lunes, 30 de junio de 2014

¿UN BESO ENTRE DOS REPLICANTES?

Hola a todos.
Hoy, os dejo con un beso que es bastante curioso.
Siempre ha existido un gran debate sobre si Rick, el protagonista de Blade Runner, era o no era un replicante, es decir, una copia robotorizada de personas. Él se dedicaba a cazar replicantes, pero se enamoraba de Rachel, una replicante.
Este beso, de ser cierto el rumor, se lo darían dos replicantes.

sábado, 28 de junio de 2014

JURAMENTO DE AMOR

Hola a todos.
Durante la siesta, se me ha ocurrido escribir algo distinto a lo que suelo escribir. 
Y me ha salido este pequeño relato que transcurre en un lugar que podría haber existido: la mítica región de Hiperborea. 
Es una historia de corte romántico. 
Espero que os guste. 

JURAMENTO DE AMOR

       

               Alla siempre había escuchado que en la región en la que vivía no existía la enfermedad. Pero lo cierto era que sus habitantes llegaban a la vejez. Y, por desgracia, algunos de ellos caían gravemente enfermos. 
                       A su hermana Lúan siempre le había gustado salir a montar a caballo. Sin embargo, aquella tarde, cuando las dos salieron a dar un paseo, los ojos de Lúan parecían estar fuera de sus órbitas. Alla recordó que su hermana todavía no había superado la muerte de su prometido Moran. 
                      De pronto, Lúan rompió a llorar. 
-¿Por qué Apolo me ha quitado a Moran?-le preguntó la joven a su hermana con desconsuelo-No lo entiendo. 
                      Hacía una tarde espléndida. Alla nunca entendió el porqué siempre brillaba el Sol en el lugar donde vivía. 
                       A veces, llovía. De aquel modo, se sacaban adelante los cultivos. 
                       Nadie podía atravesar los muros de hielo que protegían a los hiperbóreos de cualquier invasión enemiga. Pero también había gente maligna entre los hipérboreos. Para Lúan, desde la muerte de Moran, la luz del Sol le parecía insultante. 
-No sabemos el porqué los dioses obran de ese modo, hermana-respondió Alla-Sólo sabemos que sus designios pueden ser dolorosos. 
-¡Me han quitado la vida!-sollozó Lúan-No volveré a ser como era antes. Yo no quiero seguir viviendo. 
-¡Por favor, hermana! No hables así. Intenta ser fuerte. Siempre has sido la más fuerte de las dos. 
                        Pero Lúan había perdido toda su fuerza cuando se enteró de que su prometido Moran había sido asesinado de manera cruel. 
                        Moran estaba considerado como uno de los hombres más poderosos de toda Hipérborea. Se decía de él que era un semidiós. 
                        Lúan se enamoró de él nada más verle. En realidad, Moran debió de haberse prometido a Alla. Sin embargo, la joven le rechazó. 
                        Lúan habló con ella. Le confesó que estaba enamorada de Moran. Lo quería para ella. 
                        Alla le prometió que la ayudaría a conseguirlo. Moran empezó a sentirse atraído por la bella Lúan. Cierto era que no se parecía en nada a lo que él buscaba en una mujer. 
                         Pero era realmente bella. Se parecía mucho a la diosa Artemisa. Era una experimentada cazadora. Sabía disparar muy bien el arco y la flecha. Sabía montar a caballo como una verdadera amazona. Y decidió pedirle su mano a su padre. 
                        Pero la desgracia se cebó sobre la pareja. Moran tenía numerosos enemigos. 
                        Lúan se desmayó cuando un mensajero le informó de la terrible noticia. Moran había aparecido apuñalado en su palacio. Alla siempre había sido la más débil de las dos hermanas. Lúan era la más fuerte. Le tocó a ella en aquella ocasión ser fuerte. 
                         El padre agradeció al mensajero la noticia. Lúan fue asistida por la doncella que compartía con Alla. La acostaron sobre el suelo de piedra del palacio de su padre. La joven tardó mucho en reaccionar. Posó su mirada desesperada sobre Alla. 
-Dime que no es verdad-le pidió a su hermana menor al recordar el motivo de su desmayo. 
-Lo siento mucho-se lamentó Alla. 
                        Lúan rompió a llorar. Sus llantos se oyeron en toda la región. 
                       Alla y su padre trataron de consolarla. Pero no sabían qué hacer para paliar su dolor. No sabían qué decir para consolarla. Las palabras que pronunciaron sonaron vacías en aquellos momentos. Lúan lloró hasta que se quedó sin lágrimas aquella aciaga tarde. 
-Se está haciendo tarde-comentó Alla. 
-Yo quiero volver a casa-pidió Lúan. 
-Siempre te quedabas hasta muy tarde paseando por el bosque. 
-No quiero quedarme en el bosque. Quiero  quedarme encerrada en mi habitación. Y no salir nunca más de allí. 
-Lúan, estás sufriendo mucho. Pero quiero pensar que tu dolor cesará. 
                         Su hermana pareció no escucharla. Alla se sintió frustrada. 
                         Regresaron al palacio de su padre. Lúan se refugió en su habitación. Su padre le comentó a Alla que hacía días que su hermana mayor no quería probar bocado. 
-Acabará muriéndose de pena-se lamentó el hombre-Y eso me destroza. 

                      Para empeorar la situación, Alla se había enamorado. Bod era un cazador que rendía culto a Apolo. Decía que lo había visto cuando se retiraba a Hipérborea a pasar el invierno. 
                      Bod conoció a Alla una tarde. La vio recogiendo flores.
                      La había visto antes. La había visto paseando por la orilla de la playa en compañía de otra joven. La había oído hablar. Quería conocerla.
                      Aquella joven poseía una voz preciosa, con un tono muy dulce y muy cariñoso. La joven que iba con ella le sonreía. Siempre iban juntas a todas partes y, debido al parecido que la otra joven tenía con ella, Bod dedujo que se trataba de un familiar. Un familiar muy cercano...
                      Por las noches, Bod soñaba con ella. La diosa Afrodita debe de ser familia de esa joven, pensaba con arrobo. Lo que más deseaba era conocerla a fondo. 
                     Quedó prendado de ella nada más verla. Bod era un hombre joven y apuesto. 
-La diosa Afrodita se ha encarnado en ti-le dijo a modo de saludo. 
-¿Cómo dices?-se extrañó Alla. 
-Sólo he hecho una afirmación. 
                        Realmente, Alla era una joven hermosa. Era alta. Y poseía un largo cabello de color rubio. 
-Dime tu nombre-le pidió Bod. 
-Me llamo Alla-respondió la joven. 
-Eres la hermana de Lúan. ¿No es así? Lamento mucho la muerte de su prometido. 
-Muchas gracias...
                          Algunos días después, Bod y Alla se encontraron en el bosque. Él le entregó a Alla un hermoso collar que había pertenecido a su madre. En un primer momento, ella rechazó aquel regalo porque no entendía lo que significaba. 
-Significa que está naciendo un sentimiento muy fuerte entre nosotros-le explicó Bod.
-Casi no te conozco-replicó Alla. 
-Apolo ha hecho que nos conozcamos. 
                         Bod sonrió y besó a Alla en la mejilla. Ella no quería enamorarse después de ver cómo Lúan se estaba quedando sin lágrimas. Bod colocó el collar alrededor del cuello de Alla. 
-Le pediré tu mano a tu padre para que nos casemos-le aseguró. 
                           Ya se sabía quién había sido el asesino de Moran. Uno de sus criados...Alla estaba furiosa.
                           Moran había deshonrado a seis jóvenes a lo largo de toda la región. El criado que lo había matado era el padre de una de aquellas jóvenes. Se rumoreaba que había seducido y abandonado a otras tres jóvenes más. Y la lista podía ir en aumento. 
                         Lúan se sentía tan humillada que decidió encerrarse en su habitación para olvidarse de todo. Lo último que podía hacer Alla, en su opinión, era enamorarse. 
-¿Cómo sabré yo que estás realmente enamorado de mí?-preguntó Alla-¿Cómo sabré yo que tu amor por mí es sincero? 
-Nunca te engañaré-respondió Bod-Apolo es testigo de mi juramento de amarte eternamente. 
                          El joven rodeó con sus manos la cintura de Alla y la atrajo hacia sí. Sus labios se posaron sobre los labios de la joven. Permanecieron un largo rato besándose de manera larga y apasionada. Un beso que sabía a futuro. 
                          Alla correspondió a aquel beso. Bod la amaba. Con aquel beso, sellaba el juramento que le había hecho. 

