jueves, 20 de febrero de 2014

VILAFLOR

Hola a todos.
Me gustaría enseñaros el escudo de un municipio canario, Vilaflor.
Se encuentra en la provincia de Santa Cruz de Tenerife.
Cuenta la leyenda que un caballero procedente de la Península se volvió loco de amor por una bella guanche, el pueblo que vivió en el archipiélago antes de la llegada de los castellanos. Ella no correspondió a aquella pasión desmedida y huyó de él.
El caballero repetía una y otra vez en su delirio
-Vi la Flor de Chasna.
Aquel lamento de pasión obsesiva aparece en el escudo del municipio.


escudo heraldico

lunes, 10 de febrero de 2014

POR DÓNDE IRÁN LOS TIROS

Hola a todos.
Estoy muy liada en estos momentos con la promoción de mi novela El corazón de Carolina, que hace ya más de una semana que salió a la venta en Lulú.
Además de seguir flipando con ello, tengo que darme a conocer. Moverme, como me han aconsejado que haga.
Pasará algún tiempo hasta que vuelva a publicar una novela. Tengo varias que están a medio terminar y otras tantas que están sin corregir.
Mi siguiente proyecto...¡No, no voy a contar nada!
Sólo quiero daros unas cuantas pistas para que sepáis por dónde irán los tiros.
Os dejo con un par de fotos.








sábado, 8 de febrero de 2014

SONREÍR

Hola a todos.
Lo que voy a deciros es algo muy importante.
Sonreíd.
Nunca dejéis de sonreír.
Aunque os cueste trabajo.
Aunque sea una sonrisa tímida.
No dejéis nunca de sonreír.
Espantáis a la tristeza.
Os hace más fuerte.
Os permite enfrentaros una y otra vez a la vida.
Os hace levantaros del suelo.
Seguid sonriendo, aunque pueda doler.

miércoles, 5 de febrero de 2014

CAMINO DEL NORTE

Hola a todos.
¿Os acordáis del borrador que subí a este blog hace algún tiempo?
Era el borrador de un cuento que se me ocurrió acerca de la vida de un grupo de australopitecos. Hoy, por fin, puedo publicar el cuento entero. No un borrador...Hablo del cuento en general, corregido y todo.
Espero que os guste esta historia tan atípica. Guarda relación con relatos que escribí hace algún tiempo acerca de tumais y de orrorins.
Sí, me gusta escribir sobre los albores de la Humanidad. Sobre el despertar del ser humano.
Aquí os lo dejo.

