¿Os acordáis del borrador que subí a este blog hace algún tiempo?
Era el borrador de un cuento que se me ocurrió acerca de la vida de un grupo de australopitecos. Hoy, por fin, puedo publicar el cuento entero. No un borrador...Hablo del cuento en general, corregido y todo.
Espero que os guste esta historia tan atípica. Guarda relación con relatos que escribí hace algún tiempo acerca de tumais y de orrorins.
Sí, me gusta escribir sobre los albores de la Humanidad. Sobre el despertar del ser humano.
Aquí os lo dejo.
CAMINO DEL NORTE
LLANURA
AFRICANA, HACE 3.900.000 DE AÑOS
La comida seguía
escaseando. La sabana estaba desapareciendo. El agua estaba también
desapareciendo. El viaje interminable seguía su curso. Pero no sabían adónde
ir.
Tenían que seguir
caminando.
Casualidades de la
vida, el viaje proseguía en dirección al Norte. Al mismo Norte que una vez
obsesionó mucho tiempo atrás a una joven tumai. Quizás ellos podían averiguar
qué había allí. El porqué aquella hembra estaba obsesionada con viajar al
Norte.
Sólo podían esperar
una cosa de allí. Comida. Mejor dicho, dos cosas. Comida y agua.
Las cosas estaban cada
vez peor. Lo sabían.
Los miembros del clan
estaban cambiando.
Iban adaptándose a los
cambios que se estaban produciendo en el ambiente. Caminaban cada vez más
erguidos. Casi sin darse cuenta estaban evolucionando. Se parecían cada vez
menos a los primates. Empezaban a parecerse más a los actuales homo sapiens.
A nosotros.
Pero la evolución es
un proceso lento. De momento, tenían que seguir viajando cada vez más hacia el
Norte. Sin detenerse apenas. Buscar alimento y agua era su prioridad. Si se
quedaban, morirían de hambre y de sed.
Tenían que abandonar
la tierra que les había visto nacer muchas generaciones antes.
Pasaron millones de
años.
Los homínidos
habitaron los bosques y las montañas. Al mismo tiempo, su aspecto fue variando.
Iban evolucionando para adaptarse mejor al medio cambiante en el que vivían.
Primero, apareció el
australopiteco. Llegó a convivir con el Homo habilis.
Pero los
australopitecos sólo llegaron a vivir en África. No se atrevieron a iniciar el
viaje hacia Europa y Asia.
El australopiteco vio
cómo el hábitat cambiaba. Los ríos eran cada vez más secos. Los árboles morían.
Los animales también morían. Vieron cómo bosques antaño frondosos se convertían
poco a poco en desiertos.
Los australopitecos
eran bípedos. Se habían acostumbrado a caminar sobre sus dos piernas. Todavía
hacían vida en los árboles. Pero pasaban la mayor parte del tiempo en el suelo.
No sabían tallar la piedra. Se defendían a pedradas de un posible ataque. O
salían corriendo. Eran seres que se parecían mucho a los monos.
Como los tumai y los
orrorin, satisfacían únicamente sus necesidades más básicas. Comer…Desahogarse
con una hembra…
Los australopitecos
eran carroñeros. Comían la carne de los animales muertos. Se enfrentaban con
las hienas y con los buitres por los restos de un león muerto en estado de
descomposición. Sabían nadar.
El australopiteco se
dividía en dos grupos.
El robusto pesaba de 45 a 50 kilos.
El grácil pesaba la
mitad.
Vivía en la sabana.
Aprendió a cruzar los
ríos a nado. Convivía con la muerte con total naturalidad. Tardaba poco tiempo
en olvidar los sucesos acontecidos. Como la muerte de un miembro del grupo.
Vivía el día a día. Y lo hacía con mucha intensidad.
Los australopitecos
aparecieron hace 4.000.000 millones de años.
El Australopiteco
vivía en las zonas tropicales de África. Se alimentaba de hojas y de frutos. Su
cerebro era similar al de los grandes simios actuales.
Su vida era una
constante huida de los depredadores. Las piedras eran su arma de defensa.
Correr era su única válvula de escape posible. Tenían que viajar lo más lejos
posible en busca de comida.
Se dice que un
espécimen de australopiteco fue el primero, antes que el Homo habilis, en
fabricar herramientas.
Debieron de probar la
carne. Posiblemente, comieron carne de antílope. No encontraban ni hojas ni
frutos ni árboles porque habían desaparecido. Y descubrieron que la carne les
alimentaba.
Lascas…Cantos
tallados…Eran algunas de las herramientas que fabricaban toscamente los
australopitecos. Usaban rudimentariamente aquellas herramientas para cortar la
carne.
En época de escasez,
se alimentaban de otras cosas. Semillas…Frutos…Otras hojas más blandas…
Pasaban mucho tiempo
en el suelo. Sólo subían a los árboles para dormir. Y para ponerse a salvo de
las bestias que habitaban en la selva. Pero la selva parecía estar
desapareciendo.
No eran conscientes de
algunos detalles. Como que la selva y la sabana estaban desapareciendo. Y que
él mismo estaba condenado a desaparecer con ella.
Desaparecer…Evolucionar…
Y evolucionaron. Fue
un proceso lento. Como la desertización.
Se oyó un grito en
toda la llanura y el grupo de australopitecos salieron corriendo de allí.
