jueves, 5 de diciembre de 2013

FRAGMENTO DE "LA EDAD DE LA INOCENCIA"

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros este fragmento de la novela de Edith Wharton La edad de la inocencia. 
He visto, y no estoy exagerando, la adaptación al cine que hizo Scorsese hace ya dos décadas unas seis veces. ¡Es una película bellísima! La puesta en escena nos traslada al Nueva York de 1870. Las imágenes poseen una belleza delicada. Las interpretaciones son increíbles. Los personajes te cautivan con su personalidad. Nos permite descubrir cómo era de hipócrita la alta sociedad de la época. Una época de doble moral en la que las mujeres debían de permanecer castas siendo solteras y los hombres casados tenían amantes y sus mujeres aguantaban por la posición y el qué dirán.
May, la esposa de Newland, aunque pueda parecer tonta, de tonta no tiene ni un pelo y utiliza su gran inteligencia (ésa que Newland no es capaz de ver) para frustrar el amor, un amor contenido y nunca consumado, entre su marido y su prima Ellen. Cuando Newland se entera, ya en París, se pone pálido y su voz se quiebra cuando dice:
-No me lo pidió. Nunca me lo pidió.
Sólo dos personajes destacan por su autenticidad. Catherine Mingod, la mujer más importante de la ciudad y abuela de Ellen y de May, una mujer de carácter rebelde, valiente y con una personalidad fuerte y enérgica que sólo sigue las normas que ella misma dicta para sí y a la que le importa bien poco lo que digan los demás de ella; y su nieta Ellen, fiel reflejo, en un primer momento, de la personalidad de su abuela (está mal que lo diga, pero Ellen es la nieta favorita de la señora Mingod), pero que, por no hacerle daño a su prima May, decide renunciar a lo que más ama en el mundo, es decir, a Newland.
Aquí os dejo con un fragmento de esta hermosa novela. Vemos una conversación entre Newland y Ellen. Dos enamorados condenados por la sociedad a no poder estar juntos. El miedo y el qué dirán pesa sobre ellos.

  -Hace mucho tiempo que esperaba una oportunidad como ésta para decirte cuánto me has ayudado, qué has hecho de mí...
    Archer la miró de hito en hito, el ceño fruncido.  La interrumpió con una carcajada.
    -¿Y qué te parece lo que tú has hecho de mí?
    La condesa palideció un poco.
    -¿De tí?
    -Sí, porque soy obra tuya mucho más que tú obra mía.  Soy el hombre que se casó con una mujer porque otra le dijo que lo hiciera.
    La palidez de Madame Olenska se transformó en rubor.
    -Creí... prometiste... que hoy no ibas a decir estas cosas.
    -¡Ah! ¡Siempre mujer! ¡Ninguna de vosotras quiere llegar hasta el fondo en los asuntos desagradables!
     Ella respondió en voz baja. 
     -¿Es un asunto desagradable... para May?
     Archer, de pie junto a la ventana, tamborileando los dedos en el marco levantado, sintió en todas sus fibras la melancólica ternura con que había pronunciado el nombre de su prima.


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