CAMINO DEL NORTE

                       LLANURA AFRICANA, HACE 3.900.000 DE AÑOS

            La comida seguía escaseando. La sabana estaba desapareciendo. El agua estaba también desapareciendo. El viaje interminable seguía su curso. Pero no sabían adónde ir.
            Tenían que seguir caminando.
            Casualidades de la vida, el viaje proseguía en dirección al Norte. Al mismo Norte que una vez obsesionó mucho tiempo atrás a una joven tumai. Quizás ellos podían averiguar qué había allí. El porqué aquella hembra estaba obsesionada con viajar al Norte.
            Sólo podían esperar una cosa de allí. Comida. Mejor dicho, dos cosas. Comida y agua.
            Las cosas estaban cada vez peor. Lo sabían.
            Los miembros del clan estaban cambiando.
            Iban adaptándose a los cambios que se estaban produciendo en el ambiente. Caminaban cada vez más erguidos. Casi sin darse cuenta estaban evolucionando. Se parecían cada vez menos a los primates. Empezaban a parecerse más a los actuales homo sapiens.
            A nosotros.
            Pero la evolución es un proceso lento. De momento, tenían que seguir viajando cada vez más hacia el Norte. Sin detenerse apenas. Buscar alimento y agua era su prioridad. Si se quedaban, morirían de hambre y de sed.
            Tenían que abandonar la tierra que les había visto nacer muchas generaciones antes.
            Pasaron millones de años.
            Los homínidos habitaron los bosques y las montañas. Al mismo tiempo, su aspecto fue variando. Iban evolucionando para adaptarse mejor al medio cambiante en el que vivían.
            Primero, apareció el australopiteco. Llegó a convivir con el Homo habilis.
            Pero los australopitecos sólo llegaron a vivir en África. No se atrevieron a iniciar el viaje hacia Europa y Asia.
            El australopiteco vio cómo el hábitat cambiaba. Los ríos eran cada vez más secos. Los árboles morían. Los animales también morían. Vieron cómo bosques antaño frondosos se convertían poco a poco en desiertos. 
            Los australopitecos eran bípedos. Se habían acostumbrado a caminar sobre sus dos piernas. Todavía hacían vida en los árboles. Pero pasaban la mayor parte del tiempo en el suelo. No sabían tallar la piedra. Se defendían a pedradas de un posible ataque. O salían corriendo. Eran seres que se parecían mucho a los monos.
            Como los tumai y los orrorin, satisfacían únicamente sus necesidades más básicas. Comer…Desahogarse con una hembra…
            Los australopitecos eran carroñeros. Comían la carne de los animales muertos. Se enfrentaban con las hienas y con los buitres por los restos de un león muerto en estado de descomposición. Sabían nadar.
            El australopiteco se dividía en dos grupos.
            El robusto pesaba de 45 a 50 kilos.
            El grácil pesaba la mitad.
            Vivía en la sabana.
            Aprendió a cruzar los ríos a nado. Convivía con la muerte con total naturalidad. Tardaba poco tiempo en olvidar los sucesos acontecidos. Como la muerte de un miembro del grupo. Vivía el día a día. Y lo hacía con mucha intensidad.
            Los australopitecos aparecieron hace 4.000.000 millones de años.
            El Australopiteco vivía en las zonas tropicales de África. Se alimentaba de hojas y de frutos. Su cerebro era similar al de los grandes simios actuales.
            Su vida era una constante huida de los depredadores. Las piedras eran su arma de defensa. Correr era su única válvula de escape posible. Tenían que viajar lo más lejos posible en busca de comida.
            Se dice que un espécimen de australopiteco fue el primero, antes que el Homo habilis, en fabricar herramientas.
            Debieron de probar la carne. Posiblemente, comieron carne de antílope. No encontraban ni hojas ni frutos ni árboles porque habían desaparecido. Y descubrieron que la carne les alimentaba.
            Lascas…Cantos tallados…Eran algunas de las herramientas que fabricaban toscamente los australopitecos. Usaban rudimentariamente aquellas herramientas para cortar la carne.
            En época de escasez, se alimentaban de otras cosas. Semillas…Frutos…Otras hojas más blandas…
            Pasaban mucho tiempo en el suelo. Sólo subían a los árboles para dormir. Y para ponerse a salvo de las bestias que habitaban en la selva. Pero la selva parecía estar desapareciendo.
            No eran conscientes de algunos detalles. Como que la selva y la sabana estaban desapareciendo. Y que él mismo estaba condenado a desaparecer con ella.
            Desaparecer…Evolucionar…
            Y evolucionaron. Fue un proceso lento. Como la desertización.

            Se oyó un grito en toda la llanura y el grupo de australopitecos salieron corriendo de allí. Habían encontrado el cuerpo sin vida de uno de ellos. Un leopardo lo había matado instantes antes.
            Los buitres no tardaron en congregarse alrededor de lo que quedaba del australopiteco. Los demás salieron corriendo. Muchos de ellos morían de aquella forma.

            Todo esto desaparecerá.
            La hembra de australopiteco despertó. Aquel pensamiento la asustó. Dormía en el suelo. Al aire libre. En la distancia, creía oír unos sonidos que la asustaban. Pero había crecido escuchándolos. El rugido de un león…Los graznidos de los buitres…El siseo de las serpientes…La risa histérica de las hienas…
            Su compañero se acercó a ella. Pretendía copular. La hembra se puso de rodillas. Se dejó hacer. Pero estaba pensativa. La sabana estaba desapareciendo. Antes, había más plantas. Más animales…¿Qué era lo que veía ahora? Nada. Todo estaba desapareciendo.
            El macho se apartó de ella apenas se hubo desahogado. La hembra se sentó en el suelo y miró el paisaje que la rodeaba. ¿Cuándo fue la última vez que comió algo?, se preguntó. ¿El día antes? Aquella mañana no había comido nada. Intentó hacer memoria. ¿Cuándo había comido? No lo recordaba. No…Hacía más…Tenía sed. Pero no había una charca a la vista. ¿Cuándo fue la última vez que bebió agua? Tampoco lo recordaba.
            Se estremeció de frío.
            Algo no iba bien, pensó.
            Su estómago rugió. Tenía mucha hambre. Buscó hormigas que llevarse a la boca por el suelo sin ningún éxito.
            La hembra se frotó los brazos en un intento por entrar en calor porque temblaba de frío. ¿Cómo podía desaparecer la sabana? Era imposible. La sabana lo era todo para ella. Su hogar…No…Eso no iba a pasar. Era imposible.

