No sé si os acordaréis de esta historia.
Hace algún tiempo, os hablé de mi novela El final de los buenos tiempos, una historia en la que intento abordar desde otro ángulo el tema de los matrimonios de conveniencia.
Más que de una novela romántica, se trata de una novela sentimental. Transcurre en el Londres de la década de los 30.
Lord William Dunning, un aristócrata inglés arruinado y enamorado de una aspirante a actriz, se ve forzado a contraer matrimonio con una joven estadounidense de familia acaudalada, Anne Carol Jamieson. Pero el corazón de la joven pertenece a otro hombre, de clase más bien humilde. El matrimonio resulta ser un fracaso, pues ambos son incapaces de olvidar a sus verdaderos amores. Lo único que les une son el recuerdo de esos amores frustrados y la sensación de fracaso y de soledad.
Aquí os dejo con un fragmento de esta novela que habla, sobre todo, de desamor y de soledad.
Hace días que no veo a
Anne. Carla me cuenta las novedades que tiene. Por lo visto, Anne se ha
marchado a Inglaterra.
Va a casarse con un
aristócrata inglés. Sus padres han sido los que han orquestado la boda. Los
Jamieson son una familia con suerte. Han logrado salvar toda su fortuna desde
que el país está sumido en la mayor de las miserias. Los humoristas hacen
chistes acerca de la tardanza de los políticos para reconocer lo que estaba
pasando.
Carla está destrozada.
Su padre invirtió todo el dinero que tenía en la Bolsa.
Están en la ruina. Su
padre se ha suicidado pegándose un tiro. Su madre está vendiendo todo lo que
tiene. No saben adónde van a ir. Mi situación no es mucho mejor. También hemos
perdido todo el dinero que teníamos. Porque mi padre también invirtió en Bolsa.
Vivimos en la calle. A
veces, he creído odiar a Anne. Le he deseado lo peor. Ella siempre ha sido
mucho más bella que yo.
Siempre ha tenido más
que yo. Pero no puedo acabar de odiarla.
Siempre se ha portado
bien conmigo. Ella y Hal…Han sido muy buenos.
Es la rabia la que me
hace pensar así. Desearía que todo le fuese bien. Pero no va a terminar con
Hal.
Y eso es lo que me
angustia. Que esté lejos de su verdadero amor.
Me acerco a la hoguera
que se ha hecho en mitad de la calle. Me froto las manos. No consigo entrar en
calor. Hay mucha gente que vive en la calle. Se tapan con mantas para
protegerse del frío.
Mi estómago ruge.
Llevo un día entero sin probar bocado.
Vamos al albergue. Nos
sirven comida gratis. Pero el albergue siempre está lleno de gente.
No hay suficientes
albergues en toda la ciudad. Dormimos en el suelo. Trato de pensar en otros
tiempos. El suelo está muy duro.
Pero ni el pensar en
otros tiempos mucho más buenos me sirve de consuelo. El país está sumido en la
desolación. Lo veo en los rostros de los que están a mi alrededor. No
encuentran trabajo. No tienen nada que llevarse a la boca. Incluso roban en las
tiendas comida. Se marchan de la ciudad. Buscan otros sitios muchos mejores.
Los niños mueren en
las calles. La gente llora mientras se calienta entorno a la hoguera. Y yo
envidio a Anne Carol Jamieson por la inmensa suerte que tiene.
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