                          Al día siguiente, Bod acudió al palacio del padre de Alla. En el salón, Bod le pidió la mano de su hija Alla para convertirla en su esposa. Un rato después, el contrato nupcial se había firmado. 
                        El padre de Alla se llevó una sorpresa cuando su hija menor entró en el salón, después de haber firmado el contrato nupcial. 
                        Alla abrazó con fuerza a Bod y llenó de besos su cara. Acabaron fundiéndose en un beso denso y prolongado. 

                        Lúan lloró de felicidad al enterarse de la boda de su hermana menor. 
                        La noche de bodas de Alla fue la noche más hermosa de su vida. 
                        Era virgen. 
                        Bod y ella cayeron desnudos sobre la fresca hierba que crecía en el bosque. Alla sintió los besos de Bod sobre sus labios y le devolvió cada uno de aquellos besos. El joven la besó con adoración en el cuello. Se atrevió a besar uno de los pechos de Alla. 
-Apolo nos está mirando-comentó la joven. 
-Bendice nuestro amor, amada mía-le aseguró Bod. 
                       La estrechó con fuerza entre sus brazos para abrazarla y la hizo suya mientras llenaba de besos el rostro de Alla. 
                       Lejos de allí, Lúan pensó en su hermana. 
-No soy feliz-pensó la joven-Pero deseo de corazón que ella tenga la felicidad que los dioses me han negado.

                             A la mañana siguiente, Alla encontró a Lúan en el jardín. Su hermana tenía el gesto serio. Se la veía triste.
-Nuestra doncella me ha dicho que no has pasado la noche en casa-comentó Lúan-¿Dónde has estado?
-Lo siento mucho-contestó Alla.
                          Su rostro era radiante. El corazón se le encogió a Lúan. No podía negarle la felicidad a su hermana. La quería demasiado.
-Has estado con tu amado-observó Lúan.
-¿Cómo lo sabes?-le preguntó Alla, ruborizándose.
                         Los ojos de la joven estaban muy abiertos.
                         Sus labios estaban hinchados por los besos que Bod le había dado.
                         No se arrepentía de haberse entregado a él.
-Lo noto en tu mirada-respondió Lúan con cariño-Yo no tuve la suerte de entregarme a Moran. Y lo lamento.
                         Bod había descubierto que la belleza de Alla iba más allá de la belleza física. Después de haberse entregado a él, Bod seguía soñando con ella. Poseía una hermosura angelical. Su rostro era inocente. Su piel era suave al tacto. Lo único que quería era verla y aquel deseo le hizo colarse en su casa en mitad de la noche.
                        Le parecía una verdadera locura haberse convertido en su amante.
                       Lúan fingía no escucharles.
                      Ella lloraría la muerte de Moran. No se merecía el amor que ella le profesaba. Pero había descubierto que Bod sí era digno de Alla porque era un joven bondadoso y amable.
                       La belleza de Alla floreció a medida que avanzaba su romance secreto con Bod y todo el mundo fue consciente de ello.
                       Alla era consciente del deseo que Bod sentía hacia ella. Lo esperaba todas las noches en su habitación. Con la ventana abierta...También lo deseaba.
                        Mientras los dos se desnudaban el uno a la otra, se besaban con avaricia y caían sobre el lecho de Alla.
                       Los dos deseaban fundirse en un solo ser. Se abrazaban con fuerza. Se acariciaban el uno a la otra con las manos.
                       Bod besaba apasionadamente a Alla mientras ella rodeaba el cuello del joven con los brazos y se apretaba contra él.
-Te amo-le decía Bod con la voz entrecortada.
                     La oyó suspirar.
                    Mordisqueó el lóbulo de la oreja de Alla. La besó con arrebato en el cuello. Besó una y otra vez los hombros de la joven.
                     Sus manos acariciaron la suave piel de Alla, deleitándose en su tacto.
-Te amo-le susurró ella a su vez.
                      Lamió los pezones de Alla con sumo deleite. Besó aquellos pechos preciosos y firmes. Necesitaba sentir el calor que desprendía el cuerpo de aquella mujer cuyo vientre estaba recorriendo con los labios.
                        La abrazó con fuerza al tiempo que se iba hundiendo poco a poco en su interior. Sintió cómo su cuerpo se fundía con el cuerpo de ella. Y supo que así sería siempre. 

FIN

                  

jueves, 26 de junio de 2014

FRAGMENTO DE "EL FINAL DE LOS BUENOS TIEMPOS"

Hola a todos.
Hoy, os traigo este fragmento inédito de mi novela El final de los buenos tiempos. 
No descarto hacer algunos añadidos a esta novela y lanzarme a autopublicarla. Pero todavía no lo haré.
Espero poder hacerlo más adelante.

-El Palacio de Cristal es verdaderamente deslumbrante-comentó lady Pegeen.
-Yo he estado dentro en varias ocasiones-le contó lady Anne-Por dentro, es todavía más bonito. Se hacen exposiciones allí.
-Nunca me he atrevido a entrar.
-Es una tontería.
-Para ti es una tontería. Para mí es algo distinto.
-¿Quieres entrar conmigo?
                          Lady Anne y lady Pegeen se encontraban dando un paseo por Hyde Park.
                          Lady Pegeen se preguntó así misma el porqué salía con lady Anne.
                          Era cierto que la joven americana que había entrado por vía de una boda en la aristocracia inglesa no tenía ni una sola gota de sangre aristocrática. En aquel sentido, se parecía mucho a ella. Pero lady Pegeen no había nacido rica. En cambio, la familia de lady Anne era muy rica. El crack de la Bolsa había pasado casi de largo para ellos.
                          Lady Anne era todo lo que lady Pegeen no era. Era sofisticada.
                         Casi podía pasar por estrella de cine. Poseía una elegancia innata. Y era muy hermosa.
-Tú tienes cosas que yo no tengo-admitió lady Pegeen-A mí me gustaría ser como tú.
-Y tú tienes una cosa que yo no tengo-le recordó lady Anne-Tienes siete hijos maravillosos.
-¡Yo no tengo hijos! Casi no los he visto. Sólo los he llevado en mi vientre y los he parido. Pero, nada más nacer, otras mujeres se han hecho cargo de ellos. No los siento mis hijos. Y sé que ellos piensan lo mismo. Cuando me miran, no me miran como su madre que soy. Soy casi una extraña para ellos.
-¿Se lo has comentado a Edward?
-Mi marido está encerrado todo el día en su despacho. Cuando no realiza viajes al campo. O se encierra en una habitación de burdel con dos fulanas. ¿Crees que no sé lo que él hace a mis espaldas? Y tengo que callar.
-Lo siento mucho.
-En el fondo, tú lo sabes. No hay secretos entre William y tú. Y tu marido es el mejor amigo de mi marido. Se lo cuentan todo. Aunque William sea más reservado que Edward. Te respeta más de lo que Edward me respeta a mí. Te envidio.
                           Había lágrimas en los ojos de lady Pegeen al terminar de hablar.

viernes, 20 de junio de 2014

BORRADOR 2

Hola a todos.
Hoy, os traigo otro borrador de otro de mis cuentos. Creo que el cuento al que pertenece este borrador está subido aquí.
Se trata de otro relato que transcurre en la década de 1960 con muchos toques sentimentales.
Aunque no estoy segura.
Espero que os guste.