            Un día, mientras estaban descansando, uno de los austraolpitecos más jóvenes vio como una pareja estaba charlando de manera animada. En un momento dado, el joven australopiteco se inclinó hacia su compañera y le lamió la mejilla. El gesto pareció animar mucho a la hembra.
            Se empezaban a forjar lazos. Lazos que no tenían nombre. Pero que parecían salir del corazón.
            Al cabo de un rato, la joven australopiteco decidida a ir al Norte se reunió con él y se sentó a la sombra del árbol donde él estaba desde hacia un largo rato.
            Empezaron a hablar. Ella tenía las ideas muy claras.
            Más allá de aquel lugar había algo más. Si se quedaban allí, todo acabaría para ellos. Estaba decidido. Era el momento de emprender el viaje. Irían al Norte. No sabía lo que les aguardaba. Pero era mucho mejor que quedarse allí. Y esperar. ¿Qué iban a esperar? La muerte…La nada…La desolación…
-Si nos quedamos aquí, moriremos.
-Podríamos morir si seguimos con este viaje.
-No me da miedo morir. Lo prefiero a quedarme aquí. No hay nada. Los ríos se están secando.
-El agua de lluvia hará que vuelvan a llenarse. Tiene que llover antes o después.
-No lloverá. La lluvia se ha ido.
-Estás cansada y hablas así por eso.
-Es la verdad.
-No sé qué pensar.          
            Pero ella estaba allí. Eso era lo único real para el joven australopiteco. La presencia de aquella hembra llena de determinación…
-Eres muy valiente.
-No soy valiente. Estoy aterrada.
-No lo parece.
-Soy buena disimulando. Pero tengo mucho miedo.
            En un momento dado, el joven australopiteco se inclinó y lamió la mejilla de la joven hembra. Era un gesto de cariño. Pero también era un gesto que indicaba deseo. La joven hembra lo entendió. El deseo calmaba los nervios. Se colocó en posición. Accedió a copular con él. Lo último que quería hacer era seguir pensando en el viaje. En el Norte…En lo que podían encontrar si se dirigían allí.
            Ríos repletos de agua…Carroña por todas partes…Árboles verdes y sanos…Insectos…
            La copula apenas duró. La joven hembra se recostó de una manera que al macho australopiteco le pareció muy sensual contra el tronco del árbol y ella le miró durante largo rato con los ojos entornados.
-El Norte…
-Después de eso, no hay nada.
-Te equivocas.
-¿A qué te refieres?
-Debe de haber algo. Lo intuyo. Estamos haciendo lo correcto.
-Abandonar este lugar.
-Hemos nacido aquí.
-No nacimos aquí.
-Hemos pasado toda nuestra vida viajando. Me pregunto si sirve de algo viajar tanto.
-Hemos de buscar comida. Un refugio…La comida se acaba.
-¿Crees que todo irá bien?
-Todo irá bien.
            La hembra australopiteco suspiró. Quería pensar en que todo iría bien. Tenía muchas dudas.
            Alzó la vista en dirección al Norte. Muy pronto…Estaría allí.
            Los dos se sintieron más unidos que nunca.
            Por lo menos, no estarían solos. Podían afrontar juntos cualquier problema. ¿Cualquier problema? No sabía qué podía haber en ese lugar. Animales salvajes…Ríos secos…Lo mismo que había allí.
            No importaba. Valía la pena intentar emprender aquel viaje. Quedarse allí y sufrir. O viajar y descubrir el mundo.  


FIN