la había
visto crecer y convertirse en una muchacha preciosa y maravillosa. No se
trataba de amistad. No se trataba de una mera costumbre.
-Es
amor-afirmó Manuel.
-¿Estás
enamorado de mí?-inquirió Herminia atónita-¿Es eso lo que me estás diciendo?
¿Me amas?
-Con
toda mi alma...Entiendo que no sientas lo mismo por mí. Yo...
-Yo
también te amo.
-¿Lo
dices en serio? No te sientas obligada a quererme. Yo siempre te amaré, aunque
tú no me correspondas. No me importa.
-Te
amo.
A pesar de que
la habitación estaba sumida en la penumbra, Herminia advirtió un brillo
desconocido en los ojos de Manuel. El joven se perdió en las profundidades de
los ojos verdes de Herminia. Unos ojos que le habían acompañado desde siempre.
Manuel acarició
con la mano el cuello de Herminia. La muchacha, a su vez, acarició con la mano
la mejilla de Manuel. El joven se sentó al lado de ella en la cama.
-Las
cosas serán distintas a partir de ahora-le aseguró a Herminia.
Le cogió la mano.
Se la besó muchas veces.
-¿Qué
es lo que me quieres decir?-le preguntó Herminia a Manuel.
-Nos
casaremos-respondió el joven.
Herminia se dijo
así misma que estaba soñando. Manuel no podía estar en su habitación. Manuel no
podía haberle confesado que estaba enamorado de ella. Manuel no podía estar
hablándole de casarse. Le parecía que todo era demasiado descabellado. Sonrió
con timidez. Manuel le devolvió la sonrisa. Y fue entonces cuando los labios
del joven se posaron sobre los labios de Herminia.
Fue
Manuel el primero que se despojó de la ropa que llevaba puesta. Luego, ayudó a
Herminia a despojarse de su camisón.
Le cogió la mano y se la besó.
-Eres
preciosa-le aseguró.
-¿Has
estado con alguna mujer?-quiso saber Herminia.
Manuel lo negó moviendo la cabeza. Herminia sonrió aliviada. Le dio un
beso en la mejilla. Los labios de Manuel recorrieron el cuello de la joven. Sus
bocas se encontraron en un beso cargado de amor. Volvieron a besarse con más
pasión y más profundidad y Herminia rodeó con sus brazos el cuello de Manuel,
apretándolo contra su cuerpo.
Manuel acarició
el cabello suelto de Herminia. Le juró una y otra vez que la amaba y que no
dejaría nunca de amarla.
-Me
alegro de que no hayas estado nunca con una mujer-se sinceró Herminia-Yo
tampoco he estado con un hombre. Antes...
-Me
alegro-afirmó Manuel-Así, los dos somos vírgenes.
Llenó de besos el
rostro de Herminia. La abrazó con fuerza. Se susurraron muchas palabras de
amor. En aquel momento, estaban ellos dos solos. Solos en aquel lugar que les
parecía que era el Paraíso. Habían reunido el valor necesario que necesitaban
para declararse el amor que sentían mutuamente.
-Nos
casaremos-le prometió Manuel.
-Y
yo te ayudaré-le aseguró Herminia.
-Juntos...
Manuel
abrazó delicadamente a Herminia. Deseaba poder fundirse con ella. Había deseado
aquel momento durante mucho tiempo. Se había odiado así mismo por haberse
enamorado de la mejor amiga de su hermana menor. Manuel llenó de besos los
hombros de Herminia. Ella tenía una ligera idea de lo que estaba pasando entre
ella y su amado. Había oído algunos comentarios susurrados entre las dos
criadas que tenía la familia.
Volvieron a besarse con pasión. Se acariciaron mutuamente. Las manos de
Manuel sabían por inercia qué lugares del cuerpo de Herminia debía de acariciar
para despertarla a la pasión.
-No
sé qué hacer-admitió la chica.
-No
pienses en nada-le dijo Manuel.
Herminia aún creía que estaba soñando. Manuel no había podido aparecer en
su habitación. No podía estar haciéndole lo que le estaba haciendo. No podía
haberle confesado que la amaba. Ni habían hecho planes para un futuro juntos.
-Amor
mío...-le oyó susurrar.
Manuel llegó a
recorrer el cuerpo de Herminia con la lengua. Llenó cada porción de su cuerpo
con besos. La muchacha tenía un sabor exquisito. Como lo había imaginado.
¿Cuántas veces
había soñado con aquel momento? Demasiadas...Con besar los pechos de aquella
joven. Con posar sus labios sobre su vientre. ¡Y lo estaba haciendo! ¡Era real!
¡Estaba pasando! Herminia era suya. Y él era de ella. Suyo...
Finalmente, los
cuerpos de ambos se unieron. El cuerpo de Herminia recibió con alegría el
cuerpo de Manuel. No sintió dolor alguno al sentir cómo el joven que amaba
invadía su cuerpo. Lo único que quería era entregarse a él. Su unión estuvo
cargada de amor. Se abrazaron. Se besaron. Manuel llevó a Herminia hasta un
lugar lejano. Un lugar maravilloso donde sólo estaban ellos dos.
Fue
Herminia la que se quedó dormida en primer lugar. Manuel se abrazó a ella. Le
dio las gracias por haberla conocido. Y por amarle.
Permaneció
despierto durante un buen rato. Herminia le amaba. Nunca la dejaría.
Ella
estaría siempre a su lado. Le ayudaría a ser un gran médico. Los dos juntos
podían hacer muchas cosas. Ayudar a mucha gente.
Siempre
juntos...