Habían encontrado el cuerpo sin vida de uno de ellos. Un leopardo lo había
matado instantes antes.
Los buitres no
tardaron en congregarse alrededor de lo que quedaba del australopiteco. Los
demás salieron corriendo. Muchos de ellos morían de aquella forma.
Todo esto desaparecerá.
La hembra de australopiteco
despertó. Aquel pensamiento la asustó. Dormía en el suelo. Al aire libre. En la
distancia, creía oír unos sonidos que la asustaban. Pero había crecido
escuchándolos. El rugido de un león…Los graznidos de los buitres…El siseo de
las serpientes…La risa histérica de las hienas…
Su compañero se acercó
a ella. Pretendía copular. La hembra se puso de rodillas. Se dejó hacer. Pero
estaba pensativa. La sabana estaba desapareciendo. Antes, había más plantas.
Más animales…¿Qué era lo que veía ahora? Nada. Todo estaba desapareciendo.
El macho se apartó de
ella apenas se hubo desahogado. La hembra se sentó en el suelo y miró el
paisaje que la rodeaba. ¿Cuándo fue la última vez que comió algo?, se preguntó.
¿El día antes? Aquella mañana no había comido nada. Intentó hacer memoria.
¿Cuándo había comido? No lo recordaba. No…Hacía más…Tenía sed. Pero no había
una charca a la vista. ¿Cuándo fue la última vez que bebió agua? Tampoco lo
recordaba.
Se estremeció de frío.
Algo no iba bien,
pensó.
Su estómago rugió.
Tenía mucha hambre. Buscó hormigas que llevarse a la boca por el suelo sin
ningún éxito.
La hembra se frotó los
brazos en un intento por entrar en calor porque temblaba de frío. ¿Cómo podía
desaparecer la sabana? Era imposible. La sabana lo era todo para ella. Su
hogar…No…Eso no iba a pasar. Era imposible.
Un
día, mientras estaban descansando, uno de los austraolpitecos más jóvenes vio
como una pareja estaba charlando de manera animada. En un momento dado, el
joven australopiteco se inclinó hacia su compañera y le lamió la mejilla. El
gesto pareció animar mucho a la hembra.
Se
empezaban a forjar lazos. Lazos que no tenían nombre. Pero que parecían salir
del corazón.
Al
cabo de un rato, la joven australopiteco decidida a ir al Norte se reunió con él
y se sentó a la sombra del árbol donde él estaba desde hacia un largo rato.
Empezaron
a hablar. Ella tenía las ideas muy claras.
Más
allá de aquel lugar había algo más. Si se quedaban allí, todo acabaría para
ellos. Estaba decidido. Era el momento de emprender el viaje. Irían al Norte.
No sabía lo que les aguardaba. Pero era mucho mejor que quedarse allí. Y
esperar. ¿Qué iban a esperar? La muerte…La nada…La desolación…
-Si nos
quedamos aquí, moriremos.
-Podríamos
morir si seguimos con este viaje.
-No me
da miedo morir. Lo prefiero a quedarme aquí. No hay nada. Los ríos se están
secando.
-El agua
de lluvia hará que vuelvan a llenarse. Tiene que llover antes o después.
-No
lloverá. La lluvia se ha ido.
-Estás
cansada y hablas así por eso.
-Es la
verdad.
-No sé qué pensar.
Pero ella
estaba allí. Eso era lo único real para el joven australopiteco. La presencia
de aquella hembra llena de determinación…
-Eres
muy valiente.
-No soy
valiente. Estoy aterrada.
-No lo
parece.
-Soy
buena disimulando. Pero tengo mucho miedo.
En un
momento dado, el joven australopiteco se inclinó y lamió la mejilla de la joven
hembra. Era un gesto de cariño. Pero también era un gesto que indicaba deseo.
La joven hembra lo entendió. El deseo calmaba los nervios. Se colocó en posición.
Accedió a copular con él. Lo último que quería hacer era seguir pensando en el
viaje. En el Norte…En lo que podían encontrar si se dirigían allí.
Ríos
repletos de agua…Carroña por todas partes…Árboles verdes y sanos…Insectos…
La
copula apenas duró. La joven hembra se recostó de una manera que al macho
australopiteco le pareció muy sensual contra el tronco del árbol y ella le miró
durante largo rato con los ojos entornados.
-El Norte…
-Después de eso, no hay nada.
-Te equivocas.
-¿A qué te refieres?
-Debe de haber algo. Lo intuyo. Estamos
haciendo lo correcto.
-Abandonar este lugar.
-Hemos nacido aquí.
-No nacimos aquí.
-Hemos pasado toda nuestra vida viajando. Me
pregunto si sirve de algo viajar tanto.
-Hemos de buscar comida. Un refugio…La comida
se acaba.
-¿Crees que todo irá bien?
-Todo irá bien.
La
hembra australopiteco suspiró. Quería pensar en que todo iría bien. Tenía
muchas dudas.
Alzó
la vista en dirección al Norte. Muy pronto…Estaría allí.
Los
dos se sintieron más unidos que nunca.
Por
lo menos, no estarían solos. Podían afrontar juntos cualquier problema.
¿Cualquier problema? No sabía qué podía haber en ese lugar. Animales salvajes…Ríos
secos…Lo mismo que había allí.
No
importaba. Valía la pena intentar emprender aquel viaje. Quedarse allí y
sufrir. O viajar y descubrir el mundo.
FIN
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