                                NO PUEDO SEGUIR ASÍ. TÚ SABES EL PORQUÉ ME VOY. LO SIENTO. NO SE TRATA DE UNA VENGANZA. SE TRATA DE QUE NO PUEDO AMARTE DESPUÉS DE TODO EL DAÑO QUE ME HAS HECHO. MI DIGNIDAD VALE MÁS QUE SER TU ESPOSA Y QUE TENER MUCHOS MILLONES. NO SÉ LO QUE VOY A HACER A PARTIR DE AHORA. PERO SÍ SÉ QUE TÚ NO VAS A FORMAR PARTE DE MI VIDA.

Vuelve, Emily, te lo ruego, pensaba  Díaz una y otra vez.
Siempre le había dicho lo mismo…Que iba a cambiar…Que todo sería diferente…Que él la quería…Y ella había confiado en él…
Hasta que Emily recordó que tenía dignidad. Hasta que Emily decidió que no podía más.
Y la culpa de todo la tenía él.
Empezó siendo una venganza. Una venganza estúpida. El motivo que la había desencadenado estaba anclado en el olvido. Ya no tenía importancia. Lo que importaba era que Emily no estaba. Se había ido. Y no pensaba volver. Esta vez no.
La casa estaba vacía.
¿Cómo no vio lo que iba a pasar? Había pecado de ingenuo. Había dado por sentado que Emily era tan inocente como aparentaba. La había engañado…La había seducido…Y ella, al final, le había abandonado.
Díaz se consideraba todavía un hombre muy apuesto. Era un hombre activo a sus veinticinco años. No le costó trabajo usar su atractivo físico para seducir a Emily. En opinión de todos, era el hombre más alto que jamás había existido en Toronto; de marcados músculos.
En la radio sonaban Los Beatles.
Díaz no escuchaba la canción. Recordaba con exactitud el momento en el que Emily le dijo que se iba. La televisión estaba puesta. Díaz estaba viendo la actuación de Los Beatles en El show de Ed Sullivan. En aquel momento, Emily se levantó del sofá en el que estaba sentada y se dirigió a la habitación que compartía con su marido desde hacía más de un año.
Un rato después, Emily salió de la habitación llevando consigo dos maletas.
Le había preguntado adónde iba con las maletas. Emily le miró fijamente y sólo dijo una palabra:
Adiós.
Después, fue hacia la puerta. La abrió, salió a la calle y la cerró. No hizo nada más.
Ocurrió todo tan rápido que Díaz no fue capaz de reaccionar y tampoco fue capaz de seguir a Emily cuando ésta cerró la puerta.
¿Cuándo volveré a verte, mi querida canadiense de pelo rojo como el fuego?, se preguntaba Díaz. Porque era consciente de que jamás volvería a tocar el cabello de Emily.
Emily era una mujer exuberante. Sus cabellos eran del color del cobre, puro fuego. Su cara era hermosa, perfecta, de facciones dulces y perfectas, sonrosada, en forma de corazón. Sus ojos eran grandes, de color azul marino, llenos de ternura y de afecto hacia su marido. Era esbelta y de caderas cimbreantes que habían enloquecido de deseo a más de un hombre.
Ella le había dicho que todo lo que le había hecho…Que su odio injustificado… Las palabras venenosas vertidas contra ella…El daño…Todo había quedado atrás…En aquel momento, Emily estaba hablándole con el corazón.
            Era más baja que su esposo. Poseía una figura envidiable. Ver sonreír a  Emily era una fiesta porque su sonrisa era tan cálida que parecía iluminar cada rincón de la casa y, además, aparecían unos hoyuelos que embellecían considerablemente su rostro. Todas sus características físicas armonizaban de una forma tan perfecta que resultaba increíble.
-¿Cómo has podido irte?-se preguntaba Díaz una y otra vez-No puedo culparte…No puedo…Yo te hice infeliz…Yo soy el único culpable…Solamente yo…Yo…Por no haberla querido de verdad…
            Díaz poseía, en opinión de Emily, un cuerpo 10, perfecto. Tenía el cabello dorado muy fuerte, diríase que oscuro. Los ojos eran lo que más bello tenía el duque, junto con su altura, que llegaba a impresionar a Emily: eran claros, con un cierto matiz verde oscuro que borraba cualquier resto de azul.
-Yo te quiero-le había dicho Emily-Te amo desde la primera vez que te vi. Lo que me dijiste quedó atrás. Lo olvidé. No tiene importancia. No vale la pena. Lo importante es que tú también me amas.
            Emily llevaba puesto un abrigo de color blanco cuando salió de la habitación con las maletas hechas. Debió de haberse dado cuenta Díaz de que Emily se ponía tensa cada vez que él la tomaba entre sus brazos. Ella rechazaba su abrazo cuando volvía a casa. Se resistía a darle un beso.
-Me haces daño-le decía-Me aprietas con mucha fuerza.
            Él no se había dado cuenta de nada.
-Llevo los labios pintados-le decía Emily-Hueles a whisky. Me da asco tu olor.
            Emily había permanecido sentada al lado de Díaz mientras Ed Sullivan presentaba a Los Beatles. Díaz recordaba haber hecho un comentario en tono despectivo acerca del cuarteto.
-¡Maricas!-había exclamado-¡Nunca llegaréis a nada!
-Cantan bien-había opinado Emily.
            Díaz se echó a reír al ver el cabello largo que llevaba el cuarteto. Rodeó con su brazo el hombro de Emily y la atrajo hacia sí. En aquel momento, Emily se apartó con brusquedad de él. Se puso de pie y se dirigió a la habitación. Díaz dio por sentado que Emily se pondría uno de aquellos conjuntos de lencería tan sexy que él le había regalado. Sin embargo, en lugar de hacer eso, Emily abandonó el domicilio conyugal. No había vuelto a saber de ella.
-No quiere verte-le dijo Tom, su cuñado.
            Díaz fue a ver a Tom, el hermano de Emily, en la creencia de que su esposa estaba en casa de su hermano. Díaz no pasó del recibidor porque Tom no le dejó entrar en la casa.
-Sé que Emily está aquí-afirmó Díaz.
-Mi hermana está aquí-aseguró Tom-Pero no quiere saber de ti. Vete antes de que llame a la policía.
            Díaz no quería irse de allí sin ver a Emily y así se lo dijo a Tom.
-Puedo llevarte a la ruina si no me dejas ver a mi mujer-le amenazó.
            Tom se encogió de hombros. Le daba igual lo que hacía su cuñado. Y así se lo dijo. Lo único que le importaba era su hermana. Díaz se marchó de la casa de Tom furioso. Su poder no era ilimitado como creía.
-Volveré-le avisó a Tom antes de irse-Y me iré de aquí con Emily. Te lo aseguro. Y me vengaré.
-Y yo te mataré si le haces algo a mi hermana-le amenazó Tom-No me das miedo, cuñado. Y tampoco le das miedo a Emmy.
-¡Es mi mujer!
-Pero Emmy no quiere seguir casada contigo.
-¡Tendría que decírmelo ella! Ya intentó abandonarme antes y volvió a mí porque me ama y no puede vivir sin mí.

            Era demasiado alto y musculoso. Parecía un gigante. Hubo un tiempo en el que su sola presencia aterrorizaba a Emily. Díaz salía a la calle y paseaba mientras buscaba a Emily con la mirada sin éxito. Tenía la sensación de que todas las mujeres con las que se encontraba eran Emily, pero ella no quería saber nada de él y se escondía. Le odiaba, pensaba Díaz. Emily ya no le amaba. Le odiaba. Y no le culpaba de ello.
            Tenía que haberse dado cuenta de que Emily se ponía tensa cuando él quería cogerla en sus brazos. Si empezaba a acariciarla, Emily no le devolvía las caricias.
-Me duele la cabeza-le decía-No tengo ganas…Quiero dormir…Tengo sueño…¿Por qué no dormimos en camas separadas? Muchos matrimonios duermen en camas separadas. No tenemos que dormir juntos todas las noches.
            Una vez, Díaz vio a Emily saliendo de una tienda y, a pesar de que vestía nuevamente de manera sencilla, nunca antes la había visto tan hermosa. Pasó por el lado de Díaz. No le miró.
            En cambio, Díaz miró con atención a Emily mientras ella pasaba de largo, totalmente ajena a su presencia. En un mundo diferente, Emily estaría viviendo en la mansión de su marido rodeada de toda clase de lujos y fingiendo que no había pasado nada entre ellos. En su lugar, Emily había estallado. Se había ido de casa y no pensaba volver nunca. Se había puesto en contacto con su abogado. No quería nada de Díaz y no tenía ganas de volver a verlo. Su actitud había conmocionado a su familia (a la suya y a la de su marido). Sorprendentemente, habían dado el visto bueno a su decisión.

 

                   

jueves, 19 de junio de 2014

BORRADOR

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros este borrador de un cuento que tengo subido, creo recordar, en mi blog "Berkley Manor".
Espero que os guste.

                                 Miró la carta que tenía encima de la mesa. Había entrado en aquel restaurante. Lo único que quería era cenar tranquilo. No pedía nada más.
            Ensalada…Judías…Rape…Salmón ahumado…Pulpo…Espárragos… Langostinos…Tomate…Atún…Setas…Gambas…Tarta de bacalao…Mejillones… Huevos…Marisco…
            La camarera se acercó a él.
-¿Sabe ya lo que va a pedir, señor?-le preguntó.
-Aún no lo he decidido-respondió él.
-Tómese el tiempo que necesite para decidirse.
            Victoria llevaba trabajando en aquel restaurante desde hacía cuatro años. Tenía unos veintipocos años. No tenía familia. Vivía sola en su pequeño piso. No tenía pareja. Pero sí tenía muchos y buenos amigos. Era muy guapa y también era muy simpática. Siempre estaba sonriendo.
-¿Ya ha decidido, señor?-le preguntó.
            Kyle no se atrevía a mirar a Victoria. Era la mujer más bella que jamás había visto. Se sintió turbado ante su visión.
-¿Qué me puede decir de la ensalada?-le preguntó.
-Es deliciosa-respondió ella-Se lo puedo asegurar. Con su tomate y su lechuga bien frescos…¡Una delicia!
-Está bien.
-Entonces…¿Quiere ensalada?
-Sí. Quiero la ensalada. Y no sé qué más voy a pedir.
            Victoria tomó nota del pedido. Después, se fue a atender a los demás clientes. Era viernes por la noche y ella ardía en deseos de contar las propinas que le dejaban los clientes. Solían ser generosos la noche de los viernes, cuando tenían los estómagos llenos. Victoria vivía sola en su piso. Ni siquiera tenía una miserable maceta. No tenía animales. No habría podido hacerse cargo de un perro, que le gustaban mucho los perros. O de un hámster. No le gustaban los gatos.
            Nunca antes había visto a un hombre tan atractivo como aquel hombre. Vestía bien. Un traje de seda. Con corbata de seda. Y con pañuelo asomando por el bolsillo de la chaqueta. Victoria pensó que el pañuelo debía de ser de seda. Debía de ser un hombre muy rico, pensó la joven.

            Le dolían los pies de estar trabajando toda la noche.
            Victoria llegó a su casa de madrugada.
            Dio gracias a Dios por vivir cerca de su lugar de trabajo.
            Se dejó caer en la cama. No tenía ni fuerzas para ponerse el pijama. Se quitó a patadas los zapatos. Había sido una noche de viernes más. Los clientes pedían comida sin parar. Algún cliente acabó borracho y vomitando en el baño. Victoria y sus compañeras iban y venían. Las bandejas siempre estaban llenas. Victoria estaba cansada. Le dolía la cabeza porque, como todas las noches de los viernes, había llegado al restaurante un grupo de jovencitos. Y aquel grupo se había puesto a cantar a voz en grito.
            Sólo había algo que había animado su noche del viernes.
            La visión de aquel hombre al que había atendido. Sólo había sido un cliente más. Sólo eso. Pero no podía apartar la mente de él. No habían hablado más que lo imprescindible. ¿Podía decir que se había enamorado? Aquella idea le pareció ridícula. ¿Cómo podía haberse enamorado de un cliente? Victoria se echó a reír. Estaba segura de que no lo volvería a ver.

-Tu cliente no apartaba la vista de ti-le indicó Lucinda a Victoria-Yo creo que le has cautivado.
            Lucinda y Victoria eran buenas amigas. También eran compañeras de trabajo en el restaurante.
-¡Eso es imposible!-replicó Victoria.
            Estaban dando cuenta de su desayuno en una cafetería situada debajo del piso en el que vivía Lucinda. Su desayuno consistía en un par de tostadas untadas con mantequilla y en una taza de café con leche para cada una.
            Lucinda mordió su tostada. Victoria bebió un sorbo de su taza de café.
-Insisto-afirmó Lucinda-Le has gustado.
-Yo apenas me fijé en él-le aseguró Victoria-Lo único que quería era terminar mi jornada e irme a casa a descansar. Te confieso que, a veces, desearía abandonar mi trabajo. Pero no puedo. Tú sabes bien que yo quiero trabajar en una oficina. Podría ser una secretaria muy eficiente. Pero no encuentro trabajo.
-Hay que armarse de paciencia, amiga mía. A mí me gusta mi trabajo como camarera. No quiero abandonarlo por nada del mundo. No todo el mundo tiene las mismas aspiraciones en la vida.
-Supongo que tienes razón en ese aspecto.
-Pero tu cliente…¡Madre mía! ¡Es el hombre más guapo que jamás he visto! ¡Qué apuesto es! 
            Victoria le dio un mordisco a su tostada.
-Sólo sabes hablar de hombres-le reprochó a su amiga.
-Me gusta salir con hombres-afirmó Lucinda-No veo que esté haciendo nada malo. Además, ya no existe el riesgo de que me pueda quedar embarazada.
-¡Ah, ya! ¡Tú tomas la píldora! ¡Tenía que haberlo supuesto! ¿No le pones a tu ligue la gomita? ¿No usas el diafragma?
-¡Uy, el diafragma! ¡Demasiado lío!
-¿Y qué me dices del preservativo?
-No me fío mucho de una goma, como tú dices. Se rompe enseguida. Yo prefiero tomar la píldora. Es más fiable.
-Yo nunca he tomado la píldora.
-Prefieres usar el condón. Pero hace más de un año que no sales con nadie.
-Ya conoces el dicho. Mejor sola que mal acompañada.
-¡No es justo que pretendas pasar sola el resto de tu vida, Victoria! Eres muy guapa. Necesitas tener a un hombre a tu lado. Dicen que una mujer que no tiene un hombre a su lado…Si no se casa…Si no tiene hijos…No es nada…
-Una mujer puede vivir sola. Puede ser feliz o puede no ser feliz. Se puede enamorar. Pero puede decidir si quiere o no quiere casarse. Decide lo que quiere hacer con su vida. No tengo padres. No tengo que rendir cuenta ante nadie. Espero que lo entiendas.

            Durante su rato de descanso, Victoria abrió el periódico.
            Lo abrió por la sección de Ofertas laborales.
            No había mucha gente en el restaurante.
            Eran sólo las cuatro de la tarde. Dentro de una hora, el restaurante estaría a rebosar de gente. Sobre todo, de niños. Venían a merendar. Y Victoria tendría que atenderles. Como siempre.
            Cerró el periódico y soltó un resoplido.
            No había encontrado nada.
            Ella quería trabajar como secretaria en una oficina. Había estudiado en una Academia durante dos años. Y había estudiado Mecanografía. Podía ser una buena secretaria. Sabía que jamás sería una oficinista. Aquel puesto estaba vetado para ella por ser mujer. Tenía que casarse sólo porque era mujer…Tenía que tener hijos sólo porque era mujer…Su sexo la tenía condicionada. Victoria empezaba a odiar su sexo.
            Dejó el periódico encima de la barra.

            Un poco de sal…Un poco de pimienta…
            En ocasiones, mientras condimentaba los platos, Victoria canturreaba. Era algo que hacía sin darse cuenta. Repetía una y otra vez los ingredientes de aquellos platos. Sonrió cuando terminaba de condimentar los platos. Salió de la cocina portando una bandeja.
            Él estaba otra vez allí, pensó.
            Su cliente…Había vuelto…
            Victoria sintió cómo las piernas le temblaban de manera violenta.
            Pensó que se iba a caer.
            Imaginó que él la estaba mirando. Se estremeció de pies a cabeza. Lucinda tenía razón. Le gustaba mucho aquel hombre. ¡Y eso que casi no le conocía!
            Kyle no se atrevía a mirar a Victoria. ¡Qué mujer más guapa!

            Ya estaba trabajando en la oficina.
            Victoria no se lo podía creer. ¡Ya era una secretaria! Y, encima, era la secretaria de Kyle. No cabía en sí de gozo. Iba a estar cerca de Kyle.
            Para ella, eso era suficiente. Le bastaba con saber que vería a Kyle a diario y que estaría en contacto permanente con él.

            Victoria estaba furiosa con Kyle por la manera en la que se estaba portando con ella. Era obvio que la quería. Eso lo sabía todo el mundo. El problema era que parecía empeñado en negarlo.

 

domingo, 8 de junio de 2014

FRAGMENTO DE "SUCEDIÓ EN OTOÑO"

Hola a todos.
A estas alturas, poco queda que contar acerca de una de las mejores novelas de Lisa Kleypas, Sucedió en otoño, segunda novela de su saga Las Floreros.
Cuenta la historia de amor entre Lillian Bowman, una joven americana de buena familia, hermosa, pero impetuosa y obstinada, con unos modales y un carácter que no casan nada con la aristocracia inglesa, y lord Marcus Westcliff, un aristócrata inglés serio y estirado, aunque también pasional. Los Bowman han viajado a Inglaterra con la intención de que sus dos hijas, Lillian y la dulce Daisy, hagan una buena boda. Lord Marcus Westcliff es el hermano de Aline, la protagonista de La antigua magia. 
Aline ni aparece en esta novela, pero sí se la menciona. Quienes sí aparecen son la pareja secundaria (aunque con mucho protagonismo) de La antigua magia, Livia, la hermana de Aline y de Marcus, con un triste pasado a sus espaldas, y Gideon, quien ha logrado superar sus problemas con el alcohol.
Marcus es presionado por su madre (una tipa que se las trae) para que busque esposa y se case.
Pero se enamora de Lillian y, desde ese momento, su razonamiento se va al garete. Quiere casarse con ella. Pero Lillian piensa que no es la mujer indicada para convertirse en lady Westcliff.
Veamos un fragmento de la historia de amor entre estas dos personas que se encuentran y se enamoran. Tan sencillo como éso...


-¿Cómo crees que la metieron dentro?-Para probar, introdujo el dedo en el cuello de la botella-No entiendo cómo algo tan grande puede caber en un agujero tan pequeño.
            Marcus cerró los ojos para contener la oleada de excitación y su voz sonó ronca al responder:
-Se…se coloca la botella directamente en el árbol. La fruta crece en el interior-Abrió los ojos un poco y volvió a cerrarlos con fuerza cuando vio su dedo introducido profundamente en la botella-Crece…-se obligó a continuar-hasta que madura.
            Lilian pareció sorprendidísima por semejante información.
-¿En serio? Es lo más inteligente, lo más inteligente…una pera dentro de su pequeña… Ay, no.
-¿Qué pasa?-preguntó Marcus con los dientes apretados.
-Se me ha atascado el dedo.
-¡No puedo! Está atascado de verdad. Necesito algo que lo haga resbaladizo. ¿Tienes algún tipo de lubricante a mano?
-No.
-¿Nada de nada?

-Por increíble que pueda parecerte, jamás hemos necesitado un lubricante en la biblioteca. 

 Portada en inglés de Sucedió en otoño. 

sábado, 7 de junio de 2014

FRAGMENTO DE "LA MUJER SIN CORAZÓN" (ENTRADA PROGRAMADA)





-Todo está bien-pensó Mónica-No estás con Robert. Estás con Stephen. No son la misma persona. Stephen no te hará daño, pero Robert sí te lo hacía.
                       Los dos yacían acostados en la cama de Stephen.
                       Yacían medio desnudos.
                       Stephen se acercó a ella en ese momento y depositó un beso en su cuello y mordisqueó suavemente su oreja. Mónica se estremeció de placer. Era una sensación conocida. Él la abrazó y la besó con dulzura. Mónica correspondió al beso y al abrazo. Y lo hizo con fuerza y con pasión. Siempre había sido muy apasionada.
-Tengo miedo de volver a sufrir por culpa de un hombre-se sinceró Mónica. Pero no quería sincerarse del todo por el momento-No quiero sufrir, Stephen. ¿Me entiendes?
-Te entiendo-le aseguró el hombre.
-No me hagas más preguntas.
-Respetaré tu silencio.
-Te lo agradezco.
-Tengo la sospecha de que un hombre te destrozó la vida en el pasado. No sé cómo fuiste a su lado, pero intuyo que no fuiste feliz. Yo haré lo imposible para que seas feliz, mi querida Mónica. Estuviste con un inútil. Si no supo hacer las cosas bien, no sería por tu culpa. Yo no sé si lo estoy haciendo bien. He estado con muchas mujeres, pero creo que pude haber hecho algo mal.
-¡Hacemos una buena pareja!
                       Los dos se echaron a reír. Mónica no deseaba pensar en nada.
                      Stephen la amaba. Stephen se preocupaba sinceramente por ella. Y eso le asustaba. No podía amarle con todo su ser porque tenía miedo de volver a sufrir. Ya había escapado del amor cuando Scott se le declaró en Leeds. No quería tener que volver a huir.
                     Stephen se colocó encima de ella. Mónica borró de su mente cualquier pensamiento coherente. Sintió las manos del hombre acariciándola.

viernes, 6 de junio de 2014

FRAGMENTO DE "LA MUJER SIN CORAZÓN"

Hola a todos.
Sí, ya sé que ayer dije que el fragmento que subí ayer a este blog era el último fragmento inédito que subía de mi novela La mujer sin corazón. 
Pero no pude resistirme a subir otro fragmento inédito de esta novela.
En esta ocasión, asistimos a una conversación entre Stephen y Mónica.
Stephen acude a recoger a Mónica a la salida del restaurante donde ella trabaja como cocinera. Y tienen una interesante conversación.



                           Durante un instante, Mónica pensó en sincerarse con Stephen.
                           No entendía el porqué Stephen se preocupaba tanto por ella.
                           Se interesaba por ella.
                          Había ido a recogerla a la salida del trabajo. Mónica sintió cómo un nudo se formaba en su garganta. Stephen era demasiado bueno. No se lo merecía.
-Eres muy bueno-afirmó con un susurro-Demasiado bueno para alguien como yo...Me tienes un tanto idealizada. No sabes nada de mí. No sabes nada de mí. Y me tienes en un pedastal. Yo soy de carne y hueso.
-No te veo capaz de hacer algo malo-le aseguró Stephen-Me resisto a pensar que puedas matar, robar o engañar.
                     Mónica suspiró.
                       Stephen estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella. Mónica se acordó de Robert.
                     Habían pasado siglos desde la última vez que lo vio. Cuando estuvo entre sus brazos. Pero seguía estando muy presente en su vida. Y eso le desagradaba.
                      Se acordó también de Scott. No podía pasarse la vida huyendo de los hombres. Los usaba a su antojo. Pero huía de ellos en cuanto empezaba a sentir algo. Algo parecido al amor...No podía vivir con miedo. Y sentía miedo. No quería volver a sufrir.
-¿Y si todo fuera mentira?-le increpó Mónica-¿Lo has pensado bien? ¿Y si he hecho algo malo? Una cosa abominable...¿Y si no soy la persona que crees que soy? ¿Y si estás enamorado de un espejismo? No sabes nada de mí, Stephen. Si descubrieras la verdad, me odiarías.
-Sé que eres una mujer fuerte e inteligente-contestó el hombre-Sé que has sufrido mucho en esta vida. Y sé que te mereces la felicidad más que ninguna otra persona. Es por eso por lo que te amo.
-Yo también te amo.
                      La afirmación salió con total naturalidad de su garganta.
                      Mónica se quedó sorprendida. No se lo esperaba. Confesarle a Stephen su amor.
                      Era cierto. Estaba enamorada de él.

jueves, 5 de junio de 2014

FRAGMENTO DE "LA MUJER SIN CORAZÓN"

Hola a todos.
Hoy, subo el último fragmento inédito de mi novela La mujer sin corazón. 
De momento, vamos a ver el fragmento que corresponde a cuando Mónica toma la decisión de abandonar Leeds huyendo del amor.



-¿Cómo que vas a abandonar Leeds?-se escandalizó Henriette.
                   Mónica la había llamado antes del amanecer. La llamada de su hija la inquietó. Mónica no llamaba a primera hora de la llamada. Pero, en aquel momento, la joven necesitaba hablar con alguien. Descolgó el teléfono y llamó a su madre.
-Me marcho-contestó Mónica-No sé adónde iré a parar.
-¡Pero no puedes estar mudándote una y otra vez!-le regañó Henriette-¡Vuelve a casa, Mónica! Aquí no te faltará nada. Te prometo que tu padre y yo no te echaremos nada en cara. Pero vuelve a casa.
-No puedo volver a casa, madre. No me hagas preguntas. ¡Te lo ruego!
-¿Qué ha pasado, hija? No entiendo nada. ¿Cuánto tiempo has estado viviendo en Leeds? Poco tiempo... Menos de dos años...
                     Mónica guardó silencio. Se dejó caer en el sofá.
                     No había podido conciliar el sueño durante toda la noche.
                    Le temblaba el teléfono. Estoy haciendo lo correcto, pensó Mónica. Me marcho para no tener que volver a sufrir.
                      Todos los hombres le recordaban a Robert. El mismo hombre que la engañó. Que le hizo aquella herida que volvía a sangrar en su corazón. Se maldecía así misma por estar enamorándose de nuevo.
                     Ojos que no ven, corazón que no siente, pensó Mónica.
-Te has quedado callada-se inquietó Henriette.
-Madre, tengo que colgar-le anunció Mónica.
                      Y eso hizo. No pensaba regresar a su casa. No podía.
                      Se puso de pie. Necesitaba estar distraída con otra cosa. No podía abandonar Leeds así como así. Tendría que ir primero a la floristería. Comunicarle a la dueña que se marchaba de la ciudad. Pero le harían muchas preguntas.
                    Y la culpa de todo la tenía Scott.
                    Lo recordó todo con total claridad.
                    Acudió al piso de Scott.
                    Él la invitó a tomar un café.
-Está bien-decidió Mónica-Acepto.
                   Tomaron asiento en el sofá de la salita de estar de Scott. Pasaron un buen rato hablando. Cuando estaba con Scott, Mónica se sentía cómoda. La relación que ambos mantenían era informal.
-Tengo que irme temprano-le informó Mónica-Mañana, me espera un día de mucho trabajo en la floristería.
                   Scott la escuchaba con embeleso.
                  No le cabía la menor duda. Estaba enamorado de aquella mujer. Estaba convencido de que Mónica era la mujer de su vida. La mujer que llevaba toda la vida esperando a que llegara.
-¿Has pensado alguna vez en casarte?-le preguntó.
                   Mónica se echó a reír.
-El matrimonio no está hecho para mí-respondió.
                  No quería casarse. Sabía bien cómo pensaban los hombres.
                  Ellos podían estar con cientos de mujeres.
                 Los hombres podían acostarse con miles de mujeres. Pero sólo se casaban con una mujer. Y exigían a la mujer con la que se casaban que fuera virgen.
-Los hombres piden demasiado-afirmó Mónica-Y yo no estoy dispuesta a dar tanto.
-No todos los hombres son iguales-le aseguró Scott-Hay hombres que dan sin pedir nada a cambio.
                  Mónica se encogió de hombros. Los hombres se habían convertido en una especie de pasatiempo para ella. Era una lección que le había enseñado Robert. De algún modo, se vengaba de Robert a través de los hombres con los que estaba.
-Yo nunca te pediría nada a cambio-añadió Scott-Te daría hasta la Luna.
                  Mónica volvió a echarse a reír. Pensó que Scott estaba hecho un romántico. Pero ella no era para nada romántica. El romanticismo ya no existía para ella.
                  Era otra amarga lección que le había enseñado Robert. Pero el hombre que estaba con ella no era Robert.
                  No dudó en irse a la cama con Scott.
                  Ella lo deseaba y él, a su vez, también la deseaba.
                  Los dos acabaron medio desnudos en la cama de Scott.
                  Se abrazaron.
                  Se besaron muchas veces. Mónica le devolvía a Scott todos los besos que éste le daba.
                 Él la acarició con las manos. La besó en el cuello. Llenó de besos sus hombros.
                  Finalmente, los dos cuerpos se unieron en un sólo cuerpo. Scott descargó intentando no descarga dentro de Mónica. Pero ella pudo ser satisfacida.
                  Permaneció acostada en la cama de Scott. Le oyó hablar.
                  En un primer momento, no entendió bien lo que le estaba diciendo. Pero agudizó el oído. El joven se estaba quedando dormido.
-Te amo, Mónica-le confesó.
                   Se puso rígida.
-Y quiero pasar el resto de mi vida a tu lado-añadió Scott.
                   Entonces, se quedó profundamente dormido.
-Lo siento-murmuró Mónica, nerviosa-Pero no puedo complacerte en ese aspecto.
                   La joven se puso de pie.
                  Le temblaba todo el cuerpo. Era obvio que sentía algo por Scott.
                   Aquel hombre se preocupaba por ella. La escuchaba cuando le hablaba. Y sabía besarla bien cuando la llevaba a la cama.
                   Le hacía reír. Le hacía regalos. Le hacía sentirse bien.
                  Mónica se vistió de forma apresurada. Abandonó el piso de Scott sin hacer ruido.
                  Llegó a su piso. Se dirigió a su cuarto. Se dejó caer en la cama. Entonces, tomó una decisión. Tenía que abandonar Leeds. No podía permanecer más tiempo en aquella ciudad.

miércoles, 4 de junio de 2014

FRAGMENTO DE "LA MUJER SIN CORAZÓN"

Hola a todos.
Hoy, os traigo un nuevo fragmento inédito de La mujer sin corazón. 
Mónica, la protagonista, pasará una temporada en Leeds, una ciudad inglesa, antes de irse a Londres. Siempre huyendo del amor y de sus sentimientos.
Pero no voy a adelantarme a los acontecimientos.
En esta ocasión, Mónica acaba de llegar a Leeds.


           Vivir sola y de manera independiente era poco más que una aventura para Mónica Emily Fielding-Winter. Ya había superado la edad para debutar en sociedad. Sin embargo, lo que prefería era vivir por su cuenta. Buscaría un trabajo. Sacaría su casa adelante. Ahorraría. No tendría que depender de nadie. 
              Eso era lo que ella buscaba. No volver a depender nunca más de nadie. Ser independiente. Ser ella misma. 
                La herida que tenía en el corazón ya no sangraba. Pero Mónica sabía que estaba allí. Aquella herida le iba a doler durante mucho tiempo. Intentaría ignorar aquel dolor. Y seguiría adelante con su vida. 
      Lo había estado pensando muy a fondo. Y había tomado la decisión. Hacía tiempo que había dejado atrás su vida en una gran mansión.
      Fue una decisión difícil. Pero no había vuelta atrás. Mónica no se arrepentía de haber dado aquel paso. Era lo mejor para ella.
-Todo esto es el comedor-le indicó el dueño de la inmobiliaria a la que Mónica había consultado para buscar casa- -Mónica no había pensado en dar cenas en su casa. Ni ahora ni nunca…por el momento-En eso sí estaba pensando Mónica. En hacer de su casa un sitio confortable.
      El sitio le había gustado desde la primera vez que lo vio, hacía apenas unos minutos. Su madre, estaría indignada con el lugar. Como también estaba indignada con la idea de que su hija de dieciocho años pensara en irse de casa. que había fallecido hacía pocos meses. Sin embargo, siguiendo con la voluntad de su padre y pese a que estaba destrozada por el dolor, Mónica decidió seguir adelante con su vida.
-Bueno, pues, sigamos viendo la casa-dijo el dueño de la inmobiliaria-
      Su madre se habría horrorizado al ver el brillo lujurioso que creyó ver en los ojos del dueño de la inmobiliaria. A Mónica, en cambio, le hizo gracia. No estaba acostumbrada al coqueteo, pero algún día tenía que ser, ¿no? ¿Por qué no hoy en una casa vacía que después en una aburrida fiesta?
      El sujeto se echó a reír. Mónica le había llamado la atención. Desde el primer momento, no hacía más que mirar a la muchacha con ojos de lobo hambriento. Mónica no le hizo caso y A veces, Aquel pensamiento hizo que pensara en su madre, que creía que su hija estaba cometiendo una locura. ¿A qué muchacha de dieciocho años se le ocurría irse a vivir sola a un piso?
      Mónica se acercó al cuadro y posó la mano sobre una pera y trató de imaginar al pintor…Pero no pudo: una gota le cayó encima de la nariz.
-¡Esta casa tiene goteras!-exclamó.
      Mónica se apartó del lugar donde estaba colgado el cuadro y el dueño de la inmobiliaria ensayó una sonrisa.
      Si tenía miedo de que fuese a renunciar a la casa, estaba muy equivocado.
      Desde hacía algún tiempo, Mónica había pensado seriamente en irse de casa y vivir sola en alguna parte. Estaba mal visto y lo sabía, pero no le importaba. Estaba harta de vivir supeditada al qué dirán. Era el momento de ser ella misma. De pensar en lo que ella quería. De ser egoísta. 
-¡Ah, eso!-El dueño de la inmobiliaria rió nervioso-No es nada. No se preocupe; se trata de una pequeña gotera que tiene fácil arreglo-Mónica no sabía si creerle o no-Lo que tiene que hacer es hablar con el Presidente de la Comunidad de Vecinos del bloque. Yo le conozco; es un hombre muy amable. Le expone su problema y estoy seguro de que no tardará en arreglarle la gotera muy gustoso-Mónica arqueó la ceja-Además, se trata de una gotera tan pequeña que estoy seguro de que ni se dará cuenta de ella. Y se acerca el verano, así que no tiene de qué preocuparse. No va a llover. Al menos, por ahora. No se inundará su casa.
      Mónica le miró un tanto incrédula.
-Hablo con el Presidente de la Comunidad y me arregla la gotera-pensó y estuvo a punto de decir una palabrota. En su lugar, sonrió con desdén-Este tipo piensa que todos los problemas tienen fácil solución. Si fuera así, no habría estallado una guerra que ha enfrentado a medio mundo el uno contra el otro; si la gente no puede solucionar los problemas importantes, tampoco podrá solucionar los más insignificantes.
      Dirigió una última mirada a la gotera. Tendría que convivir con ella, se dijo.
      Decidió no pensar en la gotera. Pasó por al lado del sofá y paseó la mirada por donde le alcanzaba la vista.
-¿Usted qué opina?-preguntó el dueño de la inmobiliaria-A mí me parece un lugar apropiado para vivir-Mónica también pensaba lo mismo. Pero no lo dijo. Aún-Además, tal y como le he dicho, está amueblado. Es uno de nuestros mejores pisos y, además, el más barato-Por la gotera, pensó Mónica-Tendrá que pagar unas cuatrocientas libras al mes hasta que termine de pagar el precio completo del piso. De momento, además de las cuatrocientas libras, tiene que pagar una cantidad por adelantado-Mónica estaba preparada para eso. Se había preparado a fondo cómo sería una entrevista con el dueño de una inmobiliaria. Sólo esperaba que éste no se diera cuenta de lo nerviosa que estaba.
-A mí también me lo parece-afirmó-Me lo quedo. ¿Quiere que le pague el adelanto ahora o…?-El dueño de la inmobiliaria le hizo callar.
-¡No, mujer!-se rió. No hacía más que mirar a Mónica con cierta lujuria-Mañana, a primera hora, puede pasarse por mi despacho y hablaremos del tema. ¡Qué suerte ha tenido, miss Fielding-Winter! Ha hecho usted una buena compra. Ha comprado usted un piso en un lugar dotado de una estupenda vista; desde aquí, con solo asomarse a la ventana, puede ver toda la ciudad. Y más allá-Mónica lo dudaba-Incluso, si estira un poco más el cuello, podrá ver nuestro querido lago Ness. Este barrio se encuentra muy alejado del centro. Hasta aquí no llega el humo de las fábricas. Ni el ruido que hacen esos malditos coches. En esta zona se respira paz y tranquilidad. Es estupendo-Mónica cogió las dos maletas que había traído consigo con ropa de la casa de su madre y las aferró con fuerza mientras el dueño de la inmobiliaria las miraba. Arqueó una ceja-¿Acaso está pensando en instalarse ya hoy?
-Esas son mis intenciones, señor-contestó Mónica.
-En ese caso, permítame decirle que es usted muy valiente-afirmó el dueño de la inmobiliaria. Mónica le miró con cierta desconfianza. Su madre le había dicho que los hombres creían que las mujeres que vivían solas eran prostitutas. Mónica era una muchacha decente. Sus ideas se habían vuelto más liberales con el paso del tiempo y el estallido de la guerra, pero seguía siendo decente. Y lo iba a demostrar-Yo me moriría de miedo si tuviese que pasar la noche aquí. Me imagino que será la primera vez que duerma fuera de casa. Es usted una muchacha joven y muy bonita. Está sola. Y este sitio está lejos de la comisaría más cercana. Debe de echar mucho de menos a su familia-Sonrió-Al menos, yo me asustaría mucho y echaría de menos a mi familia al verme solo por primera vez. Puede llamar a una amiga-Sus ojos brillaron con malicia-O a un chico especial-Rió con cierta malicia-Porque una muchacha como usted debe de tener algún chico especial en su vida.
      Mónica reunió todo el aplomo que necesitaba para evitar partirle la cara a aquel tipo.
-Nunca le he tenido miedo a nada ni a nadie, señor-afirmó. El hombre la miró incrédulo. Parecía más ingenua a primera vista-Así que me dispongo a pasar mi primera noche aquí yo sola. ¿Le parece mal?
      Mónica acompañó al dueño de la inmobiliaria a la puerta. Era su forma gentil de invitarle a que se fuera sin parecer grosera. Que se notara que la hija de un noble sabía ser dura cuando se lo proponía. El dueño de la inmobiliaria le entregó las llaves. Le recordó la cita que tenían al día siguiente a primera hora y se fue. Antes de irse, lanzó una lujuriosa mirada a Mónica.
      Ella cerró la puerta. Comenzó a andar por el piso, como si no acabara de creérselo. ¿Qué narices le estaba pasando al mundo?, se preguntó. Había oído hablar de casos de chicas que se iban a vivir solas a una edad en la que se suponía que tenían que pensar en bailes y en buscarse un marido. Había mujeres que no se casaban. Que valoraban demasiado su independencia como para casarse. Ahora, podían hacer cosas con las que antes ni soñaban. Podían ser algo más que madres, esposas y esclavas. Mónica tuvo la certeza de que podía conseguir lo que se proponía.
-Nadie mandará en mí-afirmó en voz alta. Tenía una casa…no la casa de su familia. Su propia casa-No me casaré. No viviré en la esclavitud-Una sonrisa apareció dibujada en su rostro-Tendré hijos si quiero. Pero no me voy a casar porque piense que esa es la única manera de tenerlos. Trabajaré, ganaré dinero…Haré lo que sea con tal de salir adelante y lo haré por mi propia cuenta.
      Creyó que su corazón iba a estallar dentro de su pecho. Se acercó a un interruptor de la luz. Encendió y apagó varias veces la lámpara de la salita. Fue a la cocina, abrió el grifo del agua caliente y salió agua. Le habían dicho que tenía agua caliente. Se sintió satisfecha. Todo iría como la seda. Pensó que no le vendría mal comprarse una lavadora. Después de todo, su ropa se mancharía y tendría que lavarla. Mónica recorrió de nuevo el piso y creyó que sus pies apenas tocaban el suelo, que estaba a punto de echar a volar…
      Abrió una caja que había traído y que se encontraba en un rincón del pasillo. Sacó de la caja platos y cubiertos envueltos cuidadosamente en papel. Algunos, se los había dado Henriette. Otros, los había comprado. Los colocó en la cocina. La mesa tenía un cajón para meter en él los cubiertos. Los platos los guardó en el armario. Abrió la maleta y sacó varios vestidos que procedió a colocar en el armario. Tendría que plancharlos al día siguiente porque estaban un poco arrugados.
      Se echó a reír con alegría.
- Ahora soy ama de casa. No tengo criadas a mi servicio. Tengo que hacer muchas cosas, pero las haré yo sola-Entonces, recordó-: Le prometí a mi madre que la llamaría en cuanto me diesen las llaves…¿podré llamarla?
      El teléfono se encontraba en una mesita situada junto al sofá de la salita; al descolgarlo, Mónica comprobó que tenía línea. Marcó el número de la casa de su madre y esperó la respuesta.
      Henriette no le cogió el teléfono. Nunca cogía el teléfono. Le dejaba ese menester a una de sus criadas. La que le cogió el teléfono a Mónica le dijo que no sabía si estaba Henriette en casa. Le pidió que esperase. La muchacha esperó un buen rato. Creía que su madre había salido. O estaba tan enfadada que no quería hablar con ella. Pero Henriette cogió el teléfono. Parecía estar emocionada por su llamada. Y Mónica se sintió contenta.
-¿Madre?-preguntó-¿Eres tú? ¡Hola, madre! Te llamo desde mi nueva casa. Pues desde hoy soy su nueva inquilina. Me ha costado trabajo quitarme de encima al dueño de la inmobiliaria de la que me hablaste-Mónica creyó escuchar la exclamación ahogada de Henriette al otro lado de la línea. ¿Qué habría pensado? No obstante, Mónica sabía controlar la situación. Lo había demostrado-Gracias por recomendármela porque es una de las mejores del país. Voy a pasar aquí la noche y mañana por la mañana pagaré un adelanto por ella-Mónica imaginó a su madre. Estaría callada. Quizás pensativa. Quizás triste. Nunca había pensado que su hija acabase viviendo sola. ¡Y sin estar casada! ¡La hija de un noble!-Me ha dado las llaves-rió-así que puedo considerarme desde hoy como la dueña del piso.
-Así que no piensas venir por aquí nunca más-se lamentó una aguda voz de mujer al otro lado del hilo telefónico. Primero su marido y, ahora, su hija la dejaban.
-No, madre-la corrigió Mónica-Te equivocas. Claro que iré a verte, madre. Siempre que pueda, iré a casa y estaré contigo. Y tú podrás venir a verme.


martes, 3 de junio de 2014

FRAGMENTO DE "LA MUJER SIN CORAZÓN"

Hola a todos.
Me encuentro deshojando la margarita sobre si seguir intentando autopublicar mis historias o tirar la toalla, no del todo, sino por algún tiempo.
Una de las ideas que tengo es que mi novela La mujer sin corazón vea la luz en alguna editorial de autopublicación. Ya ha estado en descarga gratuita.
De decidirme a autopublicarla, tardaría lo suyo en que viera la luz porque tengo otros proyectos en mente.
Cuenta la historia de amor entre Stephen y Mónica, ambientada en el Londres de 1930. Ella es una joven rebelde de buena familia, atormentada por un desengaño amoroso, que vive lejos de sus padres, trabaja como cocinera y utiliza a los hombres sólo para acostarse con ellos. Él es un apuesto libertino estadounidense al que la Gran Depresión le ha obligado a poner los pies en La Tierra, ponerse a trabajar y cambiar sus prioridades tras quedarse en la ruina. Stephen se enamora de Mónica y quiere que ella confíe en él. Aunque este amor es correspondido, deberá luchar contra los demonios internos de Mónica.
De momento, me gustaría alargarla un poquito porque pienso que está algo coja.
En este fragmento inédito, Mónica recibe la visita de su madre en su piso de Leeds.



-¿Qué te parece mi nuevo hogar, madre?-le preguntó Mónica a su madre cuando ésta fue a verla al día siguiente. Henriette llevaba diez minutos en el piso de su hija mirándolo de arriba abajo-¿A que es bonito? ¡Venga, no te quedes muda!
-No sé qué decir-balbuceó la mujer-Es pequeño.
-A mí me gusta. Lo he decorado a mi gusto. 
      Henriette se ruborizó. En la entrada, le había dado un fuerte abrazo a Mónica, como si hubiera estado en la guerra. Ahora, miraba el piso de su hija y se preguntaba si no habría cometido una estupidez al dejarla ir sin luchar.
-Es un piso demasiado pequeño para la hija de un noble como tú-afirmó. Mónica miró al techo- porque te has negado a que una de mis criadas se viniese a vivir aquí contigo. Pero…tú misma…has tomado una decisión y…
      Su hija se estaba encargando de convertir poco a poco aquel agujero en algo parecido a un hogar. Así llamaba Henriette al piso de Mónica: agujero. No tenía que estar ahí.
      En cambio, su hija estaba decidida a vivir sola en un piso que medía menos que el desván de su casa. ¿Podía ser feliz viviendo en aquel agujero? ¿Creía en serio que sería feliz? Henriette lo dudaba.
      Era como si menospreciara a toda su familia. Pero, con el mundo a punto de estallar en mil pedazos, ¿realmente importaba? La guerra estaba siendo cruel con todo el mundo y los nobles no eran ninguna excepción. Se estaban perdiendo las formas. Ya se habían perdido las buenas costumbres. Las chicas buscaban algo distinto. Mónica no quería ser una muñequita de salón. Quería ser autosuficiente.

      Su hija había pasado toda la mañana acabando de colocar las cosas en su sitio y había ido a la compra. Tendría que aprender a cocinar, aunque le costase. La ropa la iría planchando a medida que la fuera lavando. Los libros estaban colocados en la estantería. Mónica tenía la radio puesta de manera suave. Sonaba un estilo musical que la joven acababa de descubrir llamado jazz. Le gustaba. Era muy relajante. Un hombre tocaba el saxofón. Otro hombre tocaba el violonchelo. Otro hombre daba golpes suaves en la batería. Alguna trompeta sonaba…Le gustó la primera vez que puso la radio y lo escuchó. Era un poco más animado que el blues. Henriette arqueó la ceja al escuchar la música. ¿Desde cuándo Mónica escuchaba algo que no era música clásica? ¿Dónde iba a ir a parar el vals si todas las chicas decidían escuchar aquel estilo de música tan horrible? ¡Ni siquiera se oían los violines! El gesto agrio de Henriette hizo que Mónica se riese.